—Venga ya, chica, no me digas que me vas a traer a mi propio despacho a alguien de la brigada policial. ¡Lo que faltaba! Pero… ¡qué obsesión tienen estos españoles con los gabachos! Ni que les fuésemos a invadir. Maldita sea, ¿otra vez tendré que llamar al comisario?
—Ah, no, Madame. Por favor, quédese tranquila. Esto no tiene nada que ver con lo que pasó hace un tiempo. Las cosas no van por ahí. Es mucho más sencillo, se lo prometo.
—Si es una cuestión sencilla o compleja, deja que lo decida yo, niñata. En cualquier caso, no quiero líos con la Policía. Ellos son los primeros en aprovecharse de vosotras y a mí, eso me duele. Quieren cobrarse sus favores recibiendo servicios gratuitos. Lo que hay que aguantar en este país.
Ante la mirada de extrañeza de la joven, por la reflexión quejosa que estaba efectuando en voz alta Giselle…
—Vale, relajémonos —añadió la dueña dando un suspiro largo—. Al menos, indícame el motivo por el que ese señor desea hablar conmigo.
—Lo siento en el corazón, Madame. Creo que será mejor que se lo diga él directamente. Así evitaremos equívocos.
Ante la mirada inquisitorial que la dueña del local le dirigió a la muchacha…
—¡Hum!… ¿No te estás tomado demasiadas confianzas conmigo, Eva? Mira que tu madre y yo trabajamos juntas muchos años y logramos confiar la una en la otra. ¿Es que no te han servido de nada sus consejos?
—Uf, no me lo recuerde, Madame. Ojalá estuviese ella aquí para darme ánimos, pero ya se sabe que hay enfermedades que no respetan ni siquiera a las buenas personas. Y ella lo era.
—Sí, lo sé. Una pregunta, chiquilla. ¿Permanecerás aquí mientras que ese enigmático hombre se queda hablando conmigo? No te asustes ni pongas esa cara de idiota. Si tú eres la que lo has traído, igual te interesa escuchar nuestra conversación.
—No lo creo. Se trata de un asunto particular y si a usted no le importa, yo prefiero esperar fuera.
—Ya. Estás empezando a irritarme. ¿Sabes lo que más me fastidia de todo este asunto?
—No lo sé, Madame. Se lo juro.
—Que no me gusta la sensación de pérdida de control. Eso es.
—Perdone, pero no la he entendido bien.
—Tú, una asidua lectora y acaso ¿no me comprendes? Ja, ja, todos esos libros solo te han servido para llenar de pajaritos tu cabeza, pero para nada más, no para enseñarte cosas prácticas de la vida. Menos mal que la lectura no lo es todo en la existencia, solo es un remedio temporal y limitado para escapar de los problemas. Y eso es lo que a ti te pasa, ignorante. Pretendes volar alto porque cuando lees te dejas llevar por tus sueños. Bueno, lo que quería explicarte es que queda muy poco para que ese caballero entre por esa puerta y aún no sé los motivos de su visita ni lo que busca en mí. ¿Lo has captado ahora, niña? —expresó con tono de enfado Giselle.
—Entonces, Madame… ¿le digo que suba en cuanto se acerque a «Le Paradis»?
—Sí, pero acompáñale hasta esta puerta, no vaya a ser que el despistado entre donde no deba.
—Muy bien. En unos minutos le envío a ese señor.
Un rato después, el plan elaborado por el empresario y Eva la jornada anterior seguía su curso. La chica llamó a la puerta con suavidad y una vez que oyó el preceptivo «pase», la abrió.
—Madame Giselle, le presento al caballero del que le hablé antes. Desea mantener una entrevista con usted. Si da su consentimiento, claro.
—Sí, adelante —contestó la mujer mientras que se levantaba de su sillón rojo.
Al segundo, Eva cerró con lentitud la puerta del despacho y se quedó a unos metros esperando fuera mientras que se apoyaba en la barandilla de madera que había allí en la primera planta del edificio.
—Buenas tardes, Madame. «Enchanté», de nuevo. No sé si me recordará de mi visita del otro día, pero claro, debe pasar tanta gente por aquí…
—Ah, ahora que lo dice, estoy empezando a recordar, justo porque estoy asociando su figura con una de mis chicas, justo la que acaba de retirarse de mi despacho y le ha anunciado.
—Supongo que le habrá comentado que deseaba mantener una conversación con usted. Espero no hacerle perder su precioso tiempo.
—Ya lo tengo. Usted es el caballero que estuvo aquí hace solo unos días. El señor fue muy amable. Incluso llegamos a apostar y me parece que ya sé quién fue la ganadora de esa apuesta. Después del resultado, espero que no quiera jugar más conmigo. Pero, por favor, acomódese en el sofá. Está usted en su casa. ¿Le apetece una copa?
—Se lo agradezco, pero no. Aún es demasiado pronto para mí para tomar alcohol.
—De acuerdo, entonces yo tampoco beberé. Si usted necesita estar despejado, entonces yo también, Monsieur, Monsieur… —dijo la Madame mientras que se sentaba a un metro del empresario.
—Armando, ese era mi nombre. Disculpe, no la molestaré mucho. Voy a ser directo, porque ninguno de los dos necesita malgastar su tiempo.
…continuará…