ESQUIZOFRENIA (30) ¿Pasión repentina?

—Pues me alegro por usted, Monsieur. Ahora entiendo el excepcional volumen de sus propinas el día que estuvo aquí —explicó la Madame con una sonrisa irónica en su boca—. Ya veo con quién estoy tratando. Ja, ja, ni que estuviésemos en trabajos parecidos.

—Uy, uy, creo que no, Madame —contentó Armando abriendo sus brazos—. Insisto; no estoy hablando de televisores o de aparatos de aire acondicionado. Aquí está en juego el futuro de una persona, ni más ni menos.

—Claro. Le haré una pregunta: ¿a qué viene ese interés repentino por una chica como Eva? Ha de saber que me une a ella un vínculo especial. En concreto, su madre fue mi compañera durante unos años aquí en Madrid. ¡Qué pena que Dios se la llevara tan pronto debido a su enfermedad!

—No lo sabía, pero… ¿adónde pretende llegar?

—Pues es muy sencillo. La relación que mantengo con Eva no es solo de tipo económico o profesional. Existe un lazo emocional. Y eso, cómo le diría, no es tan fácil de romper. ¿Me entiende ahora, don Armando?

—Desde luego. Ya veo cómo juega usted sus cartas.

—Sí, me alegro de que se ponga en mi pensamiento. Por favor, no me ha respondido a la pregunta de antes.

—Sí, cierto. ¿Puede usted juzgar los asuntos del corazón?

—Claro que sí; perfectamente. ¿Por quién me toma? ¿Acaso por una insensible que no tiene en cuenta los sentimientos del prójimo? Ya sabe a lo que me dedico, pero eso no me resta ni un gramo de afecto por ninguna de mis muchachas.

—No lo pongo en duda. No tiene pinta de eso. Es más, veo bastante humanidad en sus ojos, a pesar de que viva en un entorno que seguro que es hostil. Llevar un negocio de este tipo hará que usted desconfíe hasta de su sombra.

—Évidemment, Monsieur. Es de pura lógica.

—Verá, los comerciantes tenemos algo muy especial que nos distingue. Por simple supervivencia, mantenemos buenos contactos con todo tipo de clientes. Una rebaja en la instalación de un aparato de aire acondicionado, un pequeño descuento en cualquier utensilio para el hogar o simplemente, estar al día en los últimos avances en electrodomésticos resultan aspectos que enganchan a cualquier consumidor. No se lo va a creer, pero en mi caso, mantengo unas excelentes relaciones con el Cuerpo de la Policía. Ellos y sus familias saben que pueden encontrar en mis tiendas las mejores ventajas a la hora de comprar. Solo tienen que mostrar su carnet profesional y listo. ¡Qué bella institución! ¿Verdad? Todos los santos días del año velando por la seguridad de los ciudadanos y por el cumplimiento de las leyes establecidas por el Gobierno.

—Interesante reflexión, aunque desconozco qué relación tiene con mi Eva. Sí, comparto con usted la opinión de que hay que tener amigos hasta en el infierno; y digo esto con mi más absoluto respeto a la Policía española. Si yo le contara, Monsieur, se sorprendería hasta límites inimaginables. No quiero decirle la de inspectores y comisarios que hacen uso habitual de nuestros servicios, alguno de ellos tratando de pagar menos aprovechándose del peso de su placa. En verdad, todos aquellos que trabajamos para el público debemos velar por la seguridad en nuestros negocios.

—Bien, recordando a Eva, mi intención no es pasar aquí horas y horas hablando de esa chica. Voy a ser respetuoso con usted, porque creo que está defendiendo su negocio con dignidad.

—Creo que soy una pesada por mi reiteración, pero… ¿experimentó usted un súbito flechazo por mi señorita?

—Como le indiqué antes, juzgar los asuntos del corazón es materia complicada. En caso contrario, solo usaríamos comportamientos racionales en todos los sectores de nuestra existencia. Suena incluso siniestro. ¡Qué frialdad! ¿Verdad? Esa expresión de «flechazo» no me acaba de convencer. La veo un poco antigua para estos tiempos modernos que vivimos. Es cierto que esa chica, como usted ha descrito antes, posee algo especial. Es posible que a otros ese carácter no les interese. En mi caso, es justo lo contrario. Para saciar sus ganas por saber, digamos que Eva ha despertado una extraña pasión dentro de mí. Resulta difícil ponerle palabras a esa emoción. Discúlpeme, Madame, no sé si habré satisfecho su curiosidad.

—Perdone, ¿usted la había visto antes, en la calle o en otro lugar?

—En absoluto, la otra tarde fue mi primera vez con ella y recuerde que usted fue la culpable de que yo me cruzase con ella.

—Me acuerdo perfectamente de todas las recomendaciones que les hago a mis clientes. Dígame, don Armando, ¿ha valorado en profundidad las ventajas y los inconvenientes de haberle robado el corazón a mi niña?

—¡Ay, por favor! Evite ese lenguaje tan recargado y paternalista con Eva. Ni que fuera su hija. Con que la llame por su nombre creo que será suficiente.

—¡Eh, no se me altere, Monsieur! Recuerde que el señor está en mi casa. Además, ¿qué sabrá usted? Para ella soy como una segunda madre, porque cuando desapareció mi excompañera, yo me tuve que hacer cargo de ella y aún no estaba en edad de trabajar. ¿Comprende mejor ahora mi vínculo con Eva? Yo la he educado y le he enseñado el negocio. ¿Le parece poco? Fue una inversión no cuantificable, porque no se trata de dinero sino de otro tipo de cosas. En cuanto a lo que le decía, entonces… ¿no se tratará del «calentón» de una noche?

—Pues claro que no, Giselle.

—Me desconcierta, señor Armando… ¿cómo puede estar tan seguro?

—Mire, si le sirve de argumento, yo he estado con numerosas fulanas y lo cierto es que nunca me ha pasado lo que me ha ocurrido con Eva. Ya le digo que no existe una explicación razonable para este fenómeno.

—¿Y si se le pasa a usted esa «pasión» pronto y me trata a la chiquilla como un vulgar trapo de cocina?

…continuará…

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