—A menudo, observar la realidad desde una única perspectiva puede limitarnos, doctor. En mis años como enfermera, traté de ampliar mi visión sobre las enfermedades mentales. A ello contribuyó mucho mi capacidad para «ver» y la dirección del bueno de Rafael, que me iba indicando qué postura adoptar ante las patologías de mis pacientes. Comprobé, en mi unidad de psiquiatría, la poca efectividad que, a veces, tenía la farmacología sobre la conducta de algunas personas. Solo se trataba de silenciar una serie de síntomas en vez de abordar las causas profundas de los conflictos. Y ya ve usted lo que ha sucedido delante de sus ojos.
—Me doy cuenta, Isabel. Todo esto ha sido muy instructivo. Hay aspectos de la «tradición» médica que tal vez convendría corregir, pero por ahora, me mostraré prudente a la espera de los resultados con Martín. Quizá estemos ante la ocasión única de darle una nueva oportunidad a este joven. Sinceramente, me encantaría que pudiese rehacer su vida, alejado de estos esquemas de sufrimiento que ha debido soportar durante tantos años. Si le damos una mayor libertad de acción, es posible que comience a avanzar con más seguridad. ¿Qué tienes tú que decir al respecto, amigo? —preguntó Ildefonso mientras que miraba fijamente al chico.
—Señor director, yo estoy dispuesto a colaborar en lo que sea, solo deseo mejorar y dejar atrás toda esta pesadilla. Se me pasan ahora por la cabeza multitud de recuerdos. Conservo esa sensación horrible de impotencia al querer mostrar a quienes me atendían la verdadera naturaleza de mi problema, pero… fui siempre tan ignorado que nadie me hacía caso ni me prestaba la necesaria atención. Es eso, extendido a lo largo del tiempo, lo que me ha quemado tanto por dentro, lo que me ha convertido en un juguete roto al permanecer delante de unos expertos que no sabían comprender mis explicaciones y simplemente, se limitaban a pincharme y a darme la razón como si yo estuviese verdaderamente loco, como si todo eso que yo sentía fuese un mero producto de una imaginación enferma. Gracias a la intervención de hoy, he podido conocer los orígenes de la mujer que me trajo al mundo, la tragedia personal que constituyó su vida y su triste despedida de la realidad en una estación de metro. Aunque en estos momentos llore por la emoción, sé que todos esos datos me aportarán entereza, me harán más fuerte y me proporcionarán nuevos motivos por los que vivir.
—En mi opinión —añadió el psiquiatra—, aquí hay mucho que trabajar. Siendo cauto, me preocuparé especialmente por ti y observaré al detalle la evolución de tu comportamiento y en función de ello, tomaremos decisiones sobre tu futuro más inmediato. También tendremos que abordar la cuestión psicofarmacológica y en su caso, introducir los cambios necesarios acordes a los cambios que se observen. Por mi parte, me siento motivado para ofrecerte un mayor margen de libertad en tus actuaciones. Todo pasará por tu reacción a la intensa sesión de hoy y a cómo va a repercutir en tu actitud para las próximas fechas. Ahí residirá la clave.
—Con humildad —comentó Martín—, pero quiero decirlo: creo que hoy hemos aprendido todos, en especial, yo. Ha sido una bocanada de aire fresco, sobre todo porque alguien me ha mirado desde otra ventana, una ventana desde la que nadie antes me había observado antes. Y eso me hace sentirme muy satisfecho, pleno, lleno de confianza. La vida se me aparece con otro dibujo, porque ya no experimentaré solo sus sinsabores, que sé que existen, sino también todo lo ilusionante que me puede ofrecer y que creo que es mucho. Ya sé que es complicado que se pongan en mi punto de vista, pero sé de lo que hablo.
—Apoyo tu argumento y estoy completamente seguro de lo que afirmas con tanta intensidad, Martín —afirmó Sergio con alegría—. Como decía el director hace unos instantes, tu nueva etapa va a depender mucho de cómo te muestres a partir de este minuto. Y lo que intuyo, hasta el momento, resulta esperanzador.
—¿Puedo saber a qué te refieres, psicólogo? —preguntó el joven con gran curiosidad.
—Para mí, es muy simple. Se me ocurre, por ejemplo, que dentro de no mucho podrías dejar de pertenecer al elemento institucional, lo cual significará que podrás tomar tus propias decisiones con entera libertad, como un ciudadano más que, en este caso, ha dejado atrás sus peores sueños. Con lo extraordinaria que puede resultar tu capacidad para elegir, ¿no te resulta maravilloso, Martín?
—Creo que sí, Sergio. Con solo pensar en esa posibilidad ya se me eriza la piel y también me entra un poco de miedo. Nunca he sido libre, en el sentido de poder tomas mis propias decisiones; son tantos años de «encarcelamiento», de estar bajo las órdenes y los criterios de otras personas que la ilusión y el temor se mezclan dentro de mí en la misma proporción.
—Ese aspecto me parece de lo más normal —intervino el psicólogo—. Tu incertidumbre desaparecerá con el tiempo. Aunque has sido un crío y un adolescente, es cierto: siempre han decidido por ti. Aunque al principio te notes inseguro, llegarás a lo que debiera ser ideal: que tú mismo seas el capitán de tu nave, que tú mismo escojas qué ruta vas a trazar y el puerto al que aspiras a llegar. El ser humano está perfectamente preparado para tomar sus propias decisiones y que no sean otros los que decidan por él. Tranquilo, Martín, que no te vas a comer el mundo en un día, pero te hallas ante cosas increíbles. Y esto es solo el comienzo. Te diré algo, amigo: el potencial del ser humano es extraordinario, a pesar de nuestros límites e imperfecciones. Hay que seguir creciendo y tú no vas a ser una excepción a esa regla.
—Gracias a todos por preocuparos por mí —expresó el joven emocionado—. ¿A que ya no me veis tan loco?
—Por supuesto que no —confirmó Isabel—. Creo que hoy hemos visto y sentido cosas que nos han aproximado a tu interior, a quién eras en el fondo. Ha sido como si nos hubieras prestado tus ojos y tu memoria para saber ante quién estábamos.
Ildefonso y Sergio asintieron con un gesto afirmativo de sus cabezas, como corroborando las palabras de la enfermera en todos los sentidos.
…continuará…