En mitad de aquella crítica situación, Eva se sumergió en esa escena tan intensa de emociones, rodeada por los cálidos brazos del que manifestaba ser su hijo y justo en ese momento, obtuvo la mínima lucidez para mirar dentro de su alma. De repente, comenzó a experimentar fogonazos, golpes de luz sobre su conciencia que la arrastraron a contemplar los episodios más trascendentes de su último paso por la existencia física.
Transcurrieron unos intensos minutos de evocaciones en los que ambos personajes permanecieron unidos en la más perfecta sintonía, como si estuviesen compartiendo su memoria más íntima. La mujer viajó así a los instantes más esenciales de su embarazo, aquellos en los que fue más consciente de la importancia que iba adquiriendo como futura madre hasta alcanzar la suprema ocasión en la que Martín respiró por primera vez nada más abandonar el vientre de su progenitora, allí donde él se había sentido seguro durante nueve meses tras su concepción.
Al poco, rememorando con claridad su pasado, se situó en aquella mañana fría y terrible, esa fecha del tres de febrero de 1971, cuando depositó en su carrito a la criatura que más amaba, a su bebé, para luego dejarlo a las puertas de un convento de monjas. Pudo revivir con tremenda exaltación los sentimientos vinculados con ese acto que le partían el corazón. ¡Cuál terrible pesadumbre notó Eva en sus adentros, como afilado cuchillo que cortaba en dos la piel de su agitada alma! Qué ingrata sensación le produjo la vista de cómo unas mujeres ajenas recogían en un glacial amanecer a aquel ser que había alimentado en sus entrañas durante meses. Cómo recordó la sensación de impotencia al desprenderse de lo más querido porque no se veía con fuerzas para sacar a su hijo adelante, maniatada por su incapacidad para reconocer sus propios méritos como ser humano.
Luego, en un brutal viraje de su ánimo, se contempló a sí misma borracha, dominada por los efectos del alcohol, mascullando en su cabeza la inminente tragedia que se cernía sobre su figura en aquella estación de metro donde rodeada de cientos de transeúntes experimentaba la peor de las soledades. Apreció todos sus pensamientos, todos los mensajes que se lanzaba acerca de su sonoro fracaso vital justo antes de tomar la última decisión, la de acabar con su vida arrojándose desde el andén contra el primer vagón del metro que surgía en aquel negro túnel de la Puerta del Sol.
Tras aquel mal trago de recuerdos y recuerdos sepultados en lo más recóndito de su espíritu, algo maravilloso aconteció en el interior de Eva. Abundantes lágrimas brotaron de aquellos tristes ojos y sin demora, la mujer empezó a entender cómo había llegado hasta aquella pesadilla de estación, un delirio del que se sentía presa y del que no lograba escapar envuelta en aquella terrible y repetitiva obsesión por acabar con su vida. Los filamentos de su memoria se unieron y, al conectarse, le proporcionaron justo la luz necesaria para comprender tantas y tantas cosas que antes aparecían en su mente como absurdas y neblinosas.
Martín también notó en sus adentros ese estremecimiento, el que anuncia la llegada del viento de la vida y aleja los fantasmas siniestros de una muerte que no existe, que solo es la sombra de la propia ignorancia o la asunción de un desastre que se refleja en un espejo sobre el que se proyecta la nada de una existencia sin sentido. La hora de la claridad descendía sobre los relojes de aquellas dos criaturas que seguían abrazadas sobre el suelo…
De repente, el silencio de los recuerdos del ayer fue interrumpido por la más lúcida de las expresiones…
—Hijo mío, hijo mío… si supieras todo lo que he pensado en ti. Perdóname, perdí la cabeza, el sentido común y hasta mi alma. Mi vida perpetua era mi lugar de trabajo, aquel maldito prostíbulo lleno de indignidad y de olor a lujuria donde yo no quería que tú crecieses, solo interrumpido por el tiempo de tu bendita llegada, a la que después tuve que renunciar. Lo siento, mi niño, por la oportunidad perdida de amarte, por todo el daño que te infligí al no conocer ni sentir las benditas manos de una madre —insistió Eva mientras que apretaba al joven sobre su pecho—. Dios mío, ¿cómo podrás absolverme de mi impagable deuda? Martín, escúchame, ¿cómo podría compensarte por mi error, por mi renuncia a amar a lo más sagrado del universo? He estado inconsciente y confusa durante tanto tiempo… Y tú, mi buen hijo, has descendido hasta las tinieblas, has recorrido el camino hasta los infiernos para recoger los restos de tu madre. ¿Acaso merezco yo tu clemencia?
—Tú lo mereces todo y más aún, mamá. ¿No comprendes que sin ti yo no estaría aquí ni me habría redimido de mis faltas? Esto nos hará crecer a ambos en al amor, ese sublime camino que el Creador desea para todos sus hijos. Tú sentiste ese afecto por mí y al no tenerlo, te desgarraste por dentro. Rota tu casa, quisiste romperlo todo. Gracias, Dios mío, por haberme dado esta oportunidad —expresó el joven aumentando el volumen de su voz—. Esta era mi ocasión soñada, la de un hijo que ansía encontrar a su madre y que hoy, por fin, se ha consumado. Mi buena Eva, me siento tan dichoso por haberte hallado. Esto es lo más grande que me ha podido suceder. Siempre estaremos juntos y nunca te soltaré ni estarás sola. Te acompañaré con mi aliento en todo momento. Ahora recuperaremos el tiempo perdido, aquel del que no pudimos disfrutar y que tanto anhelábamos. Viajaremos sin separarnos, adonde sea, pero con nuestras manos entrelazadas. ¿Verdad, mamá?
—Sí, hijo. Me entrego a ti; si has bajado a este siniestro paisaje en mi búsqueda, a reencontrarte con alguien que te abandonó… es que te lo mereces todo y eres digno de la mirada divina. ¿Qué cantidad de amor no habrá en tu corazón para emprender semejante sacrificio?
—Antes hablabas de compensaciones y solo hallo una solución a ese enigma: tu mayor hazaña será acompañarme, dejar atrás esta maldita estación y acudir a un punto luminoso desde el que presenciar una nueva realidad. No hay obstáculo que no pueda ser removido con una fuerte voluntad. Ya sé lo que vamos a hacer desde este instante —manifestó el chico mientras que se incorporaba—: ven conmigo, descendamos a la vía y salgamos de aquí. Recorreremos el camino a la inversa hasta alcanzar el lugar por el que llegué. Allí nos aguarda la luz, esa que brilla para los seres envueltos por el afecto.
…continuará…