ESQUIZOFRENIA (59) La reaparición de Nicasio

Al llegar junto a la puerta, Sergio acercó su oreja a la madera para tratar de escuchar. Rápidamente, mientras que trataba de callar al celador situando su dedo de manera vertical entre sus labios, se dio cuenta de que no le hacía falta concentrarse en nada porque la supuesta conversación del joven con otro se estaba desarrollando a un volumen lo suficientemente alto como para percibirla sin dificultad.

—Ya me extrañaba que no aparecieras al cabo del tiempo. ¡Qué decepción y qué tiempo tan corto de tregua! —comentó Martín San Blas.

—Por supuesto. ¿Qué te creías, imbécil? Ahora ya lo sabes. Cuando se producen traslados, hay un período de adaptación. Lo necesitas tú y lo necesito yo. No te ilusiones, es lo único que explicaba mi inactividad. Ja, ja… pobre desgraciado. ¿Creías acaso que te iba a dejar en paz? Pues ya ves que no. Si tenías esperanzas, lo siento, pero se han ido a la mierda. Y ahora, para tu desesperación, volveremos a nuestra rutina. Voy a seguir haciéndote compañía por mucho que te empeñes en librarte de mí. Estaré a tu lado, toda tu vida si hace falta, hasta que pagues por lo que me debes —indicó Nicasio en tono resentido, una voz que solo Martín podía oír.

—Dios mío, qué castigo, qué pesadilla. Menos mal que fui prudente y sabía que tarde o temprano ibas a aparecer. Por eso le dije yo al psicólogo que esperaba lo peor. Era cuestión de tiempo que te manifestaras, sí o sí. Maldito seas, Nicasio. ¿No viviré lo suficiente para que hagas las paces conmigo? —preguntó Martín mientras que apretaba los puños y las venas del cuello se le ponían verdes.

—¿Entramos ya, Sergio? Este tío se está poniendo peor y cada vez más furioso. En breve, comenzará a destrozar todo lo que haya en su cuarto. Mire usted que tengo un olfato especial con los locos y este, a mi parecer, se asemeja a los más violentos…

—No, aguantemos un poquito más. Tal vez nos dé algún dato importante sobre su problema.

De pronto, se volvió a oír la voz retumbante del joven a través de la puerta…

—Nicasio, tú no te cansas de fastidiarme, ¿verdad? ¿Hasta cuándo se prolongará esta tortura?

—No lo sé ni me importa, puede que hasta el infinito. Mira, deja de quejarte que me das mucha «pena». Esa actitud ya la conozco. Cuando alguien le hace una perrería tan grande a otro que le cambia la vida, lo lógico es que el perjudicado reclame venganza. ¿No es lo justo? Tú hablas mucho de tus temas y ahora te ha dado por el budismo, que si karma, que si los hechos y sus consecuencias. Entonces, listo, aplícate el cuento. No querrás que esa ley solo opere con los demás. No, no, me temo que opera sobre todos. ¿Crees que porque te consideres budista yo te voy a dejar en paz? Ja, ja… ni lo sueñes, estúpido. Estás muy equivocado. Aleja de tu pensamiento cualquier anhelo de que yo desaparezca. Todo ese mal que me provocaste debe ser devuelto. Además, tengo todo el tiempo del mundo. Ya conoces el consejo que siempre te doy.

—¿De veras que sigues pensando en eso? Está claro que no te puede caber más malaleche en el alma… ¿Cómo se le puede desear la muerte a alguien por puro resentimiento que en ti es placer?

—¿Placer? No; y tú bien que lo sabes. No se trata de resentimiento ni de placer, se trata de hacer justicia.

—¿Justicia? ¿Cuál? ¿La tuya? —preguntó irritado Martín mientras que se indignaba con su interlocutor cada vez más.

—Pues claro. ¿Qué otra iba a ser? Amigo, hay que reparar los daños ocasionados. Es la ley.

Ya lo has conseguido, desgraciado. Amargándome con tu continuo acoso, has logrado que el mundo piense que estoy chiflado. ¿Te parece esa poca justicia, Nicasio?

¿Y qué otra posibilidad tenía yo? Lo sabes perfectamente. Si pudiera agarrar un cuchillo y clavártelo por la espalda, me sentiría mejor. Pero como no puedo hacerlo…

Ya. No me repitas tu discurso cansino por enésima vez. ¿Vas a invitarme de nuevo a la muerte?

—Desde luego que sí. La pena es que no puedo matarte por mí mismo, pero por supuesto, te invito a que lo hagas por tu propia mano.

O sea, que, para satisfacerte, he de suicidarme.

—Buena apreciación. Tú lo has dicho. Sería muy considerado por tu parte. Ya sé que me va a costar trabajo y esfuerzo, pero algún día lograré ese objetivo. Me sobra el tiempo, je, je… y cuando te mueras, tú y yo nos veremos frente a frente, sin barreras, en igualdad de condiciones. Solos tú y yo, desnudos. Entonces, ten por seguro de que iré a por ti, pues ya no tendrás escapatoria. Se me hace la boca agua de solo pensar en esa fecha. Tranquilo, que te vas a morir, aunque haya de esperar durante toda una vida.

—¡Cállate ya, desdichado! No me amargues más. Has conseguido que me traten como a un perturbado, que me aten, que me acribillen a pinchazos como a un loco y que me aíslen con una camisa de fuerza con la que no se puede ni respirar. Y así, años y años, preso entre cuatro paredes. ¿No te parece suficiente?

—En absoluto. Es solo una pequeña parte de mi venganza, pero aún queda. Te juro que acabaré contigo, que he de verte arrastrándote a mis pies. Estoy entrenado en la paciencia, es mi mejor virtud y la que más he desarrollado. Fíjate que supe esperar hasta tu adolescencia para empezar a actuar sobre ti. Si he aguantado casi ocho años, ¿por qué no iba a insistir más? Ja, ja… esto es un pulso y estoy convencido de que rendirás tu brazo antes que el mío. Mira, antes de que lo pienses, llegarás a mi mundo. Lo siento, amigo, pero es que eres un asesino de la peor calaña. Anda, sigue disimulando entre los que te conocen. Podrás engañar a esos imbéciles de la bata blanca. Creen que es tu cabeza la que funciona mal, pero tú y yo sabemos la verdad. ¿No? A mí me da igual que estafes a los que te rodean, pero yo sí sé de tu condición, de esa auténtica personalidad que solo posee un gran hijo de puta como tú. Sigue engañando, que yo te veo al natural, sin filtros. Continúa con tus embustes y mentiras; me da igual, yo haré lo posible por joderte la existencia, lo mismo que tú hiciste conmigo. Tarde o temprano te colgarás, ya verás. ¡Justicia, justicia!

…continuará…

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Entrada siguiente

ESQUIZOFRENIA (60) Tenso diálogo

Sáb Ago 24 , 2024
—¡Que me dejes en paz, gilipollas! O… —¿O qué? ¿Crees que me asustas con tus amenazas? —Apártate de mí o cojo mi zafu y empiezo a meditar. —Por mí, como si quieres hacer el pino. ¿Qué me importan a mí tus defensas mentales y tus estupideces budistas? Veinticuatro horas al […]

Puede que te guste