—Perdona, cariño, pero has mencionado la palabra «error» —afirmó la mujer levantándose del sofá—.
—Sí —respondió con sequedad el hombre—. ¿Acaso preferirías un término más refinado como «negligencia»?
—Es que no te comprendo, mi amor. Una vida es una vida, la plenitud llevada a su máxima significación. Te puede gustar más o menos, pero lo que no puede negarse es la importancia que posee un ser humano y sus ganas de nacer a la existencia.
—Hum… me temo que no comparto esa visión tan optimista de lo que supone la llegada de una criatura al mundo. De todas formas, no me apetece entrar en discusión contigo al respecto de esta cuestión. Creo que es más inteligente esperar a la visita al doctor y luego, tomar decisiones. ¿Por qué insistir con un tema cuando aún no estamos seguros?
—Sí, es cierto, no vale la pena preocuparse. Ya hablaremos de ello —manifestó Eva mientras que se tocaba inconscientemente su barriguita con la mano, como queriéndose asegurar de que en esa parte de su cuerpo había una nueva criatura esperando por sus cuidados.
Veinticuatro horas después, toda confusión quedó resuelta. Armando, valiéndose de sus influencias, consiguió una cita para la última hora de esa jornada, como si pretendiera zanjar el asunto con la mayor celeridad posible.
El médico despejó cualquier incertidumbre a la pareja. La concepción debió producirse allá por el mes de mayo y la fecha posible de alumbramiento se estimaba para el mes de febrero de 1971.
En las fechas siguientes a ese anuncio las discusiones en la pareja resultaron frecuentes. La polémica estaba servida y las posturas habían quedado claras desde el primer instante de la noticia. El padre del nuevo ser pretendía interrumpir el embarazo mientras que Eva, movida por un instinto maternal muy poderoso, deseaba continuar adelante con todo el proceso hasta tener entre sus brazos al crío. Para avivar el problema, una idea obsesiva se instaló en el pensamiento de Armando.
Aquella noche en mitad de la cena la conversación giró en torno a esa percepción insistente que había anidado en su cabeza:
—Eva, si la concepción se produjo a lo largo del mes de mayo, ¿dónde estuviste en aquellas fechas?
—¿Qué estás insinuando? —reaccionó la joven con un gesto desagradable de sorpresa—. Tu indicación resulta arriesgada. Cuidado con esa pregunta porque podríamos entrar en un terreno peligroso. Si la desconfianza se adueña de tu mente, entonces la convivencia se deteriorará.
—Veamos, Eva. Desde que te instalaste aquí, has tenido un montón de tiempo libre, tanto para pensar como para actuar. Yo, en cambio, debido a mi trabajo, he estado muy ocupado. Ya sabes que me he tenido que encargar de la apertura de la nueva tienda en el sur de Madrid. De hecho, ha habido días en los que, cuando yo regresaba, tú ya estabas dormida y ni siquiera tenía la oportunidad de hablar contigo.
—Pero, por Dios, cariño… ¿te estás escuchando? ¿Te das cuenta de lo que estás sugiriendo con tus palabras? ¿Acaso estás insinuando que me he podido acostar con otro hombre aprovechando que no estabas en casa?
—Estoy confundido, Eva. Siento que lo hayas entendido así. Vale, disculpa, llevas razón. No he debido apuntar ese último argumento. Me temo que este asunto del embarazo me está obsesionando. Es como un fantasma que me empuja a pensar que ese niño que llevas en la barriga no es mío.
—Claro, si el crío no fuese tuyo, eso te liberaría, porque no tendrías que mantener ningún vínculo conmigo ni con el futuro de la criatura porque no te correspondería. Es eso ¿no es así?
—La verdad es que no me reconozco. No sé lo que está ocurriendo en mi interior, pero conforme pasa el tiempo, las dudas se me acumulan.
—Claro, y cuando ese discurso que te lanzas a ti mismo lo refuerzas, esa indignación la pagas conmigo y empiezas con las acusaciones que estás realizando contra mi persona. Estás alimentando la desconfianza hacia mí. Eso no nos puede conducir a nada bueno.
—Quizá sea eso.
—Mira, te lo juro por mi madre que está muerta, Armando. Desde que salí del negocio, no he estado con más hombre que tú. Quiero que tengas eso claro. De pensamiento y de acción. ¿Sabes una cosa? Aún no he olvidado aquella noche en la que te conocí. Tampoco se me ha borrado del recuerdo aquella fecha en la que lo recogí todo y me instalé aquí, en tu preciosa casa. Cada mañana, doy gracias a Dios por haberme sacado de aquel rincón de perversión, donde tener que abrir las piernas cada día me rebajaba la autoestima y me la tiraba por los suelos. En mi cabeza llevaba años instalada una trágica creencia: era una vulgar puta sin remedio y al servicio de cualquiera. ¿Me he explicado?
—Sí —respondió apurado el hombre agachando su cabeza.
—Entonces, no entiendo cómo ignoras repetidamente el lugar terrible del que salí. ¿Crees de veras que yo iba a vender mi cuerpo otra vez tras haber escapado de las tinieblas hace solo unos meses? No, no estoy loca y tampoco he perdido mi capacidad para razonar. Valoro lo que poseo como lo más sagrado del mundo y ahora, una vez que mi historia camina en una dirección, quiero ser consecuente y hacer frente al desafío que nos espera. No te pido que compartas mi planteamiento, solo que colabores conmigo en formar una familia.
—¿Una familia? —reaccionó con desagrado Armando como si hubiese escuchado una palabra maldita.
—Sí, una familia. Un hombre y una mujer unidos cuyo fruto es la llegada de una nueva criatura al mundo.
…continuará…