Un silencio sepulcral se había instalado entre las paredes de aquella habitación, mientras que los presentes seguían pendientes del desgarrador relato ofrecido por Isabel…
—No hay fusiles ni bayonetas en el mundo espiritual, pero aún así, el rencor y la voluntad de venganza siguen actuando porque habitan en las cavidades del alma. Y como a la muerte le sigue la vida, hay espíritus que solo saben satisfacer sus ansias de venganza a través de la obsesión y la locura que provocan entre sus víctimas. He aquí a nuestros dos enemigos irreconciliables. El que veis nació hace veinte años y está justo sentado ante nuestros ojos. Tú, Martín, regresaste a la vida en 1971. Viniste al mundo en unas condiciones deplorables y difíciles, mas no hubo sorpresas. Todo concordaba con los planes que se habían hecho sobre ti, atendiendo única y exclusivamente a las razones que habías generado con tus propios actos. Ese fue el motivo principal por el que quedaron organizadas las condiciones de tu vuelta a la existencia. No llores tanto y trata de entender, amigo. Es eso lo que me comenta Rafael. El Creador no te ha castigado, solo que tu vida actual es el producto de tus anteriores obras, de tu modo de proceder. Te guiaste por la maldad, hiciste mucho daño. Eso ocasionó que llegases al mundo bajo unas condiciones complicadas. En muchos casos, solo a través del dolor se asume el aprendizaje y todos sin excepción, deben pasar por esa enseñanza. No hay actitudes ni hechos que permanezcan en el olvido ante Dios. En cambio, con las buenas obras obtienes el efecto contrario. Con ellas, das un paso decisivo de cara a tu evolución y ello implica una sensación de plenitud y felicidad que solo aprecia quien lo realiza. A los pocos días de nacer fuiste abandonado por tu propia madre en las puertas de un convento. Las religiosas cuidaron de ti durante un corto espacio de tiempo. Luego, según la normativa de la época, te entregaron al Auxilio Social, que era la institución responsable de tus cuidados en los años setenta. No tuviste «suerte» con tu destino, si hablamos desde una perspectiva terrenal. Ninguna familia te acogió, pues ese era tu sino de acuerdo a los datos que después comentaré. En la adolescencia te surge el gran inconveniente. El espíritu de Nicasio Fernández, aquí presente, comienza a presionarte, a ejercer su influjo enloquecedor sobre tu figura. Lo que tú veías, lo que oías, tus quejas, tus gritos, tus conversaciones a solas con Nicasio, disparan las alarmas entre tus cuidadores. Sospechando de la irracionalidad de tus actos, tu largo periplo en los caminos de la locura y de los establecimientos psiquiátricos se inaugura. Esa fase se prolonga durante años hasta que, no hace mucho, te traen hasta aquí, «Los girasoles», para cambiar el tratamiento contigo ensayando un nuevo método de aproximación a tu pensamiento. Sin embargo, hay males que, aunque merecidos, tienen fecha de caducidad y he aquí que vienes a caer en otro ambiente y en otras manos y que incluso me avisan a mí para que a través de la ayuda espiritual puedas ser abordado de una manera totalmente distinta hasta la desarrollada hasta ahora. Y estamos aquí, Martín, en tus circunstancias presentes.
Isabel se quedó callada, como dándose un pequeño descanso. De repente, antes de que la mujer siguiera con el relato de aquel conflicto, la figura de Martín cayó hasta el suelo, como si una fuerza invisible le hubiese empujado desde su espalda hasta tirarle. El joven fue rodando a toda velocidad hasta chocarse con una de las paredes. A los pocos segundos, se oyeron unos gritos procedentes de la garganta de Martín, como si se estuviese protegiendo de una agresión hacia su persona. El joven movía sus manos continuamente, como defendiéndose de unos golpes que supuestamente estaba recibiendo en la cara.
—¡Quita, desgraciado, aléjate de mí! ¡Déjame en paz! ¿Hasta cuándo, Dios mío? —chillaba el paciente dando manotazos al aire—. ¡Isabeeelll…! Haz que se vaya, te lo suplico. Me está martirizando, no puedo más. Ten compasión de mí.
—Le ha dado un ataque de los suyos —manifestó impresionado el psiquiatra—. Es como si le estuviesen dando una paliza. Mirad los gestos de endemoniado que realiza. ¿Qué se supone que debemos hacer, señora? ¿Le inyectamos algo antes de que se ponga peor?
—En absoluto —contestó la enfermera con una sorprendente tranquilidad—. Estén todos tranquilos que no va a pasar nada.
—Isabel, parece que Martín está sufriendo lo indecible —comentó preocupado Sergio—. ¿Vamos a tener que aguantar mucho esta coyuntura? Por favor, amiga, ¿puedes hacer algo por este chico?
—Rafael —dijo la enfermera mientras que cerraba sus ojos—. ¿Puedes hacerte cargo de la situación?
Transcurridos unos segundos, los manotazos y los gritos cesaron. Algunos hematomas aparecieron en el rostro del muchacho. Este cambió sus gestos, se giró sobre sí mismo y ya sentado, apoyando su espalda en la pared, pareció quedarse algo más relajado.
—Chico, ánimo, que ya pasó lo peor —expresó la mujer mientras que miraba a Martín con ternura—. Respira, serénate y cuando estés preparado, le explicas a estos dos señores lo que te ha pasado. Tú has sido la víctima, luego te entenderán mejor.
Tras un minuto en el que el ambiente se fue calmando…
—Supongo que ahora estarán un poco más convencidos del carácter de esa «locura» que se instala en mi mente. Cuando esta señora estaba con su relato, Nicasio se lanzó por sorpresa contra mí. Me cogió por la espalda de forma traicionera y me arrojó de la silla. Empezó a insultarme como un demonio y luego, pasó a darme puñetazos con sus dos manos, sobre todo por la cara o por donde podía. Creo que escuchando la historia de Isabel fue acumulando rabia en su interior hasta que estalló y la pagó conmigo.
—Es cierto, te ha dejado la cara con heridas de los impactos —afirmó el psicólogo tras observarle a unos metros de distancia—. Te han salido cardenales, aunque no veo sangre.
—Ahora que hemos recobrado un poco la compostura, mucho me temo que me he perdido —intervino el psiquiatra con expresión de duda—. Admito que lo vivido hoy ha sido la primera vez que me ha ocurrido. Es todo tan impresionante que necesito aclaraciones, Isabel. Se lo ruego.
…continuará…