—Me resulta imposible olvidar su dadivosidad para con esta casa, don Antonio —añadió la Madame mientras que se inclinaba ligeramente ante el caballero—. Es que usted tiene categoría preferente desde que nos visitó por primera vez. Aguarde un poco que ahora mismo vuelvo.
Un minuto después, Giselle llamaba con prisa a la habitación de Eva.
—Venga, querida, prepárate. Tienes abajo a un cliente prioritario. No podemos perder tiempo.
—Pero, Madame, aún no estoy completamente recuperada de la paliza. ¿Y qué hago con el moratón que hay en mi mejilla?
—No seas idiota; pues te aplicas un poco de maquillaje y arreglado.
La cara de la chica se puso pálida. No esperaba esa novedad y tampoco guardaba el ánimo suficiente como para volver tan de repente a su antiguo oficio.
—Abajo en la mesa le han servido a don Antonio champagne. Te pides un refresco y punto. Cuando acabes el servicio, te oleré el aliento. ¡Ay de ti si pruebas el alcohol de nuevo! No quiero borrachas en mi negocio. Si me desobedeces, te daré otra paliza y te echaré a la calle por mucho que me supliques. Venga ya, que tienes que ser una profesional. La edad de soñar con príncipes ya pasó. ¿O no te acuerdas de lo que te ocurrió? Compórtate de acuerdo a tu categoría y vuelve a ser la de antes. ¿Me has entendido, chiquilla?
La chica, agobiada por la exigencia y atendiendo a la fuerza de la mirada de Giselle no pudo hacer otra cosa salvo asentir con su cabeza.
—¡Vamos! ¡Cámbiate ya! Ese caballero no se distingue por su paciencia precisamente, pero se le perdona todo por las propinas que nos deja.
Mientras que la joven se cambiaba con premura y se arreglaba en el espejo…
—¡Ánimo! Eras la mejor, Eva. Las cosas no pueden haber cambiado tanto en un año ni se te ha olvidado complacer a tus clientes. Eras muy buena y vas a volver a tu camino de gloria. No me decepciones ni te decepciones a ti misma. Satisface a ese señor y volverás a la excelencia. Es hora de que remontes el vuelo. Confío plenamente en ti, mi niña.
—Ya estoy lista. A la orden, Madame. Le juro que todo saldrá bien.
—Así me gusta; esa es mi chica. Y ahora espera un minuto a que yo acuda al salón. Luego, baja. Tienes a tu cliente en la mejor mesa.
Un poco más tarde…
—Disculpe, Monsieur. En breve estará aquí mi querida Eva, una de las mejores chicas de «Le Paradis». Le hará disfrutar sin ninguna duda. Mientras que ella llega y si no le importa, me quedaré con usted haciéndole compañía. Un hombre de su nivel es lo mínimo que se merece.
—De acuerdo, Madame. Hablar con usted siempre es un placer. Por cierto, ¿qué noticias tiene de Francia? Me interesa mucho lo que sucede con nuestros vecinos.
Una hora después, aquel caballero bajaba por las escaleras con cara de pocos amigos. Rápidamente, la Madame salió a su encuentro.
—Oh, Monsieur. Me alegro de verle de nuevo. ¿Qué tal le ha ido? ¿Está complacido con el servicio?
—Si le digo la verdad, prefiero guardarme las palabras.
—Pero, por favor, eso no es posible. Yo necesito conocer el grado de satisfacción de todos mis clientes. Es la forma más adecuada de mejorar para la siguiente ocasión y así garantizar que usted vuelva. Por su cara, yo diría que ha ocurrido alguna incidencia. Le ruego me comente su queja.
—¿La próxima vez? A decir verdad, lo veo difícil.
—Vaya por Dios, sea lo que sea, le pido disculpas. ¿Quizá la chica no ha sido de su gusto?
—Mire usted: la chica es guapa y su cuerpo resulta una bendición… pero… no sé…
—¿Acaso no pudo culminar, Monsieur?
—Sí, pero a duras penas. Si le soy sincero, esa jovencita no parecía muy motivada y al menos, al tratarse de una prostituta, se le pide que disimule. Que sí, que ya sé que no tengo su edad, pero es necesario pedirles a estas chicas un poco de consideración. Oiga, que ya he rebasado los cincuenta.
—Muy bien. Tomo nota de su queja y se lo haré saber a Eva.
—Mire, por ser más concreto. Se desnudó como si no tuviese ganas de hacerlo y hubo un momento en que la chica parecía molesta con la penetración, como si le doliesen sus partes. En resumen, una decepción. Esa tal Eva necesita de unos buenos consejos por su parte. Me temo que la tiene usted un tanto sobrevalorada.
—Lo comprendo y le pido de nuevo mis disculpas. Esa chica va a cambiar de actitud, se lo aseguro como que yo me llamo Giselle.
—De acuerdo. Ahora, pagaré. Me tiene que perdonar, Madame, pero después de lo que le he contado, en esta ocasión no habrá propina.
—Claro, es normal. Lo siento muchísimo. Que el caballero descanse bien.
—Au revoir, Madame —se despidió don Antonio con gesto de disgusto.
…continuará…