ESQUIZOFRENIA (94) El perfecto equilibrio de la historia

—Sí, así fue —afirmó con convicción Romano—. Acepté la misión de velar por ti y de guiarte una vez desaparecieses del mapa físico.

—Es un buen motivo para estarte agradecido, amigo. Hubiese sido muy triste para mí permanecer en este nuevo paisaje en soledad, asustado e ignorante acerca de lo que me esperaba. No sabes lo importante que es disponer de un guía en estas circunstancias tan importantes. Perdona que insista, pero… ¿por qué mostraste ese interés por mí?

—Te lo acabo de decir, amigo. Estudié a fondo tu expediente, todo tu historial y tu caso me motivó. Digamos que es el sentimiento de amor el que todo lo estremece en el universo. Es la suprema energía que impulsa nuestros movimientos en la esfera espiritual. ¿Lo comprendes, Martín?

—Supongo que es así. He oído afirmar que el amor es el elemento que activa la vida, el que todo lo da sin pedir nada a cambio. Todo lo escrito a lo largo de la historia camina en ese sentido. Entonces, es cierto ¿verdad?

—Sin duda alguna. ¿Acaso no salvaste por amor a esa niña durante el incendio? No esperabas ninguna compensación ni pago, lo hiciste por puro altruismo. Se trata de la misma motivación por la que ahora yo te acompaño. ¿Habrá un mejor aliciente que ese para actuar en la existencia? Por eso he venido a recogerte y a ayudarte en tus próximos pasos.

—Y hablando de ello, Romano, ¿qué se supone que ocurrirá conmigo a partir de este sublime momento? ¿Es posible que me sometas a algún tipo de prueba o examen para comprobar si estoy preparado para seguir avanzando? Mira que en el lugar que he abandonado me sometían a continuas evaluaciones para verificar mi estado mental, si estaba loco o incapacitado por completo para ejercer mi libre albedrío.

—Soy consciente de ello.

—Es más, supongo que lo sabes, pero convéncete de que durante años y años me diagnosticaron como un esquizofrénico, una de las más graves enfermedades mentales que existen en el plano material. Y conoces lo que eso implica: permanecer ingresado entre cuatro paredes, aislado por ser peligroso y la administración de pastillas o inyecciones a diario. Y a pesar de esa tortura continua, todavía puedo dar gracias a Dios de que me llevasen por fin a ese centro donde mi suerte cambió. Al menos allí se me ofreció la oportunidad de acabar con mi pesadilla.

—«Los Girasoles».

—Caramba, ha sido mencionar esa palabra y estremecerme. Quizá hasta tú sepas más de mi vida que yo mismo. Estuve tanto tiempo medio inconsciente bajo la influencia de los fármacos que no sé ni lo que pensar.

—No exageres, Martín. Tampoco es para tanto. Yo solo fui un testigo privilegiado de tu trayectoria y de tus actos.

—Bien, quiero aprovechar la oportunidad que me brindas con tu compañía y tus grandes conocimientos.

—Adelante, que intuyo por dónde vas.

—Romano, responde con sinceridad, porque te lo agradeceré en el alma. ¿No crees que a pesar de mi pasado mi situación no resultó injusta? Desde el principio nací limitado en mis capacidades, se me impuso un considerable número de restricciones a mi libertad; por ejemplo, fui abandonado como un vulgar perro a las puertas de un convento, como sucedería en el argumento de cualquier trágica novela romántica de la época, no tuve infancia o al menos la que yo hubiese imaginado y solo permanecí bajo la tutela de instituciones que no siempre velaron por mi felicidad o bienestar. Nadie se dignó a quererme o a hacerme un pequeño hueco entre las paredes de un hogar. Para empeorar las cosas, mi cabeza no acababa de funcionar bien, lo que resultaba acorde a mi situación de desasosiego y de falta de esperanzas. Cuando parecía que algo podía mejorar surgía un obstáculo mayor que el anterior, lo que me hacía caer en un pesimismo devastador, sin ninguna ilusión por continuar viviendo.

—Perdona, porque no deseo contrariarte. Creo que mi buen amigo Rafael ya te proporcionó las debidas explicaciones al respecto. Desde mi punto de vista, se trató solamente de la marcha lógica a lo que había supuesto tu recorrido evolutivo.

—Verás, Romano, acumulé durante tantos años esa sensación de impotencia, de venir al mundo con las manos atadas y los sentidos entorpecidos, que incluso aquí y ahora no acabo por desechar esa sensación de injusticia de la que fui testigo directo.

—Te entiendo, pero no olvides aquella escena fundamental en la compañía de tus amigos Isabel y Sergio en «Los Girasoles». Ahí se te permitió recordar y revivir, ser consciente de tu camino anterior en otra existencia. Siento decirlo, pero no fue un capítulo del que sentirse orgulloso.

—Cierto. Creo que las personas tratamos de disimular cuando se nos habla de cosas que no nos convienen.

—Exacto, Martín. Por eso hay que ser justo, empezando por uno mismo. La vida es un juego de equilibrios dictados por la ley de causas y efectos. No hay alternativa. Lo demás constituiría una terrible injusticia que no cabe en un universo hecho a semejanza del Creador. Esconder nuestras actuaciones calamitosas no sería prudente; sin embargo, también hay que ensalzar aquellos hechos que dinamizan nuestra evolución. Al comenzar nuestra conversación, te agradecí lo que habías realizado. Resultó un acto maravilloso cuyo eco se trasladó hasta los confines de nuestra esfera. Dispusiste de plena libertad y tu decisión fue heroica. ¿Estás haciendo memoria, amigo?

—Sí, ahora puedo pensar con más claridad. Por eso admito la rectitud de tu planteamiento. Igual que me alegro por cómo salí de mi antigua dimensión, también me entristezco por mi oscuro pasado. Es un juego de fuerzas donde solo triunfa la verdad. Y la verdad es lo adecuado, lo justo, lo que procede. Se trata del perfecto equilibrio de la historia.

…continuará…

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Entrada siguiente

ESQUIZOFRENIA (95) La búsqueda de la redención

Mié Dic 25 , 2024
—Por tanto, ¿cómo pensabas llegar a tu vida reciente con ese ayer que cargabas a tus espaldas? Todo ese cúmulo de dificultades, todo ese encadenamiento de obstáculos fueron un medio para que rescatases el daño tan terrible que habías causado con tus actuaciones. —Pero yo quería a Carmen y por […]

Puede que te guste