ESQUIZOFRENIA (97) Recuerdos de un viejo organismo

—Buena pregunta. Trataré de responderte. Aún guardas recuerdos de tu anterior etapa. Tranquilo, Martín: esa fatiga es totalmente comprensible. Aún es pronto, piénsalo: no ha transcurrido mucho tiempo desde aquellos sucesos en los que te asfixiaste al tratar de salvar a aquella cría. Los períodos de transición son así: puedes pasar de la euforia al bache emocional, del impulso ilusionante al cansancio agotador y sin poder explicarte bien el porqué de ese fenómeno. Digamos que ahora te hallas en una fase de abandono de energías. Sin embargo, esto será pasajero conforme te vayas acostumbrando a la esfera espiritual. Les pasa a todos, no te extrañes. La única diferencia es la velocidad de adaptación.

—¿Debo entender que tú no tienes esa necesidad de descanso, Romano? —preguntó Martín con un tono de agotamiento en sus palabras.

—Claro que no, amigo. Llevo ya mucho tiempo realizando este tipo de labores en esta zona que es la que me corresponde acorde a mi preparación. Solo añadiré algo de sentido común: si no me hubiese adaptado a estos trabajos no me habrían permitido encargarme de estos cometidos. ¿Lo tienes ahora más claro?

—Sí, tú sabes más de eso que yo. Menos mal que tú no muestras esta debilidad que yo siento en mis adentros. Eso comprometería nuestro objetivo.

—Desde luego. Dos ciegos caminado juntos acabarían por caer en cualquier hoyo.

—Es verdad. Dios mío, hasta se me doblan las piernas. No puedo ni permanecer de pie.

—Sí, ya te veo. Anda, túmbate aquí mismo.

—¿Y si tengo frío durante la noche? —añadió preocupado Martín.

—Qué agudo. Sabía que dirías eso. Tranquilo, que te ayudaré. Sin duda, aún estás reproduciendo en tu pensamiento viejos esquemas de la vida física, tal vez de cuando fuiste abandonado a las puertas de un convento en aquel duro invierno de cuando naciste.

Seguidamente y ante la mirada atónita de Martín, Romano realizó un gesto sorprendente con sus manos y en unos segundos tejió una especie de tela que poseía la apariencia de ser una gruesa manta que le entregó de inmediato al joven.

—Toma, este será un buen remedio para tu nuevo «cuerpo». Cúbrete con ella. Te aseguro que sentirás una confortadora calidez. ¿Ves? Se acabaron tus problemas nocturnos.

—¿Eh? Pero… ¿cómo es posible? ¿Acaso te has convertido en un prestidigitador? ¿Qué prodigio es este? —dijo el joven mientras que manoseaba curioso aquel tejido.

—No existen los trucos, solo la comprensión de las leyes naturales que gobiernan el espacio y las materias. Todo posee su explicación. Hablamos de fluidos y estos, se pueden crear y manipular con el pensamiento. Calma, es solo una cuestión de aprendizaje y de experiencia en el manejo de esta habilidad. Algún día tú también sabrás usar esos fluidos y de ese modo, confeccionar cualquier objeto.

—Vale, ahora preciso reposar. No estoy ni siquiera para comprender esos conceptos tan complejos que me estás enseñando. Por favor, permíteme que me eche, aunque sea sobre esta vegetación. Necesito dormir a toda costa. Al amanecer, quiero estar a tope de energía.

—Sí, estás en lo cierto. Duerme y relájate, que yo velaré por ti. Nadie alterará tu descanso. Yo te protegeré. Venga, Martín, como se dice en tu antiguo hogar: buenas noches y feliz y reparador sueño.

A la mañana siguiente, un reluciente sol dio la bienvenida a aquellos dos espíritus inmersos en su más importante misión.

—Buenos días, mi buen alumno. ¿Cómo te encuentras hoy?

—Renacido. Me ha venido estupenda esta parada para recobrar la energía.

—Mira, nada mejor que iniciar esta jornada con una pequeña oración dirigida al Creador de todo. Pidámosle para que nos ayude en este viaje y por supuesto, para que ayude a tu madre allá donde se encuentre.

—Es una buena idea. La asistencia divina es imprescindible para alcanzar nuestros objetivos.

—Hagamos nuestro ruego en silencio e intimidad. Así nos concentraremos mejor.

Al poco, ambos reanudaron la marcha. Cuando transcurrió un buen rato…

—Romano, ¿me disculpas de nuevo? Prefiero ser pesado a mentirte.

—¿En serio? No me digas que ahora te sientes débil, como si te fallasen las fuerzas.

—Vaya con la telepatía. Yo diría que me lees el pensamiento.

—Es posible que así sea y resulta muy común entre los espíritus; no necesitamos hablar para saber lo que precisamos. Son las ventajas de pertenecer a una dimensión más sutil. Tú dirás.

—Es bueno saberlo porque en estos momentos noto un hambre y un desfallecimiento que me superan. Se ve que el sueño, aunque me ha ayudado, no ha sido del todo suficiente. De veras, no creo que aguante mucho más esta caminata sin ingerir algo de sustento.

—Ja, ja… me encanta cómo aprendes a toda velocidad. Sin embargo, tranquilo; aquí tenemos solución para estos pequeños «problemas». ¿Habrá algo tan humano como el recuerdo del hambre o la sed, mi buen amigo? No te sorprendas: te prepararé un jugo de plantas reconstituyente que te alimentará y te servirá para proseguir con nuestra ruta.

—¿De veras? —comentó el joven muy ilusionado—. Es increíble, tienes solución para todo; cómo te admiro, mi buen maestro.

…continuará…

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Entrada siguiente

ESQUIZOFRENIA (98) El túnel

Dom Ene 5 , 2025
Romano se movió unos metros y luego, se arrodilló y buscó cerca entre unas plantas que había sobre el suelo. Con sus manos, «construyó» un recipiente fluídico y a continuación, arrancando uno de los vegetales más gruesos lo exprimió con sus manos hasta conseguir que el líquido extraído llenase el […]

Puede que te guste