—Por concluir, queridos amigos —reanudó su discurso Isabel—, el joven aquí presente y hace años llamado Pedro, «celebra» la desaparición de su antiguo rival amoroso y halla completamente libre el camino para lanzarse con garantías sobre su admirada Carmen Arias. Los tiempos tan difíciles, el hambre y la miseria de la época, así como el inevitable paso de los meses hacen mella en el ánimo de la mujer que finalmente, pierde toda esperanza de que su novio reaparezca en el escenario de su vida. Pasa más de un año desde la conclusión de aquella terrible guerra entre hermanos y la chica se da por vencida. Se convence de que Nicasio murió realmente en el campo de batalla y no ejecutado por encargo del que se va a convertir en su marido. Todo se torna en felicidad en los planes de Pedro, que decidirá llevarse a la tumba aquel terrible secreto que solo él conoce en el pueblo. Las circunstancias y la presión de Pedro, uno de los dirigentes políticos con más influencia y poder en Talavera de la Reina hacen el resto. Ella desconoce por completo la maldad que habita en el corazón del actual Martín y sin saber la verdad, al año siguiente se celebra la boda en Talavera. Aunque la mujer no está totalmente convencida de su amor por Pedro, puede más el deseo por llevar una vida ordenada al abrigo de la autoridad de su marido que otras condiciones como olvidar esos tres años de guerra y el mal trago experimentado con la pérdida de su antiguo novio. Ahora, ella compartirá la posición predominante de su nuevo marido dentro de un régimen político y del bando que ha resultado victorioso en una terrible conflagración.
—Perdone que le interrumpa, Isabel —comentó el psiquiatra—. Que yo sepa y en general, ninguno de nosotros tenemos conciencia de esos hechos que usted relata y que provienen de nuestro pasado en otros cuerpos. ¿Qué ha sucedido en esta coyuntura?
—Es cierto doctor, tiene usted razón. No existen muchos casos en los que este recuerdo salga a la luz. Es obvio que, en el tema de Martín, la acción perturbadora de Nicasio sobre él ha girado en torno a la acusación de haberle asesinado. Nuestro joven paciente ha tenido que pasar por la pesadilla de revivir estos hechos como si hubiesen sucedido ayer y de eso hace más de cincuenta años. Toda esta cadena de sucesos forma parte de su responsabilidad individual. Nadie le obligó, salvo por su egoísmo, a actuar de un modo tan miserable y ruin. Sin embargo, las emociones y los recuerdos traumáticos no desaparecen por la llegada de la muerte física. Hoy lo hemos comprobado al revivir la historia de estos dos personajes. Hemos sido testigos de una acción extraordinaria: después de medio siglo, es la primera vez en la que Martín le ha pedido sinceras disculpas a su víctima por lo ocurrido. Y es que hay cosas difíciles de olvidar y por supuesto, de perdonar. A Nicasio alguien le destrozó la vida, sus sueños, sus proyectos más íntimos. A mí, después de tantos años de experiencias y de tratos con otros pacientes, no me extraña para nada el acoso que Martín estaba sufriendo. Habría que habernos contemplando a nosotros en el mismo escenario. ¿Acaso nuestra reacción hubiese sido diferente? El afectado reclama venganza y el causante debe asumir los efectos de su vituperable comportamiento. A mí, en lo personal, no me gusta hablar de recompensas o castigos sino de unos hechos que se producen y de unas consecuencias que se generan. Pedro, hoy Martín, porque hablamos del mismo espíritu en dos fases de su inmortal existencia, realizó algo indigno y lleva desde su adolescencia recibiendo las secuelas de lo acontecido.
—Isabel —intervino el psicólogo con interés—. Me preocupa la reacción de Nicasio cuando se recupere de su «sueño», de ese estado de reposo en el que le ha sumido Rafael. ¿Tendremos mejores perspectivas?
—Es probable, Sergio. Hay un dato más que interesante: Martín ha reconocido abiertamente su propia responsabilidad en aquellos hechos atroces cometidos en la posguerra. Eso va a tener un efecto claro que es el de reducir el odio y las ganas de represalia en el ánimo de Nicasio. Habrá que comprobar esos efectos calmantes durante las próximas fechas. Yo he visto las lágrimas de ese espíritu y eso me demuestra que es sensible, que está harto y fatigado de tanto agobio, una señal inequívoca de que algo se mueve en su interior. El simple reconocimiento de la verdad es, a menudo, el inicio de la reconciliación.
—En mi opinión, creo que estamos ante un claro ejemplo de obsesión. ¿No es así, Isabel? —preguntó Sergio.
—En efecto, amigo. Sucedería lo mismo si ese hecho se hubiese producido sin llegar al extremo de la muerte. Alguien que ha recibido un gran daño solo piensa en devolver ese daño, en vengarse de su agresor. Una reacción nada sorprendente y muy humana. Es lógico ¿no? El golpe emocional es tan intenso que la mente solo deja espacio para el desquite, cuando se pueda y donde se pueda. Por motivos obvios y hablando de Nicasio, esa aversión hacia su verdugo traspasó las fronteras del más allá. No todos están preparados para perdonar a corazón abierto, sobre todo cuando la otra parte tampoco asume su error y su responsabilidad. Ese deseo de desquite se convirtió en obsesión y he aquí los resultados de los últimos años. En vuestro trabajo, queridos compañeros, habréis comprobado a menudo lo desolador que puede resultar ese tipo de conductas. Es la realidad que nos encontramos y que hay que asumir si queremos comprender por qué suceden algunas cosas que a priori, no entendemos. Cuando alguien no solo le quita la vida física a otro, sino que le interrumpe cumplir con sus sueños, debe producirse una «aproximación» entre verdugo y víctima o ese odio enquistado se extenderá a lo largo del tiempo, da igual que se trate de años y años. Sin embargo, tal y como me ha comentado Rafael, hoy hemos dado un importante paso para avanzar con ese proceso de recuperación. Por mucho rencor que se haya podido acumular, la vida no va de eso. El objetivo último es el asentamiento de los lazos de afecto y cordialidad entre todos los seres. Esta ha resultado una prueba brutal para los implicados, un desafío de tal magnitud como para rendirse, pero, al final, los caminos de la existencia se imponen y ese sentimiento de evolución, de avanzar tan propio de la conciencia se implanta.
—Doña Isabel —dijo Martín—. Tengo una duda que me corroe el alma y que, dadas las circunstancias, aún no he aclarado. Al haber sido diagnosticado como esquizofrénico desde hace tanto tiempo, nadie me ha dado explicaciones.
—Pues tú dirás, querido amigo.
…continuará…