—Martín, desde la perspectiva desde la que ahora contemplo las cosas, yo estaba profundamente equivocado. Por mi obstinación hacia ti, no había girado mi cabeza hacia las colinas más elevadas de la vida. Me recreaba en mi estancamiento, que no era otro que el de la fuerza de la venganza. Sin embargo, Carmen era un espíritu disciplinado y se empeñó en alejarme de la inquina, en mudar mi rabia por el afecto. Resultó mi mejor mentora y ella, aconsejada por sus guías, que son espíritus sabios que regalan buenos consejos entre los habitantes de la ciudad, se armó de la debida paciencia pues sabía que su trabajo de convencerme no iba a ser fácil. Y cuando yo parecía caer en la paralización, porque habían sido muchos años persiguiéndote, llegaba el bueno de Rafael y su discurso calmaba la ansiedad de mi alma. De ese modo, el hartazgo por mi antigua actitud se fue haciendo patente y cuanto más cansado me sentía de mis antiguos esquemas, más me abría a las buenas influencias y a tratar de cambiar mi posicionamiento. De alguna forma, entre Rafael y Carmen supieron cómo extraerme de mi cueva más oscura para que, poco a poco, paso a paso, yo me aproximase hacia la claridad de la luz. Fue así como abandoné la caverna de mis odios por una existencia perdida y cómo me instalé con un mayor equilibrio en aquella construcción luminosa, que parecía hecha a conciencia para personas como yo, gente con terribles problemas que había sufrido mucho, pero que cansados de arrastrarse por el barro y la penumbra habían desarrollado en sus corazones una esperanza por conducirse de un modo diferente.
—Nicasio, qué bien escucharte, pero conforme me explicas tus vivencias yo también me siento peor por la naturaleza de mi responsabilidad. Por favor, dime la verdad: ¿qué decía Carmen de mí?
—Al principio, me costaba trabajo entender su actitud, cómo era posible que ella hablase bien de ti cuando eras tú quien había acabado a través de la violencia con nuestros planes, con todo un proyecto de vida compartido. Con el tiempo, lo comprendí todo. Ella había aprendido tanto, se había dejado envolver tanto por los buenos sentimientos que ya no cabía en su alma emoción negativa alguna acerca de ti. Y eso que ya sabía todo lo que había ocurrido al respecto de mi «desaparición» del plano físico y quién la había propiciado.
—Dios mío, qué nobleza de alma la suya.
—Así es, amigo. El amor solo desprende luz y aquel se había apoderado de tal modo de su ser que ya no había sitio para la oscuridad entre sus poros ni para la negatividad o el resentimiento. Rafael me aportó la sabiduría y el razonamiento de sus alegatos, pero es que Carmen me atravesaba directamente el corazón con la flecha de sus sonrisas, pues a ella me unía el vínculo más sagrado de la existencia que es el afecto. Eso fue el último golpe en mi conciencia que resonó para que yo me desprendiese de mi antigua obsesión. No resultó sencillo, pero cuanto más progresaba más ilusionado me sentía con mi nueva visión de lo sucedido. Debe ser que para labrarme un buen futuro hay que revisar con otra óptica diferente, constructiva y edificante, todo eso que ha ocurrido en tu pasado y que, en mi caso, arrastraba en mis espaldas como un peso muerto que me impedía avanzar. Ella me anunció que viviría allí, junto a ella, todo el tiempo necesario hasta esclarecerme. En mi caso, fue como revivir otra vez, anhelando otra oportunidad de compartir con ella todo aquello de lo que no pude disfrutar una vez que estalló aquella maldita guerra. ¿Ves ahora cómo funciona la misericordia divina?
—No puedo ni pensar en ello. Me noto abrumado por tanta complejidad.
—Después del malestar de mi ayer, de todo ese aborrecimiento acumulado, lo tengo claro: ahora solo pretendo amar y amar más, que Carmen me enseñe a desarrollarlo y cómo debo vivir para transformarme. Me gustaría algún día aspirar a ser como ella. Se trata del más hermoso sueño al alcance de mi mano, apenas un reflejo del afecto que el Creador debe sentir por todos sus hijos. La clemencia divina vuela por los aires al encuentro de las almas y yo no quiero perder esta nueva oportunidad que se me brinda, una reconciliación conmigo mismo que me hará disfrutar de la felicidad y la plenitud.
—Qué bien lo has resumido, Nicasio. Esta ha sido la mejor noticia que podía recibir desde esa fecha en la que apareció por aquí Isabel y ese señor del más allá tan listo. Ojalá que todo eso que has expuesto se cumpla. Que puedas disfrutar de la grata compañía de Carmen y que puedas recuperar el tiempo perdido con ella, aunque sea en la otra dimensión. Que Dios me perdone y que me dé una nueva ocasión de reparar el daño causado. Me ha encantado tu metamorfosis, amigo, porque me da la seguridad de que yo también gozaré de la misma si me sé conducir. Ahora ya sé, después de escuchar tu historia, que Dios es pura generosidad y que, si lo merezco, Él me ofrecerá nuevos desafíos para confirmar esas ansias de cambio tal como a ti te ha sucedido.
—Así lo deseo yo también, hermano. Me despido de ti, Martín. Ardo en deseos de abrazar a Carmen. Le daré tus mejores recuerdos. Se alegrará un montón al saber que ya te encuentras mejor, una vez liberado de mi agobiante carga. Su amor es tan grande que puede llenar nuestros mundos de sentido. Qué sensación tan inigualable resulta haber podido desahogarme contigo. Luchemos ambos, cada uno desde su lugar, por evolucionar. Eso es lo más importante, nuestro reto constante y la esencia de cuanto he aprendido. Dejemos atrás cualquier mal recuerdo, cualquier diferencia que nos distancie. Contemplemos con esperanza lo que está por llegar. Adiós, amigo. Quiera el destino que volvamos a encontrarnos.
Fue así como la figura antes nítida de aquel visitante, ahora morador en una ciudad espiritual, se fue difuminando hasta desaparecer. Con lágrimas en los ojos, tratando de recuperar la normalidad, Martín se levantó de la cama y permaneció de pie pensativo. Realizó un gesto instintivo al estirar sus manos, como si se estuviese abrazando con Nicasio y al mismo tiempo, deseándole de todo corazón lo mejor. Aquella había resultado una despedida plena de armonía y llena de las más bellas intenciones, lo que demostraba la naturaleza novedosa de aquella relación entre almas que durante años y años se había distinguido por su conflictividad y el perjuicio mutuo. El joven llegó a percibir el eco de una voz en sus oídos: «Recuerda, puede que algún día venga a visitarte solo o en compañía de Carmen, pero siempre en son de paz y bajo las ondas del amor». Concentrado, Martín repitió mentalmente:
«Viaja en paz, hermano. Gracias por tu compasión. Me he liberado del pensamiento de víctima del presente y espero que también del papel de verdugo del ayer. Continúa tu camino y que Dios nos ampare.»
…continuará…