—¡Venga ya! ¿Cómo va a ser eso? No me digas que me vas a traer a una especie de bruja.
—Por Dios, Ildefonso. ¿Qué lenguaje es ese? Te han vencido los prejuicios. ¿Acaso vivimos en épocas pretéritas? Te ruego que no la juzgues antes de conocerla. Yo, lo que quiero en este caso es abrir puertas, no cerrarlas. No te puedo garantizar un cien por cien de efectividad en su actuación con Martín, pero estoy convencido de que ella nos servirá de gran ayuda.
—No sé, tengo mis dudas. ¿Y si alguien se entera de que esa mujer ha estado aquí tratando un tema psiquiátrico? Igual nos cae una buena denuncia…
—Veamos, estamos hablando de una enfermera, no de una prestidigitadora. Si conseguimos salir adelante con este caso merced a la ayuda de mi amiga, pienso que daríamos un gran paso adelante. Y si por lo que sea no tiene éxito con él, pues lo devolvemos al psiquiátrico y asunto zanjado. Hay mucho en juego, director. Pensemos en la salud y en el estado actual de nuestro paciente. ¿Te imaginas que podamos remover ese trastorno esquizofrénico, esa etiqueta que lleva a cuestas desde su adolescencia? Todos nos sentiríamos más que satisfechos.
—En todo caso habrá que actuar de una manera muy prudente. Ya sé lo que vamos a hacer —afirmó el psiquiatra con un gesto de cierto entusiasmo en su expresión—. Mira, después de esa tremenda experiencia que he podido sentir en mis propias carnes, confieso que ahora te creo, Sergio. Tengo la impresión de que, con este caso, tendremos que arriesgar.
—Estoy contigo y con lo que determines.
—A ver, dime, ¿de qué conoces a esa enfermera? Hablas de ella con mucha confianza, como si tuviera las claves para explicar lo que ha ocurrido hoy.
—Eso sería una larga historia, pero es cierto lo que dices: poseo la suficiente confianza con ella como para pedirle que venga hasta aquí y examine a nuestro Martín. De este modo, nos aprovecharemos de sus «capacidades» y pronto tendremos una respuesta al enigma y un tratamiento efectivo.
—No te pases, chico. ¿Cómo que un tratamiento? Estás hablando de una enfermera, no de una psiquiatra o de un neurólogo. No pretenderás que esa mujer me indique lo que le debo recetar a este paciente.
—En absoluto. Es más, no creo que te vaya a decir lo que le debes mandar o quitar de su medicación. Digamos que sus técnicas van un poco más allá.
—Bueno, no quiero escuchar más porque ya me estoy arrepintiendo de traer a esa tal Isabel. Bueno, vale, no pongas esa cara. Primero, habla con ella y trata de convencerla. Te noto muy relajado. ¿Y si es ella la que no quiere acercarse por «Los girasoles»? Ahora que está jubilada igual no tiene ganas de complicarse la vida con estos problemas.
—Me temo que no conoces a mi amiga; claro, tampoco tenías ninguna obligación. Tendrás ocasión de verla cara a cara y ya te harás una idea de ella y de cómo actúa. Esto se pone interesante, Ildefonso. Cuando venga, permanece atento.
—¿Y eso? ¿Acaso me voy a llevar una sorpresa?
—Solo te diré que, a veces, las formas tradicionales de afrontar los problemas de nuestra especialidad ya no nos valen.
—De acuerdo. Sin embargo, no me haré demasiadas ilusiones, no vaya a ser que luego la caída resulte más dolorosa. Me he llevado varios disgustos a lo largo de mi carrera y estoy algo escarmentado. Qué quieres que te diga, pero no veo yo a esa enfermera llegando con su varita mágica y resolviendo en un plis plas tan delicada cuestión. Perdona mi escepticismo, Sergio, pero estoy vacunado frente a las soluciones fáciles. Cuidado, que estamos tratando de una esquizofrenia y de unas alucinaciones con manifestaciones agresivas, no de una simple y pasajera crisis de ansiedad.
—En eso llevas toda la razón. Solo añadiré una cosa más. Por lo observado, creo que lo que le ocurre a nuestro paciente es algo más que un trastorno esquizofrénico, por mucho que queramos encuadrarlo en ese diagnóstico. Pretendo lanzarme a la piscina, pero tampoco deseo pecar de loco: antes de tirarme, miraré a ver si hay agua.
Una hora después de esta conversación, un sonriente psicólogo llamaba a la puerta del despacho del psiquiatra.
—Buenas noticias, jefe.
—Ah, pues qué bien. Entonces, ¿nos alegramos con la respuesta de tu amiga?
—Sí, acabo de terminar mi charla con ella.
—Venga, suelta su mensaje.
—Vendrá; mañana por la mañana se pasará por aquí. Aunque te parezca increíble, la mujer se ha puesto muy contenta. Me ha dicho que no hay nada mejor para combatir el aburrimiento que la acción.
—Anda, por lo menos la veo predispuesta a ayudar a los demás. Supongo que te habrá pedido información acerca del problema de Martín.
—Sí, claro. Le he dado unas pinceladas sobre lo sucedido en las últimas horas.
—¿«Pinceladas»? ¿Solo eso?
—Me temo que no va a necesitar ni siquiera leer el historial de Martín.
—¿Y cómo es eso? —preguntó extrañado el director—. Precisará conocer los datos clínicos de este chico, al menos para ponerse en antecedentes.
—Ildefonso, ella es más directa que nosotros. Su manera de trabajar es más espontánea; te lo garantizo. No te preocupes por eso, que no rebajará su efectividad. En fin, si quieres verlo, mañana lo comprobarás.
…continuará…