Una vez que aquel señor se marchó de «Le Paradis», Giselle prefirió esperar a la finalización de los servicios de la jornada para hablar con Eva.
Llegado el momento…
—¿Eh? Encima durmiendo. Pero… ¡qué descaro, mon Dieu! Venga, arriba. ¿Qué pretendías, chiquilla? ¿Acaso dormir como un angelito después de tu sonoro fracaso?
—Pero, Madame, estoy confusa —afirmó Eva mientras que se espabilaba—. Fue usted misma la que me indicó que debía esperar por lo menos un mes antes de acostarme con otro cliente. Y solo pasaron dos semanas. No me ha dado tiempo de recuperarme de la paliza.
—¡Caradura, eso es lo que eres! ¡Qué vergüenza, que me has dejado a la altura del betún! Ese cliente confiaba en nosotras y siempre venía aquí, aunque nunca coincidieras con él. Es lamentable, pero tal vez no vuelva a aparecer por el local. Qué desprestigio para este negocio.
—Lo siento, Madame. De veras, perdóneme. Es que me pilló por sorpresa y tampoco tenía ni siquiera una miserable copa de champagne para llevarme a la boca y por lo menos, relajarme un poco. Me cogió de total improviso, no estaba preparada. Usted me prohibió beber incluso una cerveza. ¿Se acuerda?
—Basta ya de excusas, muchacha. Novata, ¿no sabes que existen soluciones para tu sequedad? Y me importa una mierda tu falta de motivación. ¿Por qué no te aplicaste una crema para que el cliente te pudiese penetrar con facilidad? Nos jugamos mucho y yo más, que para eso soy la responsable de todo esto. ¿Será posible? Y lo peor no es haber perdido a un distinguido caballero, sino que, a partir de ahora, seguro que irá por otros lugares echando pestes de nosotras, de ti y de las demás. ¿No sabes que el boca a boca es esencial en este negocio? Si observo un descenso en nuestras visitas, solo será por tu culpa. Te echaré al resto de tus compañeras encima de ti para que te abrasen. ¡Por tu culpa!
—Cuánto lo lamento, Madame.
—Qué asco, ni siquiera serena tienes el control. Ahora me doy cuenta; has bebido tanto estos meses que la señorita necesita a diario su ración de alcohol para estar a tono y no cometer los errores propios de una inexperta.
A continuación, enrabietada, la Madame le dio a Eva varios tortazos en la cabeza y en la espalda. Mientras tanto, la joven trataba de defenderse como podía con sus dos manos.
—¡Qué desastre! Te vas acordar de esta noche toda tu vida, te lo digo yo. Me parece que, a pesar del tiempo transcurrido, aún no te has enterado de con quién estás hablando. Mira, a estas horas de la madrugada ya no tengo ni ganas de discutir ni de pegarte, porque al final, golpeándote, le estoy haciendo daño al negocio. Solo te juro una cosa por lo más sagrado: si se produce una segunda ocasión en la que me dejes en ridículo, no tendrás una tercera oportunidad. Si he de acudir de nuevo a tu habitación a abroncarte, dalo por hecho: ¡te irás a la puta calle! —gritó la Madame con toda la cólera que salía de su boca.
Giselle se fue de allí antes del amanecer dando un portazo, como si quisiera que el resto de chicas se enterase de lo que había ocurrido. Eva se quedó tumbada en la cama llorando y doliéndose de los golpes recibidos en su cabeza y en su espalda.
A la mañana siguiente, después de no haber conciliado el sueño tras una noche más que agitada y llena de disgustos, Eva se levantó y se vistió con una ropa informal. Después se dirigió a la barra del bar y se apoderó de algunas pequeñas bebidas que se usaban para hacer combinados y que luego se subían a las habitaciones como whisky, ginebra o vodka. Tras introducirse todas las botellitas en los bolsillos, abrió la puerta del local y la cerró con suavidad disponiéndose a caminar hasta el centro de Madrid.
De repente, sin saber qué hacer, tomó una decisión sorpresiva. Aprovechando que se encontraba en el centro geográfico de Madrid y de España, es decir, en la Puerta del Sol, descendió por los escalones del metro hasta sentarse en el suelo del andén que daba a la estación. Allí, pasadas las nueve de la mañana y entre un maremágnum de personas que acudían en ese momento a sus trabajos, empezó a sacar una detrás de otra, las pequeñas bebidas que había robado en «Le Paradis». Ni siquiera miraba las etiquetas o su aspecto, solo le interesaban los resultados que su ingesta podía causar sobre su cuerpo y especialmente, sobre su mente.
Durante un rato, sin prisa pero sin pausa, se fue tomando el contenido de cada uno de los frascos y se fue abandonando a los efectos sedantes de la sustancia. Pronto, la joven consiguió el impacto deseado: quedarse medio inconsciente y con el pensamiento aletargado. Sin poder aguantar más, debido a que tenía el estómago vacío, se tumbó en el suelo y se puso en actitud de dormir la mona. Realmente, parecía una de las mendigas que se ponían a pedir limosna aprovechando la gran afluencia de gente a aquellas horas y en la estación más concurrida de la capital. Antes de perder la conciencia, tuvo unos instantes para meditar entre pensamientos tenebrosos…
—«Dios mío, perdóname. Estoy desesperada. Ten compasión de mí. Yo no quiero desaparecer de este mundo, solo quiero acabar con este sufrimiento que me carcome el alma desde que Armando me echó de su casa. Nada tiene sentido; tuve que renunciar a mi propio hijo. Si no soy capaz de cuidar de mí misma, ¿cómo lo iba a hacer de mi bebé? Sería una tortura para él. ¿Por qué tendría que sufrir una criatura inocente el desastre que soy, por qué tendría que compartir mi fracaso, por qué tendría que vivir la pesadilla de una princesa rota? Espero que mi madre no lo pasara tan mal como yo. Y ¿qué esperanza tengo? Ninguna, solo más y más ansiedad, solo más y más padecimientos. No me merezco ni quiero esta existencia. He perdido todas las oportunidades de mejorar, aunque nadie me ayudó. ¿Qué pretendes, Eva? ¿Otra paliza de una mala persona como la Madame? ¿Vender tu cuerpo por tu cuenta para arrepentirte después? ¿Para qué? Estoy tan asqueada de todo esto. Odio con toda mi alma la prostitución. Y cuando cumpla los treinta años, seré una vieja prematura si no cojo una enfermedad antes. ¡Qué fracaso, Dios mío! No merece la pena llevar una existencia con tanta amargura. Me falta claridad y yo, ya no puedo caer más bajo…».
Presa de esas cavilaciones tan tremebundas, Eva cerró sus ojos y al instante, se quedó dormida.
…continuará…