—Cuidado con lo que tramas, chiquilla. No te rías de una veterana como yo o te costará caro. Tú, una vulgar empleada y me vas a echar un pulso… ¿a mí? ¿Qué te has creído, lista? —añadió Giselle mientras que le volvía a tirar del pelo a la joven—. Maldita sea, recuerda lo que te he dicho siempre. Aquí, eres una trabajadora más, este es mi negocio y nadie me oculta información de lo que ocurre entre los muros de este local. Cuentas con una parte del beneficio por tu esfuerzo, pero desde la calefacción hasta el agua con la que te lavas o las sábanas en las que duermes, todo eso corre de mi cuenta. Recuérdalo, mocosa. ¡Que solo tienes veinte años!
—Lo siento, Giselle. Le aseguro que no le estoy ocultando nada sobre ese hombre.
—Mira, tu madre ya tuvo su época y siempre me fue leal. Ella te dejó «colocada» en esta casa, pero fui yo la que tomó la decisión de contratarte. ¿Sabes? Por mucho que lo intentes, no todas pueden emplearse en «Le Paradis». Simplemente, no dan el nivel. Por eso me has de estar agradecida las veinticuatro horas del día. Cuidadito con lo que estás maquinando. Tu mente es para mí transparente. Si no fuese porque me haces ganar un buen dinero, te pondría de patitas en la calle esta misma noche. Piensas demasiado, jovencita, y eso te hace peligrosa. Tu función no es darle tantas vueltas a la cabeza sino entregarte en cuerpo y alma a tu profesión. Te pago para que abras bien las piernas y satisfagas a quienes entran aquí. Lo demás, sobra. Venga, levántate ya de la silla y date una vuelta. Muestra tus encantos y cautiva a más clientes. Esa es tu función.
—Por favor, Madame, ¿puedo llenarme otra copa antes de irme?
—Maldita borracha, si crees que bebiendo te vas a olvidar de dónde vives, estás muy, pero que muy equivocada. Anda, échate, pero solo media copa, que tienes que estar en condiciones para los que vengan. Esta mierda está muy buena y te evade, pero en breve, te saldrán arrugas en la cara y cogerás peso. Te lo explico para que luego no me digas que no te he avisado. Fuera de mi vista.
—Oui, Madame. Merci.
Mientas que Eva completaba su horario disimulando a toda costa su disgusto por el interrogatorio al que había sido sometida por Giselle, su cabeza seguía enfrascada en otros asuntos más allá del prostíbulo y que afectaban a su futuro más cercano.
A unos metros escasos, la Madame le hacía gestos a otra de las chicas, en concreto, a una de sus favoritas…
—Hola, Jessica. Anda, siéntate aquí conmigo.
—Dígame, Madame. ¿Qué se le ofrece?
—Solo quiero que estés un rato al lado de tu jefa.
—Muy bien —afirmó la joven con cara de extrañeza mientras que se sentaba.
—Venga, acompáñame con el champagne. Llena mi copa y coge una para ti en la barra.
—Claro, ahora mismo vuelvo.
Segundos después…
—Y ¿puede saberse a qué debo este honor, Madame?
—Veamos. Dime, ¿cuánto tiempo llevas trabajando aquí?
—Pues más de cinco años, Madame.
—Bien. Como habrás comprobado, hay otras compañeras que aun llevando menos tiempo aquí están por encima de tu posición.
—Sí, es cierto. Es una cosa que no acabo de entender, pero yo siempre respeto su criterio, su autoridad; creo que usted sabe muy bien lo que nos conviene a cada una de nosotras. Para eso está su larga experiencia. En cambio, hay algunas que hablan mal en cuanto usted les da la espalda. Yo no soy como esas y sé valorar las cosas. Ya me llegará la oportunidad de tener mejores turnos y generar más ingresos.
—Me gusta oír eso. No me sorprendo de nada. A lo largo de mis años, ya me he acostumbrado a ese tipo de «traiciones» en este trabajo. Esas son unas malnacidas que no merecen vivir en «Le Paradis» y que fuera de aquí se morirían de hambre como perras. Lo que ocurre es que hay demanda y tampoco se trata de prescindir de cualquiera. Tranquila, gracias a ti me mantengo informada y sé a qué atenerme. Eres fiel, Jessica. Se nota que naciste en Francia, como yo, aunque de niña te viniste a Madrid.
—Claro, Madame. Compartimos la sangre de nuestro querido país y eso nos aproxima, aunque a mí y de no practicar se me está olvidando el poco francés que sabía.
—Sí, pero no estamos aquí para aprender idiomas. ¿Lo entiendes?
—Claro, Madame. Pues usted dirá lo que pretende. La escucho.
—Baja el tono, anda, que en cuanto pruebas el champagne tienes el defecto de subir tu volumen de voz. Las cosas importantes siempre se expresan sin llamar la atención. Seré clara. Veamos, ¿te gustaría ascender en tu posición?
—Por supuesto que sí, Madame. Sería una gran oportunidad para mí.
—Bien. Recuerda que soy yo la que hace la distribución. Si me eres útil, te asignaré a los caballeros más apuestos y a los que te puedan dejar las mejores propinas. ¿Comprendes el valor de lo que te estoy ofreciendo?
—Bien sûr, Madame. Dígame lo que he de hacer y lo cumpliré al pie de la letra.
…continuará…