—Solo pronunciaba el nombre de aquel que te ha estado incordiando desde tu adolescencia —aclaró con serenidad la mujer—. Para ti, habrá sido un auténtico calvario. Disponer de este «amigo» tan peculiar las veinticuatro horas del día y sin que tú le llames ha debido resultar agotador. Qué agobio, ¿no? Empiezo a entender la magnitud de tu sufrimiento, Martín. Hay penitencias digamos que insoportables. Sin embargo, también te digo que no te lamentes. Estos fenómenos con los que me he encontrado más de una vez son productos de una mala cosecha y en ese sentido, tú tendrás tu particular responsabilidad. Simplemente, estás recibiendo una lección universal, la de aquellos que creen que son inmunes frente a ciertos comportamientos. Lo comprendes ahora ¿verdad, amigo? Señores, el mal realizado no se acaba con la muerte. Dime, jovencito, tú eres el más indicado para demostrar la validez de ese argumento.
De repente y por sorpresa, Martín tomó la palabra, pero con un tono bajo, como si pretendiera que nadie se enterara de lo que iba a decir…
—Por favor, señora, ¿me confirma usted que está en contacto con Nicasio? ¿Dónde está?
—Lo sabes mejor que yo. ¿Acaso quieres ponerme a prueba, muchacho? Piensa que soy mucho mayor que tú y que mi experiencia es amplia. Tu antiguo conocido está a unos tres metros detrás de ti, sentado en el suelo y observando la situación. ¿Quieres más datos?
—No, me basta con su demostración. Y… ¿por qué él está tan tranquilo? No me parece normal.
—Muy simple; porque está a la expectativa. Esta circunstancia es tan nueva para él como para ti. Y las sorpresas producen parálisis; uno se queda quieto a la espera de que las cosas se aclaren. Rafael y yo estamos acostumbrados a estas coyunturas en las que participan seres de uno y otro lado. En resumen, que él se halla tan sorprendido como tú y como estos señores que nos examinan con atención. Tu «compañero» Nicasio está reflexionando a toda velocidad, trata de entender lo que está pasando. Hasta hace un minuto estabais como solos, sumergidos en vuestra peculiar e íntima lucha. Ahora, ese conflicto del ayer ha cruzado fronteras y ya contempla un amanecer distinto tras una larga y prolongada noche. ¿Será que el sol va a ascender por el horizonte?
—Perdone por la pregunta, pero… ¿quién es ese señor que está a su derecha? —comentó Martín con mucha curiosidad.
—Puedes tener en él toda la confianza del mundo. Tranquilo, Rafael es un buen tipo. Mi admirado colaborador no tiene ninguna relación o vínculo con Nicasio ni con las circunstancias del caso. Mi fiel consejero está aquí solo para ayudarnos.
—Menos mal, Isabel. Creí volverme loco. Pensaba que me había ganado un nuevo enemigo.
—No, qué va. Solo se trata de un espíritu avanzado que trabaja conmigo a la hora de resolver situaciones como la tuya. Su sabiduría y buen manejo están fuera de toda duda. Ahora lo comprobarás.
—Tenga la bondad, señora, se lo suplico —manifestó Martín mientras que se arrodillaba delante de Isabel—, ¿podría explicar a estos dos señores cuál es mi problema y su origen? Le doy gracias a usted y a Dios si el hecho de que hayan venido hasta aquí sirve para acabar con esta tortura que me persigue desde hace años. Se lo ruego, que yo no estoy loco, que no soy un chiflado esquizofrénico que anda todo el día sufriendo alucinaciones y al que le pinchan para calmarle. Dios mío, solo quiero ser normal y que alguien me comprenda.
—Claro que sí, ten calma. Voy a contar a estos profesionales el origen de tu trastorno y cómo podríamos encarar la cuestión. Y levántate del suelo, deja de besar mi mano y siéntate, que no soy una santa. Anda, no lo pongas más difícil.
El chico dio un largo respiro y siguiendo el consejo de la enfermera se sentó en la silla de plástico, lo que no evitaba la emoción que le embargaba y la aparición progresiva de unas lágrimas que, en orden, se deslizaban por sus mejillas.
—Don Ildefonso, Sergio, voy a cumplir con la voluntad de Martín y así relatar todo lo que me ha llegado al pensamiento sobre la procedencia de su grave problema.
—Estamos expectantes, Isabel. Qué gran trabajo, amiga —afirmó con fuerza Sergio.
—Antes de juzgar, es conveniente reunir información y luego, actuar en consecuencia. Yo a él no le conozco, por lo que repetiré justo lo que Rafael me vaya transmitiendo acerca de su historia. Parece que tanto el espíritu de Nicasio como el de Sergio se conocían de hace bastantes años. Y no estoy hablando de esta época, aunque este ser que le atormenta aún parece revivir como muy próximas algunas escenas de su pasado compartidas con nuestro paciente. Ya sé que no podéis ver a Nicasio, pero él se encuentra muy cerca de nosotros y va a escuchar con atención los orígenes de esta turbulenta historia.
La mujer se levantó de la silla y poniendo su mano en la cabeza de Martín, hizo así que el joven se calmase y estuviese aún más receptivo a lo que iba a oír.
—Verano de 1936, sitúense. Todos sabemos lo que aconteció durante esa trágica estación. En España se inició una guerra civil que afectó a todos sus habitantes. A diferencia de otros conflictos, no había personas que hablasen lenguas distintas, sino dos grupos de combatientes que se enfrentaban a muerte. Con ser esto grave, lo peor no provenía de unos soldados que cumplían órdenes. La violencia no se limitó al campo de batalla o a las trincheras. Un odio jamás visto se apoderó de los contendientes y los abusos más salvajes se produjeron en la retaguardia, donde almas milenarias aprovecharon aquella coyuntura para ajustar sus cuentas pendientes y desarrollar sus venganzas. Vecinos contra vecinos, amigos obligados a posicionarse ante el conflicto según el bando en el que les había tocado, incluso miembros de una misma familia se vieron abocados a situarse el uno frente al otro. Muchos padres se enfrentaron con sus hijos y muchos hijos contra sus padres y las rencillas resueltas a tiros se produjeron entre hermanos y otros que compartían la sangre. Algo de ello ocurrió entre los dos seres que tenemos hoy aquí presentes.
…continuará…