Pasado un rato, Madame Giselle permanecía sentada en la mesa número cuatro mientras que apuraba otra copa de champagne. Algo pasaba en su cabeza que la hacía notarse intranquila. Al poco, Eva apareció por allí.
—¿Me invita a una copa, Madame?
—Anda, siéntate. Está bien. Te he mandado llamar para que tuvieses un descanso. Tu «aventura» con ese señor me ha salido muy rentable. A la vista de su factura, no parece que le falte el dinero en la cartera. Además, ha estado contigo un buen rato, mucho más de lo habitual. Eso me hace sospechar que han sucedido hechos más allá del sexo. Nadie aguantaría tanto con una chica, a menos que sucedieran otro tipo de cosas. N’est-ce pas, chérie?
—¿Qué quiere decir, Madame?
—Veamos, jovencita. Es la primera vez que ese caballero aparece por aquí y según me ha confesado antes de marcharse, ha quedado más que satisfecho con tu actuación. Venga, ya tienes tu copa llena y ahora, desembucha. Dame detalles de esa tu gran representación. Me está matando la curiosidad por saber lo que ha sucedido ahí arriba —expresó la dueña mientras que apuntaba con su mano en dirección a las escaleras.
—Madame, usted es la reina de este negocio —respondió Eva tragando nerviosamente un sorbo de champagne—. ¿Por qué me pregunta si ya sabe cómo funciona esto?
—No empieces con tu filosofía barata, jovencita. Tu problema radica en que lees demasiado y eso no me gusta. Has de ser más sencilla y no llenarte el pensamiento con tantos relatos absurdos de otras épocas. Vamos, habla como si no supieses nada de este mundillo.
—Pues lo habitual, Madame. Se ve que le entré por los ojos, nada más. Al caerle bien desde el primer instante, eso facilitó las cosas. Creo recordar que me preguntó por cómo había llegado a este lugar. Él hablaba mucho, más que de costumbre en cualquier otro cliente. Por eso, tuve que usar mis habilidades seductoras para que se le encendiese la pasión y no charlara tanto. Después se dejó conducir y acabamos bien, lo normal. No es más que un hombre, con dinero, posiblemente, pero solo un hombre más que viene aquí a liberarse.
—Y… ¿te pidió algo especial?
—No. Tal vez el alcohol le atontase un poco. Pedimos varias botellas de champagne y eso, al final, se nota. Fue muy tradicional, es decir, él arriba y yo abajo. Lo único extraño a destacar fue su petición de desahogo emocional.
—¿Cómo que desahogo emocional? A ver, niña, aclárate.
—Es solo mi opinión, Madame. Creo que llegó hasta aquí para recuperarse de algún último disgusto que debió tener.
—¿Cuál?
—Me dijo que se había separado de su esposa no hace mucho, porque la convivencia entre ellos se había vuelto insoportable. Supongo que además de buscar placer, también quería compartir sus vivencias con alguien anónimo, como una mujer como yo que está acostumbrada a escuchar, a prestar atención a todos los que pasan por «Le Paradis».
—Si lo que me comentas es cierto, ¡menuda imbécil debe ser esa! Como está la vida y soltar a ese chollo de hombre, con su edad y su cartera repleta de billetes. Quién sabe, hay algo que no encaja. O él es un psicópata que solo genera dolor en quienes le rodean o ella está loca. Puede que su antigua esposa tenga otros planes con otro hombre y esa haya sido la mejor excusa para cortar con él. ¡En fin, de serpientes está lleno el mundo! Las mujeres de los setenta ya no son tan estúpidas como las de hace veinte años, eso lo tengo claro.
—Puede ser, existen muchas posibilidades.
—Una cosa… ¿te ha dicho si tenía hijos?
—No me comentó nada de eso ni tampoco yo le iba a preguntar. Me dio la impresión de que sí, puede que tenga dos, que yo para eso soy muy intuitiva, Madame.
—Ya. Y ¿cómo es de personalidad ese tal Armando?
—Por favor, ¿no es suficiente con lo que ya le he contado? Mi encuentro con él no fue un interrogatorio policial.
—Calla y no repliques, niñata —dijo de repente la dueña mientras que amagaba con darle un tortazo en la cara a la joven—. Yo soy la que pregunta y tú la que respondes. No lo olvides jamás. Mi olfato de madura experimentada me dice que aquí está pasando algo raro. Y yo no suelo fallar en mis apreciaciones. Venga, contesta y no te hagas la estúpida.
—No lo sé, de veras. Parece un tipo de lo más normal, aunque posea dinero. Creo que ha tenido mala suerte con su matrimonio y que ahora, estará pasando por un mal momento. Por eso apareció por aquí, Madame. Cuando hay crisis en las parejas, es muy común que esos hombres busquen desahogos a sus problemas. ¿No le parece? A lo mejor le ha resultado más fácil desfogarse conmigo que acudir a un asesor matrimonial o a un cura en busca de consejo. No estoy segura, se lo juro.
—Ven aquí, maldita —comentó Giselle de repente mientras que tiraba del pelo de Eva hasta que le arrastró la cabeza cerca de su boca—. Me escondes algo, desgraciada. Te lo digo en la oreja para que te cerciores de ello. ¿Crees que puedes engañarme a mi edad, imbécil? Anda, aparta de mi vista y sigue trabajando. No me gustan las medias verdades. En esta historia hay algo que no me encaja y te aseguro que lo voy a descubrir.
—Pero, Madame… ¿quiere que me invente algo para que usted se quede tranquila? Le prometo que no existe nada más, tiene que creerme, Giselle. Se lo ruego, suélteme, que me va a dejar calva y me duele.
…continuará…