ESQUIZOFRENIA (2) Esa luz…

2

—Sí, claro. Espera… ya lo tengo. He estado dormido o al menos, yo no me daba cuenta de lo que sucedía. Cuando he despertado, me hallaba sentado en las escaleras de un edificio. Permanecía silencioso y meditabundo, tratando de explicar qué hacía yo allí. Quería responder a la pregunta clave: el motivo por el que había llegado a ese lugar. Fue así como levanté la cabeza y miré hacia el frente. Había una ventana muy grande y al fijarme en ella, ha surgido como una luz muy potente. Para mí, resultó una señal. Sentí la necesidad de dirigirme hacia esa claridad. Bajé a toda prisa por las escaleras y pese al descenso, continuaba observando ese flujo de luz por encima de mi cuerpo. Por un instante, ya no sabía si era yo el que perseguía esa luz o si era esa luz la que me buscaba. Sin embargo, estaba seguro de una cosa: si alcanzaba esa claridad, encontraría respuestas a mis interrogantes.

—Y ¿qué más pasó? —dijo un emocionado Sergio después de que Martín permaneciera callado durante unos segundos.

—Me vi a mí mismo y comprobé que mis vestimentas eran las mismas y que mi aspecto no había cambiado. Sin embargo, noté una extraña sensación: era como si me moviese con más facilidad porque mi figura pesaba muy poco. No sé el motivo, pero ese hecho me llenó de alegría. Me puse a caminar por las calles y creía que era una pluma. Ya no tenía que arrastrar esa masa de unos setenta kilos, todo se hacía más liviano. Tirar de mi silueta era lo más fácil del mundo. Por eso, llegar al lugar de donde procedía esa luz fue sencillo.

—De acuerdo, amigo. Y ¿en qué lugar, exactamente, estaba esa claridad?

—Pues justamente estaba aquí, donde nos hallamos ahora. Al tratar de penetrar en ella, aparecí aquí. Eso es lo que ocurrió.

—¿No tienes curiosidad por atravesar esos ladrillos para identificar tu antiguo cuerpo?

—No, para nada. No me hace falta. Sé que mis restos yacen en ese lugar frío y oscuro. No me importa, porque sé que se trata de una materia que tarde o temprano se pudrirá y desaparecerá. Te diré algo, amigo: el verdadero Martín está fuera de ese espacio. Mi verdadero ser, lo tienes ante tu vista, aunque solo Isabel pueda verme con los ojos de su alma. Soy yo quien está hablando contigo, aunque ella sea la intermediadora.

—Pues qué bien que estemos viviendo estos momentos tan intensos. Por lo que sea, te han traído hasta aquí para que pudieses aclarar la realidad de tu nuevo estado. Esa luz marcaba un punto de encuentro y curiosamente, nos ha trasladado a los tres hasta el cementerio. Parece ser la forma de haber facilitado una reunión entre nosotros, para que así nos asegurásemos de la realidad de tu nueva vida, más allá de la muerte y de los límites físicos que conocemos.

—No te lo podría confirmar porque, salvo vosotros, aún no he contactado con nadie más. Sin embargo, hay un cadáver en esa tumba, pero mi esencia sigue aquí, pensando y sintiendo. Eso es revelador ¿no? ¿Te lo imaginas, Isabel? Además de morirte, sentirte más solo que la una. Eso no hubiera resultado agradable. Por lo menos, he podido contar con vosotros.

—Desde luego, joven. No sabes cómo me alegro de haberte servido de ayuda. Todo eso que constituye el estado post mortem puede resultar muy duro. De hecho, sé de muchos casos en los que la persona no toma conciencia de estar muerta hasta pasado mucho tiempo. Esa sensación no es agradable y resulta más adaptativo tener las cosas claras desde el principio. Otra cosa, Martín. ¿Sabes por qué te han permitido charlar con nosotros? Considera que esta conversación con «vivos» al poco de fallecer no es un lance frecuente.

—Te confieso, amiga, que no tengo ni la más remota idea.

—Pues yo te lo diré: has acumulado los suficientes méritos para ello.

—No te entiendo bien. ¿Acaso me han traído a una escuela donde por portarme bien me van a regalar caramelos?

—Creo que has simplificado bastante la cuestión. Mira, he conversado con centenares de espíritus como tú. Cuanto mayor es el merecimiento, más posibilidades tienes de que la turbación post mortem no resulte dolorosa.

—¿Turbación? Ahora mismo no recuerdo nada…

—Creo que hablamos de este tema cuando vivías en «Los girasoles». No recuerdo los detalles de la charla, pero el paso de la muerte a la vida no es un estado fácil para buena parte de la gente, entre otras cosas, porque ni siquiera poseen conciencia de lo que les ha sucedido. Piensa que el salto que has dado es fundamental. Casi nada ¿verdad?

—Supongo, Isabel. Mi pensamiento se mueve ahora un poco a cámara lenta. No estoy como para razonar en profundidad.

—Es normal. Ya quisiera yo, cuando me toque, disponer de una mínima parte de la lucidez que tú muestras. Insisto: a lo largo de mi historia tuve que realizar grandes esfuerzos explicativos para esos espíritus que se negaban a aceptar su nueva realidad. El materialismo no consiste solo en ensalzar lo palpable y negar lo espiritual, sino también en rechazar la idea de que puedas seguir vivo pese a haber fallecido. Para ti, querido amigo, este proceso va a resultar más benigno. Está claro que has sido un buen alumno y que las notas que has obtenido te permitirán un desahogo que no deja de ser una magnífica oportunidad para encaminar tus pasos.

—Un momento, Isabel —intervino en aquella conversación el psicólogo—. Has mencionado varias veces la palabra «merecimiento». ¿A qué te refieres en concreto?

—Bien, vamos a resolver este enigma con el propio Martín. Atento, Sergio, que vamos a comprobar qué grado de conciencia tiene nuestro amigo en esta situación.

—Estoy preparado, Isabel. Adelante.

…continuará…

2 comentarios en «ESQUIZOFRENIA (2) Esa luz…»

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Entrada siguiente

ESQUIZOFRENIA (3) Fuego en el alma

Mié Ene 31 , 2024
—Martín, vamos a tratar de recordar una cosa —expuso Isabel con calma—. Hace un rato me dijiste que te habías despertado en un edificio del que saliste para perseguir una luz que atravesaba una ventana. Trata de ir hacia atrás en el tiempo. ¿Qué hacías allí? ¿Por qué estabas en […]

Puede que te guste