—¿Lo ve? Tómese el tiempo que necesite. Cuéntelo. Así ambos nos quedaremos más tranquilos. Si no me he equivocado, en ese sobre debería haber doscientas cincuenta mil pesetas.
—¿Ya estamos? ¿No pensará que se va a llevar a Eva por la mitad del valor que hemos acordado? ¿O cree acaso que es usted más listo que yo?
—Por favor, relájese, Madame. ¿Imagina usted que me voy a pasear por Madrid con quinientas mil pesetas en el bolsillo de mi chaqueta?
El gesto de enfado que puso Giselle era evidente…
—Para evitar malentendidos, he traído un breve documento que ahora le entregaré —expresó el empresario mientras que sacaba una página escrita del bolsillo de su pantalón—. Es de carácter privado y recoge las condiciones de nuestro contrato. La cifra está en blanco y ahora, si le apetece, usted escribirá la cantidad acordada. Y después, ambos lo firmaremos. También anotaremos la cifra que le he dejado en depósito. Solo le pongo una condición para que usted se quede definitivamente con ese sobre que le acabo de dar.
—Vaya con las sorpresas del caballero. ¿Es que no se cansa de abusar de mi paciencia? Veamos. ¿qué pretende ahora de mí?
—Muy sencillo. Mañana, a la hora que acordemos, yo vendré hasta aquí y le abonaré el dinero que le resta por cobrar. Asumo que Eva se va a quedar aquí hasta que usted perciba la totalidad del pago. Sin embargo, si ella duerme hoy aquí, le solicito que no trabaje esta noche. Me da igual que se ponga a leer, a ver la televisión o simplemente a dormir. Nada me frustraría más que, después de esta conversación, ella tuviese que yacer con algún cliente que pidiese sus servicios. Madame, se lo dejaré claro desde este instante. Esa chiquilla me «pertenece» y creo que, con esta expresión, he dejado clara mi postura.
—Caramba, qué radical se ha puesto, Monsieur. De acuerdo, acepto esa condición, es solo cuestión de esperar veinticuatro horas. ¿Me da permiso para guardar este dinero en la caja fuerte?
—Desde luego, Giselle. Proceda, por favor.
—Si le parece bien, pásese por «Le Paradis» mañana sobre mediodía. A esa hora, Eva estará preparada para irse con el caballero. Cuente con que mi chica no trabajará esta noche. Y por supuesto, no se olvide del dinero que me debe. Si no lo trae, no solo no podrá llevarse a Eva, sino que además perderá lo que hoy me ha entregado. Creo que se trata de unas condiciones justas. Dios mío, solo con imaginar la escena de mañana ya me entran ganas de llorar.
—Caramba, era lo más probable conociéndola. Ya me está pareciendo usted hasta previsible. Venga, firmemos el documento para que todo quede claro.
—Sí, estoy de acuerdo.
—Ah, antes de que se me olvide…
—Oui?
—¿Podría charlar un momento con Eva para comunicarle que mañana vendré a recogerla?
—Bien sûr, Monsieur. Es más. Aunque esté terriblemente compungida, en una muestra de mi amor por ella y como detalle, les voy a invitar a ambos a una botella de champagne. Si lo desea, puede degustarla incluso en su habitación o en las mesas, como el caballero prefiera. Sin límite de tiempo, de veras. Así podrán brindar por el acuerdo alcanzado.
—Ah, pues se lo agradezco, Madame.
—S’il vous plait, Monsieur. Solo le ruego una última cosa: trate bien a la chica, me unen a ella lazos de afecto y eso me costará recuerdos y me sumirá en la melancolía. Ya no podré verla todos los días y eso me disgusta. ¿Me entiende?
—Claro que sí. No tenga dudas. Así lo haré. Seguro que vive mejor conmigo que en su antigua vida.
—Si usted lo dice… —añadió Giselle con un gesto de vacilación.
*******
Seis meses después de aquella importante escena, la convivencia entre Armando y Eva seguía un curso tranquilo. El nerviosismo por las noches agitadas atendiendo a sus clientes en el club y la incertidumbre por su futuro habían desaparecido de la mente de la joven. El empresario, cercano a los cuarenta, continuaba con sus negocios y su expansión comercial.
Aquella noche, en el salón principal del ático construido en el barrio más caro de Madrid, una interesante conversación se estaba produciendo…
—Bueno, creo que hoy ha sido un buen día —comentó Armando abriendo sus brazos en señal de júbilo—. Por fin he llegado a un acuerdo para cerrar la compra de ese local. En breve, ya tendré otra tienda abierta y en estado de funcionamiento. Es genial.
—¿De veras, cariño? —respondió una alegre Eva mientras que levantaba su copa de vino—. Pues que sea para bien. Que tus inversiones vayan creciendo es también una buena noticia para mí.
—Es cierto. La zona sur de Madrid estaba un poco abandonada. Quería expandir mis ventas por allí. Siempre existe un riesgo cuando abres un nuevo local al público, pero quien no arriesga no gana. Ese es un dicho muy extendido en este mundillo. Es un área algo más deprimida, pero me encantará que las clases más populares conozcan mis productos. Ya solo me resta organizar una buena campaña de publicidad. Es necesario.
—Está claro. Tienes que darte a conocer allí donde te instales. Si una cosa no se anuncia, la probabilidad de que te compren lo que vendes disminuirá.
—Oye, qué alegría. De estar tanto tiempo conmigo, se te está pegando el lenguaje mercantil y estás aprendiendo mucho. ¡Menuda comerciante serías!
—Desde luego, mi amor. Procuro fijarme en todo lo que haces. Estar a tu lado es una bendición para mí.
…continuará…