—¡Caramba, qué hombre tan franco! —comentó la Madame con una ligera sonrisa entre sus labios—. Ya veo que tiene usted clara la cuestión. Bien, eso me gusta. Denota que es una persona natural y de tendencias decididas. Pues le escucho con toda mi atención, don Armando.
—Madame Giselle, he venido hasta su despacho con la clara voluntad de llevarme a Eva.
—¿Cómo dice, Monsieur? —reaccionó la mujer mientras que le dirigía al empresario una mirada gélida—. Me va usted a perdonar, pero una cosa son las intenciones y otra la realidad. Me temo que eso que ha solicitado es del todo imposible.
—Desde luego que esperaba esa respuesta. ¿Se imagina a usted diciéndome «venga, de acuerdo, llévese a la chica porque a mí ya no me sirve de nada»? ¿A que no? Bueno, usted ya sabe cómo funcionan estas cosas. No existen los imposibles en la vida. Yo me dedico a los negocios y como es normal, sé de la materia. Y su trabajo, para bien o para mal, no deja de ser otro negocio, una actividad que, con una adecuada gestión, le permite vivir bien y conservar su estatus.
—Habla el señor con mucha seguridad, pero le diré que ese es únicamente su punto de vista, por lo que no tiene que coincidir con mi perspectiva.
—Madame, le aseguro que no he venido aquí a discutir. Dios me libre, pero he acudido hasta «Le Paradis» para alcanzar un acuerdo; porque las personas de bien tratan de llegar a acuerdos para su conveniencia. Nada de que uno pierda y el otro gane o al revés, si le parece mejor. No; los buenos convenios se distinguen por la satisfacción compartida entre las dos partes. En otras palabras, soy alguien acostumbrado al diálogo, no me cierro a nada, porque pienso que todo en la vida se puede debatir. Incluso pienso en las alianzas, esas de las que se benefician ambas partes.
—Es curioso don Armando, pero tal y como le indiqué el otro día, mis «niñas» se sitúan entre lo mejor de la capital de España. En fin, que usted lo pudo comprobar directamente la otra noche, por lo que posee una experiencia reciente al respecto. Si hay algo que caracteriza a este local es que, temporada tras temporada, se mantiene entre la élite de Madrid.
—No le discuto esa opinión porque usted sabrá de la competencia entre su negocio y el de otros, pero yo no he llegado a su club para hablar del nivel de la prostitución en esta gran ciudad; a mí solo me interesa una joven en concreto.
—Claro, y a mí también; precisamente porque esa joven a la que usted cita me pertenece y forma parte indispensable de mi negocio. No sé si ignora la situación, pero he de decirle que Eva está entre las primeras chicas de «Le Paradis» y me atrevería a firmar que, dada su categoría y su nivel de conversación, debe estar entre las primeras de la capital. No sé si ha tenido en cuenta ese dato tan fundamental. Otro aspecto esencial del que usted ha prescindido es su potencial. La chica solo tiene veinte años y apunta maneras, no es ya el dinero que deja en la actualidad sino el que puede hacer ganar a este respetable club y a su dueña, que soy yo, je, je…
—Caramba, Madame, cómo le gusta a usted encarecer el «producto» —afirmó con ironía el empresario.
—Nada de eso, Monsieur. Yo entiendo su interés; estamos hablando de una jovencita que va a dar unos frutos extraordinarios. Lo tiene todo: unas curvas para marearse, una belleza diferencial y especialmente, una lengua para distraer al hombre más ilustrado y usted sabe a lo que me refiero. ¿O acaso la otra tarde no gozó de su conversación? La niña parece que está recién titulada en una de las más prestigiosas universidades. Se trata pues de un caso único. Caramba, de lo que sí estoy convencida es de que el señor tiene un ojo clínico extraordinario, sin duda, para distinguir el verdadero talento. Qué alto refinamiento para ser una puta. ¿No le parece, señor?
—Le doy la razón. Hablamos de una mujer que se dedica a lo que se dedica y que, aun así, lo hace conservando su dignidad. Desde luego que soy consciente del valor de Eva. En caso contrario no estaría aquí, ¿verdad?
—Claro, ella trata de abrirse camino en la vida. Es una aspiración justa de todo ser humano; y también creo que tiene la cabeza muy bien amueblada para la corta edad que posee.
—En resumen, que lo tiene todo.
—Por supuesto. Gracias a Dios, los hombres siguen y seguirán necesitando los servicios que solo ellas les pueden dar.
—Bien. Por favor, retomemos la cuestión principal. Soy consciente de que, si me llevo a Eva, eso le causará a usted un vacío en el local y un perjuicio económico. Sin embargo, tampoco conviene exagerar. Soy de la opinión de que no existe nadie imprescindible. Si ella abandona «Le Paradis» es seguro que llegará otra chica que la sustituirá. Seguro que no va a cerrar su negocio, después de tantos años de servicio, porque una de sus chicas se despida. Sería absurdo. Incluso en las buenas empresas, cuando el mejor operario se va o se jubila, es reemplazado por otro con éxito. Además, conociendo sus habilidades y su dilatada experiencia seguro que usted encuentra a alguien que se le parezca. Faltaría más. Son las leyes de la vida y del mercado, Madame.
—Ya veo que su discurso va por la línea de estar completamente seguro de lo que afirma. Pero… ¿y si no? ¿Quién me garantiza que voy a encontrar un relevo para mi chica preferida? ¿Quién puede firmar en un papel certificando que existe por ahí otra mujer como ella y con esa edad? Es que podría tardar años en recuperar la inversión.
—Sí, me pongo en su lugar y en sus temores. Admito que hay trabajadores más difíciles de sustituir que otros. Eso es innegable.
—Por cierto, don Armando, —interrumpió Giselle con brusquedad el discurso del empresario—. ¿A qué se dedica usted? Habla con una seguridad que espanta.
—Al mundo de los electrodomésticos, señora.
—Ya, pero ¿se dedica a reparar lavadoras o lleva el mantenimiento de los frigoríficos?
—Bueno, sabía que al final terminaría por plantearme esa cuestión. Y no me importa admitirlo. Qué más da. Soy dueño de varias tiendas en la capital, con planes de expansión y… qué quiere que le diga… no me voy a quejar de mi situación, aunque todo es mejorable. Depende de la capacidad de trabajo de quien le habla y en ese caso, ya le aseguro yo que es alta.
…continuará…