—Por favor, Nicasio, soy yo ahora quien desea preguntar con la sinceridad más diáfana del mundo: ¿de qué hablasteis?
—Por supuesto que hubo palabras, Martín, pero la nota dominante resultó el lenguaje de las emociones. Para mí, fue como una segunda oportunidad, una sensación muy fuerte de que había rescatado un trozo perdido de mi existencia, un fragmento vital que podía recuperar no sé cuántos años después y aunque fuese de un modo distinto, podía revivir. Y qué gran sabiduría había en las palabras de Carmen. Cómo se notaba que ella ya había sido esclarecida en las aulas de aquella ciudad de ensueño y sabiduría. Todo lo que expresó contenía un sentido, un significado para que yo me olvidase de los malos pensamientos por lo ocurrido y me centrara en dejar mi alma receptiva a la esperanza y la reconciliación. ¿Lo comprendes? ¿Cómo no volver hacia en ti sino en son de paz?
—Y realmente, ¿cuál fue ese sentido?
—Es curioso, durante su estancia en aquel lugar, ella había pedido a partes iguales tanto por mí como por ti; imagina hasta dónde alcanzaba su superioridad moral y su inteligencia. Mientras que yo había permanecido durante una larga época obsesionado con la venganza y el rencor, ella había depurado su espíritu hasta unos límites increíbles y había aprovechado su tiempo de la forma más constructiva. Todo es justo en la casa de Dios, pero equivocadamente, yo me había centrado solo en el odio y había perdido la ilusión por la serenidad y la paz mental. Mi mente estuvo obcecada, eso es lo que entendí bien. ¿Te lo puedes creer, Martín? ¿Cómo yo no iba a sentir en mi corazón sus mensajes de compasión para que te perdonase y me alejase de mis esquemas de hostigamiento hacia ti? Y a menudo las voces son claras, pero lo que falla es que no quieres escuchar la verdad aun reconociendo la sabiduría del mensaje. Ahora lo tengo más que claro y por eso he acudido a ti para explicártelo con toda seguridad. Perdí muchos años persiguiéndote desde mi propia oscuridad, esa que se refuerza con el ánimo del daño y la venganza. Una vez en la ciudad, ya no quise abandonar la vista que te proporciona la ventana hacia el cielo.
—Estoy empezando a asumir en mi interior todo eso que te ha pasado. Es simplemente maravilloso y cuando me toque dejar esta tierra de sufrimiento, esta vida material de la que aún me hallo preso, me gustaría pasar por esa experiencia tan sublime que a ti te ha sucedido.
—Por supuesto, Martín. El Creador no desampara a ninguno de sus hijos. Te diré una cosa: Carmen me aseguró que las oraciones, cuando son sinceras y provienen del corazón, se cumplen. Pídele tú de ese modo a Dios, para que tus deseos de felicidad se puedan alcanzar. Creo que los ecos de esa ciudad llegaron de algún modo a los oídos de Isabel, quien a través del espíritu Rafael me lo comunicó en aquella reunión de la que todos participamos. Entre otras cosas, ese señor me dijo que una de sus principales misiones consistía en ayudar a las almas que desean dar un nuevo significado a sus vidas, a aquellos que pretenden mudar de trayectoria para avanzar en su camino. Fue el momento justo, aquel en el que yo sentí un impulso interior muy potente para superar un pasado que me estaba amargando en medio de mi propio tormento. Ya sabes que, en la noche, el momento más frío es aquel que precede al alba. Pues ese fue mi amanecer, cuando mi rabia desapareció al notar que los primeros rayos de sol iluminaban el horizonte, cuando me di cuenta de la inutilidad de tantos años de horror y resentimiento. De tanto agotamiento por una lucha inútil me quedé rendido ante la contemplación del amor, la fuerza más poderosa del universo. Lo confieso: todo esto que te digo lo he experimentado en mi ser y por eso ansiaba compartirlo contigo, para que tengas de aquí en adelante las cosas claras y actúes en consecuencia. Algún día llegará tu propio momento para separarte de todo esto y es mejor preparase antes que sufrir envuelto en el odio, que solo conduce a la destrucción y al olvido de nuestro verdadero objetivo. Un grano de amor pesa más que toda una cosecha de desafecto. Puedes sumirte a voluntad en la noche más larga, pero tarde o temprano surgirá el crepúsculo de la esperanza, esa luz del nuevo día que dará sentido a tu existencia.
—Nicasio, amigo, no sé ni lo que decir. No tengo palabras, porque solo reflexiono sobre lo que me has transmitido. Cómo me alegro de esa oportunidad que te han dado y cómo me conforta saber que te encuentras infinitamente mejor y que estabas deseoso de compartir esa dicha conmigo. No sabes cuánto me complazco en que hayas podido reencontrarte con tu amada Carmen, en compartir ese amor que le profesabas y que yo, con la peor de las artes, interrumpí como un vulgar asesino. Gracias a ti, noto en mis adentros una gran satisfacción. No solo porque nuestra maldita historia haya llegado a su fin, sino porque tu entusiasmo me empuja a mí hacia el bien, hacia contemplar mi futuro desde una perspectiva completamente diferente ahora alejada de los agobios y de la locura.
—Carmen me contó cosas que me llegaron al corazón. Accedió a casarse contigo porque se sentía sola e indefensa. No es que se olvidase de nuestro vínculo, simplemente quería sobrevivir en una atmósfera de locura, ese ambiente de desolación y ruina que sigue a las guerras. Sin embargo, con el paso del tiempo, fue cambiando su conducta contigo y se fue amoldando a la convivencia en su matrimonio. Tú también supiste apreciar su equilibrio y su compasión, esa compañía que te hacía en medio de circunstancias tan difíciles. Estaba claro que se trataba de una mujer bendecida, cuyo valor residía en el sacrificio y en la ternura que te mostraba. Tú, como es lógico, jamás le revelaste el crimen que mandaste cometer sobre mí porque le habrías revuelto la conciencia y te habría rechazado. Y cuando se aproximaba su muerte, que es solo la de la carne, ella empezó a acordarse de mí, de lo que hubiese resultado nuestro compromiso si se hubiese llevado a cabo. Nada más cruzar la frontera con el mundo espiritual supo de mí y de la región tenebrosa en la que yo, por voluntad propia, me había instalado a la espera de mi futura venganza. Esa era la única motivación que me movía por dentro. La mente y su pensamiento atrae y configura la dimensión en la que te mueves. Jamás pensé que Carmen me hubiese estado esperando al otro lado, en la luz, aguardando para abrazarme y para brindarme ese amor que no pudimos concretar en la carne. Rechacé la luz y me aferré a las tinieblas para volverte loco con mis actos, con mi acoso constante, una vez que alcanzaste la adolescencia. No quería que escapases sin castigo; te habías comportado conmigo de una forma tan cruel que consideré de justicia mi terrible venganza.
—Y a la vista de los hechos ocurridos, tu actitud estaba más que justificada —confesó Martín—. Lo admito, no tuve otra motivación, salvo la del salvaje egoísmo que me dominaba en aquella época.
…continuará…