ESQUIZOFRENIA (13) La mujer sin sueños

—Tienes toda la razón, Eva. Es más, añadiré algo: no creo que vuelva por aquí.

La reacción de la veinteañera resultó inaudita tras escuchar el mensaje de Armando. Se levantó de repente del sofá, se sentó con lentitud en la cama y tratando de disimular unas lágrimas que caían por su lindo rostro, le dedicó una honda mirada a su cliente.

—¿Eh? Pero mujer… ¿tanto te ha afectado que te haya dicho esto último, tanto como para echarte a llorar?

—Qué asco de trabajo. Estoy amargada. Aquí no hay lugar para los sentimientos. Es duro, pero es la triste realidad. No quiero verme mañana de patitas en la calle y sin nada que llevarme a la boca. No me conviene —insistió la chica mientras que trataba de secarse las lágrimas.

—Por supuesto que no te conviene —añadió el empresario con una tremenda seguridad—, salvo, salvo que…

—Me siento fatal, déjate de jueguecitos de palabras, Armando. No estoy de humor.

—Iba a decir que salvo que… yo te proponga una cosa diferente.

—¿Se puede saber de qué hablas, hombre? —preguntó la chica curiosamente mientras que se sentaba sobre las piernas de su cliente y le acariciaba el cuello con sus dos manos.

—Vaya, querida: lo sabes perfectamente o… ¿has perdido por sorpresa toda tu capacidad intuitiva?

—Mi querido cliente, no me está permitido soñar, porque al despertar, mi dolor se convertiría en insoportable.

—Pues no sueñes, mi niña; sé solo realista. ¿Sabes algo?

Un intrigante silencio se hizo de repente en aquel lujoso cuarto de «Le Paradis»; algo que cambiaría la existencia de Eva estaba a punto de ocurrir y ella permanecía ansiosa por saberlo…

—Me gustaría verte, Eva, encontrarme contigo, pero en otro espacio más limpio, menos contaminado, sin el agobio de saber a lo que he venido aquí. ¿Qué te parece?

—Me estás engañando, Armando —respondió la joven mientras le apretaba el cuello al hombre—. ¿Sabes? Si hay algo que no soporto son las mentiras, por que no soy una mujer estúpida. Vivir aquí genera desconfianza, te convierte en una loba que no se fía de nadie. Es natural, nadie quiere sufrir por partida doble. Yo sufro por mi maldito destino y por mi trabajo y me angustio por las novelas que leo, porque las personas maltratadas por la vida finalmente hallan una compensación a todo ese suplicio por el que han pasado.

—Bellas palabras, mi niña; no sabes lo que me alegro de que esos libros te hallan proporcionado ese toque tan distintivo de refinamiento. Eres un ser asombroso. Y yo que creía que en este local solo iba a encontrar sexo y lujuria. ¡Qué equivocado estaba! Porque esto… es un prostíbulo… ¿o quizá un club de cultura? —expresó con ironía el empresario.

—Calla un poco, anda, que en silencio estás más guapo.

—Por favor, querida. Te pediré algo: cierra tus ojos y déjate llevar. Sueña con lo más bonito que te haya pasado en tu corta existencia, por favor.

Fue así como Eva juntó sus labios con los de su cliente, hasta que ambos se dieron el beso más largo de sus vidas, una caricia entre dos almas que jamás olvidarían. Tras un minuto de pleno romanticismo, que ni la mejor novela de amor hubiese descrito… Eva, en un gesto de lo más sincero, situó sus dedos sobre los pómulos del hombre y empezó a apretar…

—Armando, solo te digo una cosa. Mírame con fijeza a los ojos y júrame por lo más sagrado que no me estás engañando.

—Eva, te lo aseguro, por Dios. Lo que antes te dije salió de mi corazón. Las palabras pueden dar lugar a equívocos, pero nunca si provienen del corazón. He notado en mi pecho el peso de mis sentimientos que ahora comparto contigo.

—Vale, te creo. Perdona por mi desconfianza. Este trabajo te transforma en alguien hostil, sin ilusiones por nada y que solo observa inconvenientes en cualquier cosa. No he podido soñar sobre mi pasado, porque no hay nada bueno en él, pero aún puedo soñar con el mañana. Eso me ha vuelto recelosa, como la más astuta de las serpientes. Y, sin embargo, ya lo ves, aún conservo sensibilidad en mi alma.

—No te preocupes, que te entiendo. Yo, en tu situación y según lo que me has contado, habría caído en la locura. Dime, por favor, cuál es tu día de descanso a la semana.

—Los lunes, Armando. Es la única jornada en la que puedo darme un respiro y salir de este antro de perversión. No te dejes engañar por el decorado de las paredes, por el sabor del champagne o por el olor de unas profesionales refinadas. Esto no deja de ser un prostíbulo y lo que conlleva, por muy bien adecentado que esté. Aquí vivimos aquellas que no sabemos hacer otra cosa, salvo abrir bien las piernas, como me decía mi madre. Es una tragedia griega, pero no escrita, sino que la sufrimos todas las compañeras en nuestras carnes y en nuestras almas… un día sí y el otro también.

—Llevas toda razón, cariño…

—Ahora ya lo sabes. Muchas sonrisas cómplices, mucha bebida de buen gusto, pero detrás de esta fachada de lujo hay historias de terror, de un miedo que te envuelve y que no te permite ni ser tú misma ni disponer de tu destino.

—Lo he comprendido, Eva. No sigas con ese discurso porque me voy a deprimir aún más. Toma, te daré algo valioso. Esta es mi tarjeta. Ahí están todos mis datos, desde mi domicilio hasta mi número de teléfono. Guárdala con cariño y no la pierdas.

…continuará…

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