—Le aseguro, Madame, que al otro lado había un hombre. Su tono de voz era inconfundible. Fui incapaz de descifrar el mensaje. Tampoco conocía su identidad. Ella se mostraba como muy ilusionada con lo que escuchaba en el aparato. Bajaba y subía ligeramente su entonación como para despistar la atención de quien surgiera en ese momento.
—Espero que al menos te acuerdes de lo que comentó Eva —expresó con acento de enfado Giselle.
—Cuánto lo siento, Madame. Justo en esos instantes de máximo interés, Jeanette salió de su habitación y se dirigió por el pasillo hacia la cocina, supongo que a hacerse algo de comer. Esa maniobra me distrajo la atención. ¡Qué mala suerte tuve! Como no podía ser de otra manera, me puse a disimular para evitar que alguien sospechara de mí. Sí recuerdo que cuando Eva escuchó el ruido de la puerta de la cocina cerrándose se le notó algo nerviosa, como pensando si continuaba o no la charla con ese caballero. De hecho, al poco colgó y yo me crucé con ella. La saludé y me dirigí a la calle para despistarla.
—Qué pena que la idiota de Jeanette te hiciese perder el hilo de la conversación. Bueno, entonces ¿cuál es tu opinión? ¿Qué planes está urdiendo la «lista» de Eva?
—Mi sexto sentido me dice una cosa, Madame. Para mí que estaba quedando con un cliente para el lunes, para hacerle un servicio a domicilio.
—En ese caso, que se atenga a las consecuencias. Ella sabe que lo tiene completamente prohibido. Si se da la ocasión de algún servicio externo, eso lo tengo que aprobar yo, que una parte de ese trabajo me corresponde como ganancia. Además, el dinero en champagne han de gastárselo aquí, no en otros locales o casas. ¿Será estúpida? Los lunes son sagrados y están para descansar, por mucho que quieras comerte el mundo y obtener más ingresos. Se va a enterar esa pelandusca, aunque hay algo que no acabo de entender.
—¿El qué, Madame?
—Ese no es su estilo. Esa chica posee mucha imaginación, vive en su mundo de sueños y todo es por causa de esas malditas novelas que lee y que provocan que su mente viaje a otros escenarios fuera de aquí. Mira que se lo tengo dicho, que no lea tanto, que le perjudica. Sin embargo, Eva es una mujer leal y a su modo, se puede confiar en ella. Por eso me resulta muy extraño que quede por ahí con un cliente a ganarse más cuartos. Si no cuenta con mi supervisión, ella sabe que podría resultar perjudicada. Aunque es joven, es consciente de cómo funciona este negocio. Dime, una vez que colgó el teléfono, ¿pasó algo más que yo deba saber?
—Sí, Madame. Me puse a fumar en la calle un cigarro y mientras tanto, empecé a pensar. Me puse a relacionar la conexión entre esa conversación por teléfono y su día libre, el que tuvo ayer.
—Bien hecho, jovencita. Se nota que estás aprendiendo algo de mí.
—Desde luego. Lo bueno se pega, señora. Usted sabe que yo, en mi día libre, me voy a comer a casa de mi madre que vive en el centro. Ayer, cuando vi que Eva se estaba arreglando muy requetebién, eso me hizo desconfiar y pensé que tanto acicalamiento tenía alguna relación con la charla del día anterior con ese caballero. No pude evitar hacerle la pregunta de hacia dónde se dirigía y se molestó conmigo, simplemente por mi curiosidad. Creo que se sintió incómoda.
—Vale, pero ¿te dijo algo o solo se limitó a ponerte mala cara?
—Nada relevante. Me comentó que se sentía agobiada y que pensaba tomar el aire saliendo a pasear por la ciudad. Solo eso.
—¿Algo más?
—Para su información, al final se largó sobre el mediodía. Aunque se maquilló, tampoco se le notaba tanto, como si quisiera pasar desapercibida. Su vestimenta era elegante, pero discreta. Se ve que las generosas propinas que recibe aún le alcanzan para la buena ropa. De pronto, se me encendió la bombilla en la cabeza.
—Vaya —expresó Giselle con su mano rascándose la barbilla—. ¿Aún contamos con más sorpresas?
—Pues sí. Se me ocurrió ver adonde iba. Cuando salió, me situé a unos metros detrás de ella para que no se diese cuenta de mi presencia. Al final, ambas nos dirigimos al norte. No era cuestión de saltarme el barrio de mi madre, pero la seguí todo lo que pude. Después, le perdí el rastro. Puede que fuese a Chamartín, o al barrio de Salamanca o se quedase por la Castellana hacia la parte de arriba. Lo ignoro. Me acordé de usted mucho.
—¿Por qué motivo, Jessica?
—Muy sencillo. Porque creo que usted, por su experiencia, tiene mucha razón. Esa rebelde de veinte años, aun sabiendo las reglas de esta casa, se arriesgó a trabajar en su día libre. Esa es mi principal sospecha, la verdad. Solo me corroe una duda.
—¿Cuál?
—Que no sé si se trata de un nuevo cliente que ha contactado con ella por alguna recomendación o si estamos hablando de alguien que ya ha pasado por «Le Paradis» y que se ha encaprichado con esa estúpida vanidosa. En otras palabras, que ese señor ha querido gozar de sus encantos fuera de este local. Eso es todo, Madame.
—Ya, te entiendo. Vale, buen trabajo, jovencita. Me agradan tu estilo y las decisiones que has tomado para investigar si Eva me oculta algo. Tu actitud refleja generosidad con tu jefa y lealtad, mucha lealtad. Me alegro. Fíjate por dónde… me ha pedido que hable con ella luego. Creo que se habrá arrepentido de su acción y querrá disculparse; sabe lo que le espera y verá mejor rectificar antes de que yo la golpee. Claro, si confiesa su falta, pensará que la castigaré con menos rigor. Todo eso, pensando que lo que me has dicho es cierto. Porque aquí, la imaginación vuela y no tenemos certeza de nada. Da igual, por las buenas o por las malas, en un rato lo descubriré todo.
—Eso espero, Madame; ojalá que mi labor le haya servido para algo, sobre todo para desenmascarar a esa creída.
…continuará…