—¿Eh? —exclamó de repente la joven—. Pero si vives en la parte más noble de Madrid… Vaya, a veces he paseado por el barrio de Salamanca y me parecía una zona tan hermosa, con esos edificios amplios, tan altos, con esos jardines tan bien cuidados y perdía tanto tiempo contemplando sus lujosas tiendas… que me moría de ganas por entrar y preguntar por alguna ropa, un bolso, unos zapatos… pero me daba tanta vergüenza, sobre todo, porque nada de eso estaba a mi alcance. ¿Sabes lo que es delirar delante de un escaparate? Mi obsesión era: «en cuanto me vean entrar pensarán que soy una putilla de los bajos fondos…». Cuando vives con el agua al cuello, no te puedes permitir ni soñar, solo imaginar y fantasear para volver en segundos a la cruda realidad.
—Es posible, Eva. Cuando tienes mal una pierna, te apoyas más en la otra a modo de compensación, pero es solo un breve instante hasta que necesitas seguir avanzando.
—Sí, será eso, Armando.
—Pues entonces, el domingo viviré ansioso aguardando tu llamada para recogerte el lunes. Quiero verte fuera de aquí, donde tu luz deslumbrante no se consuma entre vapores de alcohol y jadeos fingidos. Seremos tú, en tu esencia, y yo. Me has preguntado varias veces si estaba siendo sincero contigo y te he jurado que sí. Espero que no seas tú la que me decepciones. Nada me haría sentirme peor que acostarme el domingo sin saber que no te abrazaré a la mañana siguiente.
—No, no soy de esas. Si doy mi palabra la cumplo. Te llamaré, tenlo por seguro. Escucha el ritmo acelerado de mi corazón.
Tras situar Armando su oreja sobre el pecho de la muchacha…
—Es verdad, te late a toda prisa.
—Hay un motivo muy claro para que eso suceda. Aunque solo estuviera un rato paseando contigo a solas, ya me sentiría libre y esa sensación… no hay nadie en el mundo que la pueda comprar. Solo una sabe del valor que posee.
—Qué bien hablas, Eva. Dios mío, cuánto le debo a mi amigo por recomendarme este lugar. ¡Quién me lo iba a decir! Él me comentó que este sitio me iba a gustar porque las chicas no eran zafias, sino que tenían incluso conversación, un nivel más alto del habitual. Después de lo que nos ha pasado, qué me importa a mí estar donde estoy si te he hallado. Eso es lo importante y por lo que ha merecido la pena llegar hasta aquí.
—Cuánta razón, querido. Quiero recordar el próximo lunes como el mejor de mi vida. Perdona, pero no se me ha olvidado mi profesión. Esta noche lo haré contigo encantada, no cerrando mis ojos y viajando junto a los personajes de mis novelas para tratar de evadirme. Después de tanta teoría… ¿qué te parece si pasamos a la práctica?
—Uf, confieso que sería incapaz en estas circunstancias. Te lo digo en serio, Eva. Mi encuentro contigo y la conversación que hemos tenido han inundado mi pensamiento de romanticismo, nada que ver con la atmósfera de este prostíbulo, que tendrá de todo menos eso.
—De nuevo me conquistas con tu razonamiento. Me fastidia que te vayan a cobrar una tarifa tan alta sin haberte tumbado ni siquiera encima de la cama.
—Bueno, el precio nunca será lo suficientemente alto con tal de haberte conocido. Anda, dejemos de hablar de eso.
—De acuerdo. Te voy a pedir un último favor. No me gustaría descender por las escaleras en soledad. Nuestro encuentro ha sido una apuesta personal de Madame Giselle. Baja conmigo, que yo iré de tu brazo derecho. Seguro que ella nos estará esperando para cerciorarse de su nueva victoria y de cómo su orgullo le invade el alma.
—Pues sí, la verdad es que me he cansado de su estúpido jueguecito de prostíbulo. Solo pienso en una cosa.
—¿Y cuál es, mi amor?
—Ya queda un minuto menos para verte el lunes.
—Armando, cuidado, que lo que estamos haciendo es muy serio. Te voy a llamar, pero si el domingo no me coges el teléfono, piensa en las consecuencias. Cuando llevas trabajando años en este negocio, la malaleche que se acumula por dentro es terrible.
—Tranquila, lo sucedido hoy no ha sido casual. Hacía mucho tiempo que no experimentaba algo parecido a lo que me ha pasado esta noche contigo. Te doy mi palabra como hombre.
Minutos después, una vez que el empresario había pagado su abultada cuenta, Armando y Giselle se despidieron entre sonrisas…
—Nunca me he alegrado tanto de pagar un servicio, Madame. Ha ganado usted, sin ningún género de duda. Eva es una chica de altura, trabaja muy bien y te lleva muy adentro, donde las emociones se conjugan con el placer. Ella no solo te procura «entretenimiento», ya me entiende, sino que, además, te proporciona conversación, algo difícil de encontrar en este negocio. De veras, uno sale más hombre de la habitación. La felicito por su buen tacto a la hora de elegir a la mujer que más me convenía. Cuente conmigo para la publicidad de «Le Paradis». Comentaré mi magnífica experiencia entre mi círculo de amigos.
—Bien sûr, Monsieur. Cómo me gusta su discurso, don Armando. Su mensaje entre su círculo más íntimo nos hará mucho bien. Ya sabe lo esencial: el cliente debe salir satisfecho. Y con respecto a nuestra apuesta, ya sabe, se refería más bien a una broma divertida, a un juego gracioso para ver quién de los dos tenía más razón.
—Ha ganado usted, Giselle. La felicito. Volveré, no lo dude —afirmó el empresario mientras que le extendía la mano a la propietaria.
—Merci beaucoup. A votre service, Monsieur.
…continuará…