ESQUIZOFRENIA (12) Un vacío que llenar

—Increíble, aunque ya me había fijado en la ausencia de anillo en tu mano. De todos modos, eso no significa nada. Hay caballeros que antes de entrar aquí, se desprenden de esos objetos que delatan su estado civil o que les incomodan. En serio, Armando… ¿es cierto que no estás comprometido?

—Totalmente. ¿Por qué te iba a mentir con lo bien que me has caído desde el principio? Si no ves ningún anillo es porque no hay ninguna causa para que lo lleve. ¿Satisfecha?

—Vale. ¿Puedo seguir con mis aclaraciones? —confesó la excitada joven que contemplaba la oportunidad abierta de investigar a su cliente.

—Prueba y verás…

—¿A qué te dedicas? O mejor dicho… ¿de qué vives? No todos los hombres de Madrid pueden permitirse el lujo de yacer con una chica en «Le Paradis» ni de pedir varias botellas de Moët Chandon como si fuese agua de un grifo.

—Te entiendo, querida. Soy empresario, sin más. Empecé desde muy joven. Me lo he tenido que trabajar desde mis inicios. Nada de suerte ni de ayudas. Con pocos recursos, pero con mucha dedicación y muchas horas de esfuerzo, las cosas fueron prosperando y así abrí mi primera tienda en la capital. Luego, ya se sabe, el dinero llama al dinero y el negocio de los electrodomésticos ha ido evolucionando. La nación ha pasado por una etapa de prosperidad y de crecimiento en los sesenta y ahí están las consecuencias. Ya poseo más de diez tiendas en Madrid y continúo con el proceso de expansión. Y eso que aún no he cumplido los cuarenta, por lo que el futuro se muestra brillante delante de mi vista. Mi empresa funciona y eso es lo que más me satisface, aparte de la alegría de mis clientes con sus compras. Creo que también me ha ayudado mucho el hecho de no tener cargas familiares, ni esposa ni hijos. No imagino tanto esfuerzo invertido teniendo que tirar de una familia.

—Y me llama mucho la curiosidad una cosa, señor empresario de éxito —afirmó Eva con mucho fulgor en su mirada—. ¿Por qué acudes a lugares de alterne? ¿Qué buscas? Por favor, sé concreto y di la verdad. Ya te comenté antes que no dabas el perfil de hombre que viene hasta los prostíbulos.

—No lo sé, jovencita. Supongo que mi cuerpo tiene unas necesidades que ha de cubrir. También influye el hecho de que no tenga en casa a alguien que me espere y también las ansias de aventura, el placer…

—Pues fíjate bien, Armando. Yo veo en ti otro tipo de motivaciones, más allá de lo que aquí se hace.

—Ahora, más que preguntar, lo que estás haciendo es analizarme, como si hubieses desarrollado una cierta capacidad para leer mi pensamiento y mis inquietudes.

—Da igual, seré puta, pero no me considero imbécil y cuando me interesa, sé leer en el corazón de los hombres con los que me acuesto. Y tú, ya ves, me has interesado desde el primer momento, al igual que yo a ti. Y todo eso te lo digo sin haber copulado, je, je…

—Entonces, Eva, ¿ves algo en mí, aparte de lo que ya te he contado?

—Sí y mucho.

—Vaya, aclárame eso. Tal vez seas más intuitiva de lo que yo pensaba —respondió el empresario mientras que se ponía en actitud de escuchar con atención.

—Con tu permiso, pero observo delante de mí a un hombre triste. Puede que lo que has hecho hoy forme parte de una rutina, un simple ritual que te divierte. Sin embargo, noto… el peso de la soledad, un proyecto existencial que te ha llenado el campo profesional, pero que se ha vaciado en otros ámbitos.

—Muy sugestiva tu reflexión. Supongo que te estás refiriendo a la cuestión del amor.

—Sí. Y no sé si me he metido en aguas pantanosas. Que conste que eras tú el que quería profundizar y que te hiciese preguntas. No pretendo herirte con mi planteamiento, Armando, pero es que hay personas que se enfadan cunado se les habla de ciertos aspectos. Por eso me resultas tan seductor. Aquí, salvo excepciones como la tuya, el personal viene a lo que ya sabemos. Mejor así, que no poseo ningún título ni de psiquiatra ni de cura para ofrecer soluciones a los problemas que los seres humanos guardan en su alma. Yo ya tengo los míos y con eso me basta. Como se suele decir, que cada palo aguante su vela.

—Sé qué terreno piso y dónde estoy. También soy consciente de que una visita a un prostíbulo no va a organizar mi vida. Por eso me llama la atención tu capacidad, que con solo veinte primaveras hayas atravesado con limpieza esas barreras que las personas nos ponemos para defendernos del sufrimiento, del daño que por el hecho de estar vivos debemos enfrentar. Resulta curioso, pero yo acudí a «Le Paradis» con la intención de divertirme un rato, alternar y luego, volver a casa más tranquilo. Ahora, y no sé si alegrarme o preocuparme por ello, me estoy planteando quién ha planeado este llamativo encuentro entre nosotros. Las dudas me invaden, querida, pero te anticipo que durante días no podré borrar el recuerdo de nuestra conversación.

—Me alegraré de ello, Armando. Quién sabe, tal vez te sirva para recapacitar sobre ese éxito empresarial que has conseguido pero que, al parecer, no llena el vacío de otras áreas que resultan importantes para ti.

—Lo he cavilado muchas veces y resulta que vengo a un club donde, una de sus empleadas, me insiste en ello. No sabes la enseñanza que me estás aportando. Gracias por tus sabios consejos, Eva. Es verdad, he atiborrado de dinero mi bolsa, pero la mesa de mi existencia permanece coja, esa mesa donde uno se sienta para que haya equilibrio y armonía.

—Uy, mi cliente «especial», con tanta charla y reflexión hemos abusado del sofá y ni siquiera nos hemos tumbado sobre la cama, que era el objeto de esta reunión. ¿Qué, nos ponemos manos a la obra? No quiero que salgas del local deprimido. Eso sería perjudicial para mis intereses. Ya sabes, un caballero que se va triste de aquí, sencillamente no vuelve. Y ten por seguro que la Madame te va a preguntar por ello.

…continuará…

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