—Según me han informado, en breve, mi querida madre se incorporará a mi aula junto al resto del grupo. Ella ha hecho un buen número de amistades con las que mantiene buenos vínculos y eso le ha permitido integrarse con rapidez en la vida de la ciudad. Sus profesores consideran que ya está preparada para recibir sus primeras clases.
—Caramba, pues sí que me parece una excelente novedad —asintió Sergio con entusiasmo—. Cómo me alegro por Eva. Estará deseando empezar.
—Seguro que sí. Conociéndola…
—Envíale nuestros mejores recuerdos y háblales de todo lo que hicimos juntos cuando tú estabas entre nosotros.
—Claro que sí, Sergio. Bueno, ahora he de irme. Los recursos de esta buena médium están al mínimo. No hay que abusar.
—Es verdad, amigo. Estás en todo y eso te honra. Ya sabes que te deseamos lo mejor, Martín. Tu historia ha sido un gran ejemplo para nosotros. Seguro que estaremos hablando de ti durante jornadas para aprender y reflexionar más y más sobre lo que nos espera en el otro lado. A todos nos llegará la hora.
—La hora de la verdad y de la alegría.
—Sin duda. Continúa por el buen camino y que Dios te ayude. Algún día nos encontraremos de nuevo y nos contarás sobre ti y sobre Eva. Adiós desde el corazón. Ahora ya sé quién eres.
Al poco, Isabel dio un gran suspiro y fue abriendo sus ojos lentamente hasta recuperar la normalidad.
—Uf, voy a estirar el cuerpo —expresó la mujer mientras que se incorporaba del sillón—. ¿Puedes traerme un vaso de agua? Esta larga sesión me ha dejado escasa de fuerzas.
Tras dar unos sorbos…
—¿Sabes una cosa? Estoy cansada, pero creo que todo esto ha merecido la pena. Era consciente de que este reencuentro con nuestro amigo iba a resultar esencial y por eso, me preparé para recibir la visita de Martín.
—Su relato me ha hecho reflexionar en profundidad. Esta notable experiencia, sumada a las enseñanzas acumuladas en «Los Girasoles» son auténticas lecciones de sabiduría, un libro abierto para reconducir la vida y adecuarla a lo más importante: transformarnos día a día para seguir avanzando en el infinito camino del conocimiento y del amor al que todos estamos destinados.
—Sí, porque Dios no crea almas por capricho. Nos regala la inmensa oportunidad de crecer como espíritus haciendo el bien a través del prójimo y aprendiendo a través del conocimiento. ¿Es que puede haber algo más hermoso?
—Si todos tuviésemos conciencia de nuestra verdadera misión aquí… prescindiríamos de tantas miserias y calamidades, protagonizadas por el egoísmo y el orgullo. Viviríamos en armonía y sonreiríamos como hijos agradecidos.
—Sí, de eso se trata. Por eso estamos en la carne, un plano tosco en comparación a la sutileza del elemento espiritual. Es verdad, a todos en mayor o menor grado nos falta conciencia, nublada a menudo por nuestra identificación con la materia, por nuestro apego a la misma, lo que nos lleva a ignorar el objetivo fundamental. Da igual como lo miremos, pero en el fondo, esto constituye un enorme campo de pruebas necesario para impulsar nuestra transformación.
—En efecto, Isabel, porque la verdadera vida no es la de este plano sino la espiritual, como les ocurre ahora a Martín y a Eva.
—Efectivamente. Y ambos no parecen muy desdichados. ¿No es así? Es verdad que tuvieron que pasar lo suyo, pero mira ahora las consecuencias. Conviene meditar sobre ello: cuando lo estemos pasando mal, es buena idea pensar en los efectos positivos que extraeremos de las lecciones duras de la existencia.
—Ellos están aprendiendo mucho para regresar aquí en las mejores condiciones. Han de continuar con su inmortal misión.
—Sin ese conocimiento que se asume en las ciudades espirituales, nos faltarían certezas y memoria para seguir avanzando. Todo queda en nuestras manos, Sergio. Ejerce tu libertad con responsabilidad para adelantar paso a paso. No podemos ir demasiado ligeros para no tropezar y caer al suelo ni tan lentos como para arrastrarnos en un lodazal. Sobre todo, querido amigo, ama mucho, en todo momento y en todo lugar. Es la clave. Así irás concienciándote de cómo el amor es el principal impulso evolutivo.
—Siempre lo he tenido claro, Isabel. Solo hay que volver la vista hacia dentro y reconocer que cuando amas, te sientes el ser más dichoso del mundo, como si estuviese participando en el baile más armónico del universo.
—No podía ser de otra forma. Dios nos concedió la herramienta de la inteligencia y los recursos para manejarnos de la forma más eficiente.
—Oye, ¿crees que podrás contactar con Martín en el futuro?
—Sin duda —respondió la mujer tras quedarse pensativa durante unos segundos.
—Te veo muy segura. ¿Ha sido un golpe de intuición?
—No. Es más sencillo de lo que crees. Me lo acaba de revelar Rafael. Y yo, de lo que él me diga, me fío por completo.
—Claro, eso es jugar con «ventaja».
—No insistas; ya sabes que los médiums hemos tenido a menudo pasados muy pero que muy turbulentos. De ventaja, nada, solo lo preciso para aprender y caminar.
—Vale. Cuánto me gustaría saber cómo se reconstruye en el futuro la relación entre madre e hijo.
—Sí. Dios es sabio y ha programado este tiempo entre existencias para recomponer lazos rotos y programar nuevas misiones. Todo es producto de su inteligencia.
—Es extraordinario. A veces, cuando llegan los problemas más serios, esos que te empujan a avanzar o a permanecer estancado, me imagino al Creador supervisando todo nuestro proceso de actuación. Es curioso, pero ante los problemas graves, me abandono a esa imagen y me tranquilizo, porque en el fondo, estamos amparados y protegidos por Él y por todo ese grupo de espíritus avanzados que velan por nosotros. Esa es nuestra fuerza, saber que contamos con ese apoyo fundamental. No hay lugar a la desesperanza.
—Se trata de una buena conclusión. Bueno, anda, dame un abrazo reconfortante como el que me acaba de dar Rafael para animarme.
Tras aquella escena reparadora…
—Por cierto, Sergio, aquí el amigo Rafael me acaba de decir que en unos días tendremos que atender a una clienta que precisa de nuestros servicios. ¿Qué te parece cómo funciona el sistema? Un breve descanso y en las próximas fechas, otra vez manos a la obra. ¿No es prodigioso?
—Sí. En este día tan especial solo puedo darte las gracias por haberte fijado en mí aquel sábado tan maravilloso en el que nos conocimos.
—Tranquilo, hombre. Sabes que desde el otro lado me recomendaron que te saludara. El mérito no fue mío, aunque podría haberte ignorado; pero estaba claro que eso no iba a ocurrir.
—Ya lo sé y se lo agradezco a él también.
—Pues claro. En este mismo instante, el bueno de Rafael tiene puesta su mano en tu hombro. Venga ya, ¿es que no lo notas?
FIN