En las siguientes jornadas la situación de la pareja continuó deteriorándose, conforme el hombre veía pasar las fechas y comprobaba que la mujer no pensaba en ningún caso en abortar. El crecimiento lento, pero incontenible de la barriguita de la chica ponía de los nervios al empresario mientras que su distanciamiento se hacía más palpable.
Finalmente, un sábado de septiembre, más o menos a mitad de la etapa del embarazo, una conversación trascendente entre el hombre y la mujer se produjo durante el desayuno en el salón del ático.
—Tenemos que hablar, Eva…
—Por tu cara, ya me tiemblan las piernas. No sabes lo entrenada que estoy en analizar a las personas por el semblante que exponen. Tu expresión me resulta más bien conocida y solo puedo esperar malas noticias de tu parte.
—Puede.
—Perdona por mi pesimismo, pero todavía me duele la espalda por el peso de la indignidad que he debido cargar durante años. Y todo eso, pese a mi juventud, pues me parece que he vivido más años de los que realmente tengo. No lo dudes, Armando; cuando te enfrentas de continuo a experiencias terribles, las personas se vuelven más viejas. Esa es mi sensación. Tanto tiempo siendo explotada y humillada… todo eso tenía que dejar huella en mi alma.
—Mujer, ¿de dónde sacas toda esa filosofía barata? No es para tanto. Verás, he estado pensando mucho y he alcanzado una conclusión. Estaba claro que la situación de incertidumbre a la que nos enfrentábamos no podía continuar así. Me has dado mucho durante todo este tiempo, aunque era cierto que no contaba con la idea de que te quedases embarazada. Pero la barrera definitiva de mi paciencia la has traspasado cuando te has negado a seguir mis recomendaciones y por tanto, has rechazado mi propuesta de interrumpir tu embarazo.
—Dios mío, estoy preparada —musitó en voz baja Eva como preparándose para lo peor—. Di lo que tengas que decir. Nada le pedí al Creador salvo escapar de aquel infierno en el que me había metido y ahora, lo único que pretendo es no tener que volver allí.
—Venga, déjate de metafísica y escúchame con atención. Nuestra relación ya no era viable, como se ha demostrado desde que fuimos al ginecólogo y por tu tozudez en dejar crecer a ese niño en tu vientre. Yo no deseo seguir con esta relación si hay una criatura a la que cuidar. No estoy preparado, te lo digo con total sinceridad. Que conste que te he dado múltiples oportunidades de reflexión, pero tú no has cambiado ni un ápice tu postura. Has sido muy tajante y no te has adaptado a mis peticiones. En fin, qué se le va a hacer. Mira, te he buscado un piso de dos habitaciones en el centro. Claro que no posee el lujo de este ático, pero seguro que te sentirás cómoda. He abonado a su propietario un año completo de alquiler. Así estarás relajada. De todas formas, esta misma semana te voy a dar una cantidad de dinero suficiente para que puedas organizar tu nueva vida sin agobios y al menos, te notes desahogada.
—¿Me estás echando de tu casa, así, tan tranquilamente? No puedo creerlo.
—Por favor, admítelo. No está entre mis proyectos cargar con un niño. Te he insistido hasta la saciedad en esa cuestión. Y ahora es demasiado tarde para dar marcha atrás. ¿Por qué has ignorado mis consejos? ¡Mira que te lo advertí!
—Si tus recomendaciones eran abortar sí o sí, entonces esos consejos no entraban en mis planes. Si no renunciar a este ser que llevo en mi cuerpo supone que yo desaparezca de tu vida, entonces me sentiré orgullosa de mi decisión.
—Sí, entiendo todo eso que dices y tu orgullo por ser madre, pero no es lo que quiero. Por eso te ruego que te vayas en los próximos días de esta casa. Por cierto, tu nuevo apartamento está completamente amueblado y goza de los mejores electrodomésticos, para que no te falte de nada. Es una pena, pero tú y tu empecinamiento han hecho el resto. Ha sido un placer encontrarnos y te deseo la mejor de las suertes.
—¿Suerte? Ni que nos hubiésemos conocido ayer… Armando. En cuanto a los electrodomésticos, no deja de ser una ironía, supongo que no te habrá salido caro… con la de tiendas que posees.
—Sí, lo sé. Recuerdo todas las promesas que te hice al principio. Es una pena, pero las personas cambian, así como las circunstancias. Es por eso por lo que no te vas a quedar en la calle como una vulgar mendiga. Ah, y no te preocupes por la salud de tu hijo. Acude a mi amigo ginecólogo cuantas veces quieras. Te saldrá gratis. Si lo deseas, él te asistirá en el parto y te proporcionará una cama en su clínica hasta que te dé el alta y puedas volver, ya como madre, a tu nuevo piso. Lo siento en el corazón. Solo tengo una cosa clara: no quiero saber nada de ese crío, no deseo que lleve mi apellido y tampoco anhelo ejercer esa responsabilidad que como padre me correspondería. No me llames al teléfono ni me busques. Si desease ponerme en contacto contigo, ya lo haría yo. Conozco la dirección de tu nuevo hogar. Espero que lo comprendas. Esa es mi postura y no quiero discutir más.
—Lo que sí tengo claro es que yo he nacido con una mala estrella que me persigue desde que vine al mundo. Si he de sobrevivir, tendré que adaptarme. No existe otra opción para mí. Al menos, te veo venir y esas caras que me ponías en las últimas semanas resultaban reveladoras. De acuerdo, entre hoy y mañana recogeré todo lo mío, incluido el bien más precioso, que es mi hijo, un ser que proviene del amor pero que, en unos meses, nacerá como huérfano de padre. Es curioso cómo nuestra libertad incide en las criaturas inocentes, incluso en las que acaban de venir al mundo. Yo he sufrido mucho en los últimos tiempos y esto, de alguna forma, lo intuía. Aunque lea mucho, no soy una idiota que vive en un mundo de fantasías. La verdad es que no me voy a enfadar contigo.
—Me alegro de ello —respondió con una sonrisa cínica el empresario.
—Al menos, durante varios meses, he podido vivir como una mujer «normal». Mi problema ha estado en albergar proyectos de futuro con una persona que solo miraba para sí mismo y sus planes de expansión empresarial. No sé qué más añadir, Armando. Guardaré un grato recuerdo de esta experiencia. Te agradezco tu «ayuda». Mañana, a esta hora, espero estar instalada en ese apartamento que, gracias a tu generosidad, significará para mí una nueva etapa. Lloraré hacia adentro, no vaya a ser que mis lágrimas salpiquen a los que están a mi alrededor —acabó de expresar Eva con su mirada perdida en el horizonte.
…continuará…