—Pero… bueno… ¿qué horas son estas? —afirmó una joven con cara de sueño y enfado—. ¿Es que no ha visto usted el horario en la puerta, por Dios?
—Perdona, Jessica. Buenos días. ¿Cómo estás, amiga?
—Pero… ¿cómo es posible? Qué cambiada estás, cariño. ¿Qué diablos te pasó? Ay, mi Eva. Anda, pasa, por favor. Venga, tomemos un café, que yo te lo hago. Cuéntame lo que ocurrió.
Eva titubeó durante unos segundos, como si traspasar aquella puerta tuviese un significado trascendente para su vida. Después de pasar por unas terribles dudas, dio dos pasos y se introdujo en el vestíbulo de «Le Paradis». Mientras su excompañera la abrazaba repetidamente, ella no pudo aguantar más y de repente comenzó a llorar con desconsuelo como si no hubiese en el mundo alivio para sus penas. Su entrenada memoria se estaba reencontrando con unas escenas del pasado que creía haber superado para siempre. Sentadas en torno a una mesa de las que se usaban para alternar con los clientes las dos jóvenes se dispusieron a conversar…
—Pero hija, qué bien vestida que vas y, sin embargo, tienes un rostro que muestra el peor de los sufrimientos. Resulta deplorable. ¡No me digas que ese desgraciado ricachón te ha estado pegando! Que conozco muchas de esas historias.
Bastó esa última frase para que Eva se arrancase de nuevo a llorar, incluso con más fuerza. Su desolación y sus gemidos no tenían medida.
—¡Eh, venga! Cálmate, hermana. Dame otro abrazo, que son muy reconfortantes. Puedes desahogarte conmigo el tiempo que quieras. Cuidado y no te quemes con el café que está recién hecho. ¿Vale?
—Gracias por escucharme, amiga.
—Sí. Empecemos por el principio. Lo último que supe de ti es que te largaste de aquí con un señor al que le sobraba el dinero y que pagó por tu rescate lo que no está escrito.
—Es verdad, Jessica. Así fue.
—Pero… si has regresado hasta aquí… porque… ¡has vuelto! ¿Verdad?
Un gesto afirmativo de Eva al inclinar su cabeza bastó para que la otra mujer la entendiera.
—Entonces, cariño, ¿qué fue lo que sucedió? Creo que ya hace más un año de todo eso.
—Bueno, al principio todo fue bien, como un sueño de niña que se cumple. Era la ilusión de una pareja que inicia un nuevo ciclo de su vida juntos. Sin embargo, con el paso de los meses, las cosas se fueron complicando.
—¿Y ocurrió algo concreto que provocó la ruptura? —preguntó Jessica con ganas de llegar al fondo de la cuestión.
—Yo le seguía queriendo. Era imposible olvidarme de quien me había sacado de aquí. Él, por propia voluntad y por amor, había apostado por mí para que dejara de ser una puta. Me quería a su lado, para convivir en su casa. Estaba muy pendiente de mí y eso que era una persona muy ocupada por sus responsabilidades en el trabajo. También me mimaba, me regalaba detalles imposibles de imaginar y solo deseaba saber si yo me alegraba de haber dejado atrás mi antigua ocupación. Sin embargo, pasó algo que disparó sus alarmas.
—Anda. ¿Y qué fue eso, cariño? —expresó la joven mientras que le apretaba la mano con ternura a Eva.
—Debió ser que la pasión se desbordó. Teníamos mucha actividad sexual, lo hacíamos siempre que podíamos. Era nuestra manera de sentirnos cómplices. Y claro, de tanto jugar con fuego, nos quemamos. Sería alguna noche en la que te entra el deseo después de tomarte unas copas y ahí te relajas. Llegó un despiste increíble y…
—Dios mío, te quedaste preñada.
—Sí, eso es. Y cuando se confirmó la noticia, se lo tomó a mal. Fuimos a un ginecólogo amigo suyo y nos confirmó el embarazo. Para él fue un gran disgusto. Según parecía, esa contingencia de ser padre no figuraba entre sus planes.
—¿Cuándo fue eso?
—Más o menos en el mes de mayo.
—Ay, por favor. Vaya con ese hombre. ¿Y el crío? ¿Dónde está?
—Me revienta el alma comentarlo, pero yo no podía sacar adelante al niño sin ingresos. Después de echarme de su casa, él me regaló algún dinero, pero era cuestión de tiempo que se acabara. No podía asumir la responsabilidad de mi hijo sin trabajar. Jessica, mantén el secreto, pero no te lo voy a ocultar. Me dirigí a unas monjas que hay en un convento por el centro y de mutuo acuerdo se lo entregué. La verdad es que no quise preguntar por lo que harían con el crío. Seguro que lo tratarán bien, le darán de comer y cuidarán de él con esmero.
—Dios mío, qué terrible realidad. Hay algo que no entiendo, Eva. Si hacíais el amor con frecuencia, lo lógico es que algún día os dejaseis llevar y fuerais inconscientes. Además, al irte de aquí tú ya no estabas en el mercado. ¿Qué problema había en quedarte embarazada a la mejor edad, con tus veinte añitos?
—Eso siempre me lo he preguntado. No veas la cara que puso cuando le comenté una mañana que ya no tenía la regla. Eso le trastocó el ánimo de una manera que yo no podía imaginar. Por desgracia, ese fue el inicio de nuestro distanciamiento.
—Caramba con el giro tan brusco. No lo comprendo. Él tenía una situación desahogada en lo económico, tú ibas a ser una buena madre y seguro que te desvivirías por tu niño… Algo no me encaja en toda esta historia. Lo único claro es que ese hombre no quería hijos ni en pintura.
…continuará…