—¡Levántate, desgraciada! —ordenó la Madame poseída por la furia—. Me hiciste perder un montón de dinero con tu marcha y eso, aún no lo he olvidado. Y todo por querer favorecerte, porque me daba pena de ti, porque incluso me acordaba de tu madre y de nuestros años juntas. ¡A la mierda con todo! Y al final, ¿para qué? Para que ese tipo se aprovechase de ti como una chica inocente y te rompiese tus sueños de adolescente.
La expresión de Eva recibiendo golpes indefensa en el suelo no podía ser más desoladora. Se defendía como podía, cubriéndose la cabeza y el rostro con sus brazos.
—Se ha demostrado que no tenías ni la más mínima idea de cómo funciona el mundo ahí fuera. No sabes el frío que hace en el exterior de este local. No te lo imaginabas, ¿verdad? Y ahora, ese miserable te devuelve aquí manoseada y con cara de estar más muerta que viva. Y encima, ¡borracha! Conociéndote, seguro que te has vuelto alcohólica para pasar página al asunto de ese estúpido seductor que te ha absorbido la cabeza. Mira, si lo vuelvo a ver por aquí, le digo a los chicos que le den una paliza, le rompan los huesos y luego, lo abandonen en la calle más oscura. No creo que tenga «huevos» para aparecer por aquí. ¡Claro que no se presentará! Y como será un poco inteligente, no se acercará ni siquiera por el barrio. Venga, deja de gemir y levántate. No me gusta pegarle a nadie cuando está indefenso y en el suelo.
—¡Ay, Madame! Se lo suplico, por favor. No me pegue más o me dejará inválida y no serviré para nada.
—Oh, ¡qué aguda! —dijo con ironía Giselle—. Mírala a ella. Ahora se preocupa por su apariencia. Lo que tendría que hacer es agarrar un látigo, azotarte a conciencia y luego, ponerte de patitas en la calle. Así serías capaz de ganarte la vida sin depender de mí. ¿No crees que sería lo justo? Tú me has jodido a mí y para hacer justicia, lo lógico será que yo te joda a ti.
—Sí, Madame. Lo que usted diga.
—Ja, ja, pues claro: será lo que yo diga. ¡Estúpida, mira que te lo advertí! ¿Crees que no he coincidido con casos como el tuyo? Sí, sí, me he topado con varias princesitas que pensaban haber hallado al príncipe azul de sus sueños. Insisto: jamás sale bien. O quizá, al principio, pero dura poco. Así, la princesa decepcionada vuelve al lupanar y el príncipe sale a cazar a otras mozas enamoradizas. Las historias felices solo se producen en tus estúpidas novelas y en el cine. Es lo que vende, claro, pero se trata tan solo de una burda mentira. Espero que hayas sacado la mejor lección de este gran desengaño. Te lo advierto por si te entran las dudas: jamás podrás salir de aquí, salvo que te ahorques, claro. Y lo peor es que, en ese caso, nadie derramará una lágrima por ti. Piénsalo bien: eres un desecho de la sociedad y como tal, solo te quieren para que abras bien tus lindas piernas. Cuídate o no llegarás ni a los treinta.
—Lo siento tanto, Madame… que no sé ni cómo disculparme ante usted.
—Hum… entonces la cuestión es que pretendes volver a esta casa… —afirmó Giselle mientras que abandonaba el bastón sobre la mesa.
—Es eso, Madame. Se lo ruego. No tengo ni dónde caerme muerta.
—Ah, vaya, diciéndolo así, parece que estás en mis manos.
—Haré lo que usted me diga y esta vez no la decepcionaré.
—A ver, desnúdate, quítate toda esa ropa que no te pega ni siquiera borracha. Déjame ver tus encantos o ¿te crees que te voy a contratar sin examinar antes la mercancía? Venga, que no tengo toda la mañana. Date prisa, niñata.
Mientras que Eva se desnudaba con dificultades por la tremenda paliza recibida y por el intenso dolor que le quebraba las articulaciones, Giselle la escudriñaba desde arriba a abajo fijándose en todos los moratones que por los golpes recibidos le habían brotado en su piel.
—¿Será posible? Encima me vas a costar dinero. ¿No te das cuenta de que hasta en un mes no te desaparecerán todos esos cardenales?
—Pero… si ha sido usted la que me ha dado la paliza —dijo entre lágrimas la jovencita.
—¡Maldita sea! ¡Cállate! ¿Cómo te has quedado tan delgada? Estás escuálida, tan chupada que no te querrá ningún hombre. A nuestra clientela le gustan más rellenitas, que lo otro les hace recordar el hambre que pasarían en sus infancias allá por los años cuarenta. Y ¿cómo te vas a quitar esas estrías de la barriga? Ahora las tienes más acentuadas porque no tienes carne suficiente para disimularlas. ¿Sabes lo que tendré que invertir en cremas y aceites para que estés lustrosa, apetecible para mis consumidores? No me sirves si no vuelves a tu estado original de hace un año, cuando tomaste la trágica decisión de huir con tu príncipe fallido.
—Me cuidaré con todo esmero, Madame. Quiero empezar a trabajar cuanto antes. Ya sé que la Madame es muy exigente porque tiene el listón muy alto en Madrid. La buena fama de «Le Paradis» no debe perderse.
—Ya, claro. ¿Qué sabrás tú de eso si nunca has dirigido a un grupo de personas? Eso lo decidiré yo cuando me parezca que estés preparada.
—Sí, claro.
—Se dice «Oui, Madame» —afirmó Giselle elevando el tono de voz mientras que daba un fuerte manotazo sobre la mesa.
—Oui, Madame —afirmó Eva asustada mientras que a duras penas se mantenía de pie cubriéndose los genitales con sus manos.
—Que no se te olvide la disciplina, mocosa. Sin disciplina y sin respeto, este negocio no sobreviviría. Para eso estoy yo aquí. Sin mí, esto sería un caos. Bien, habrá que darte un menú con más proteínas y grasas. Y escúchame bien, listilla. Como yo te pille bebiendo antes de trabajar, aunque sea una miserable cerveza, prepárate para otra paliza. Será una pesadilla para ti, pero no me sirves alcoholizada, por mucho que quieras escapar de tus problemas y de tus imaginaciones.
—Por supuesto, Madame. No la defraudaré. Por favor, ¿me puedo vestir y marchar ya? Tengo frío, no me encuentro bien.
—Sí, puedes volver a tu antigua habitación. Aún está libre. La dejé sin tocar por el respeto que le tengo a tu madre, aunque tú no te lo merezcas.
—Merci, Madame.
…continuará…