A continuación, Martín miró hacia su derecha y su izquierda para comprobar que no había nadie más por allí cerca. Una vez que se aseguró de que ninguna persona le quitaría su cojín, se levantó de un impulso y le ofreció la mano al psicólogo.
—Me llamo Martín San Blas, doctor. Perdone, no soy un maleducado. Es que usted no sabe el valor que este objeto tiene para mí —expresó el joven mientras que le enseñaba el cojín a Sergio.
—Caramba, Martín. ¿Tanto valor le das?
—Pues sí —respondió el chico con gesto convincente—. De todas formas, aclaremos las cosas: no se trata de un vulgar cojín. Qué verdad es que conviene informarse antes de hablar a la ligera. Esto que ve entre mis manos se llama «zafu». Está relleno de un material natural llamado miraguano que se extrae de unas palmeras pequeñas que existen en América y Oceanía. Se usa para sentarse y meditar y yo lo utilizo para ese fin. No está demasiado duro como para que te incomode ni demasiado blando como para que, al rato, se te doble la espalda. Y en la meditación, lo importante es mantener la espalda recta. ¿Lo comprende?
—Caramba con la explicación. Ha sido genial y te veo muy informado. ¿Te importaría pasar a mi despacho?
—Voy. Es que hay gente que se duerme meditando, pero con el zafu es más fácil permanecer despierto y acabar meditando, que es lo que cuenta.
—Bien, te voy a hacer más preguntas, que para eso es nuestra primera entrevista y necesitamos conocernos. Siéntate. Entonces, me decías que el miraguano te permite estar en una posición de equilibrio. Ni muy blando ni muy duro, para que así no te moleste en el culo.
—Así es. Me alegro de que lo haya entendido. Hay personas que no logran comprender lo que les digo, pero yo creo que me expreso bien. El problema, por tanto, no está en mí.
—De acuerdo, Martín. Tengo la impresión de que estamos empezando bien este primer encuentro. Una cuestión: ¿te parece interesante que nos tratemos de tú? Así podremos expresarnos con mayor confianza. ¿Qué te parece?
—Vale. A mi me da igual —contestó el joven con indiferencia—. ¿Quieres saber por qué para mí es tan valioso este zafu?
—Pues no tengo ni idea, pero será bueno escuchar tus razones.
—Es que… cuando me agobio… me siento sobre él, me pongo a meditar y, en general, se me pasa el agobio.
—Vale. Ya me doy cuenta de por qué ese cojín es tan esencial para ti.
—Señor, por favor, se llama zafu.
—Me disculpo por mi ignorancia. Entonces, ¿nos tuteamos?
—Perdona, pero se me ha olvidado tu nombre. Estoy un poco alterado, pero tranquilo, que no me voy a sentar en el suelo a meditar. Estoy nervioso porque esto es nuevo para mí. La verdad es que no me gustan las sorpresas.
—Soy Sergio Alegre, a tu disposición.
—Vaya, y tú, ¿eres una persona alegre?
—Ja, ja, muy ingenioso. Lo intento, pero a veces, tengo mis episodios de crisis.
—¿Crisis? ¿Tú tienes crisis como las mías? ¿Eres igual que yo? ¿Es eso lo que tratas de decirme?
—Mira, Sergio, en el fondo, todos los seres humanos somos parecidos. Tú tienes brazos y piernas como yo, un corazón que late y unos pulmones con los que respirar. Y todos, algún día, moriremos. ¿No estás de acuerdo?
—Sí. Es razonable, pero a veces me planteo si alguien se puede morir antes de tiempo.
—Claro, pero… ¿por qué te planteas eso?
—Porque muchas veces pienso por lo que yo hago aquí.
—¿Te refieres a haber sido enviado aquí a «Los girasoles» o a algo superior?
—Hablo en general, de la existencia misma.
—¿Tú conoces a alguien que sepa con exactitud el motivo por el que está aquí?
—No lo sé.
—Pues venga, hablemos de eso. Es un tema amplio e interesante. Antes me dijiste que cuando te agobiabas, te sentabas en el zafu y te ponías a meditar. Veamos, ¿de dónde te viene ese agobio?
—Es muy sencillo. Porque el pesado de Nicasio me persigue.
—¿Nicasio? ¿Quién es ese?
—Un idiota. No deja de acosarme, aunque debo reconocer que no lo hace todos los días ni a todas horas.
—Vaya. Y ese tal Nicasio ¿está ahora mismo aquí? —preguntó intrigado el psicólogo.
—No. Digamos que hoy me ha dado libertad. Debe ser que como he cambiado de casa, pues igual él se ha molestado por eso. No sé, no estoy seguro de que esa sea la explicación por la que hoy no se ha presentado. Bah, no sé ni por qué he dicho esa tontería. Seguro que volverá a fastidiarme de nuevo en breve.
—Vaya, ese tipo debe tener muy mala pinta.
—Doctor, usted me está mirando de forma rara. Claro, seguro que se cree que le estoy mintiendo. ¿Verdad?
…continuará…