—Vaya —afirmó el profesional—- lo que cuentas se parece más a un escenario de película que de realidad, pero no dudo de su veracidad.
—Y yo le juro que eso ha sucedido y que seguirá sucediendo en España. Nadie se pone en la cabeza de un «loco», no vaya a ser que descubra algo interesante que le obligue a trabajar o a pensar más. Lo fácil es acudir a la jeringa y ya está. No sé, pero me da que usted también sigue ese camino. Prefiere su zona tranquila, confortable, de no asumir riesgos, no vaya a ser que la temeridad le ponga en peligro. Le veo tomar muchos datos, mucha entrevista y muchas preguntas, pero por ahora, trabajo práctico o innovaciones, nada de nada.
—¿Tienes conciencia, Martín, de cómo te cambia la voz cuando te alteras o, mejor dicho, cuando se te lleva la contraria?
—Puede.
—¿Puede? Ni siquiera admites algo que es obvio…
—Verá usted, don… don… Sergio. Llevo más de ocho años con tratamientos ridículos que no me aportan ninguna solución. Creo que es motivo suficiente para enfrentarme con suspicacia a todo lo que se me propone. La confianza tiene un límite. Y relájese conmigo, por favor. Le noto algo tenso. Puede que yo no llegue al nivel de razonamiento de lo que se considera un sujeto «normal». Sin embargo, no soy imbécil. Por eso sé que, cuando la cosa se pone agresiva, las medidas son contundentes: pinchazo y a dormir.
—Al menos, y no pretendo ser irónico, has aprendido la relación que existe entre unos hechos y sus consecuencias.
—Si solo fuera dormir para descansar… pero es que ni en eso han acertado.
—¿A qué te refieres?
—Pues a eso, justamente. Si después del medicamento, dejase de escuchar al Nicasio… pero ni siquiera eso sucede. No se lo va a creer, pero ese gracioso me vuelve a atacar incluso en sueños. Que sí, que usted pensará que estoy como una regadera. ¿Y qué? ¿Es que nunca ha tenido un sueño horrible, de esos en los que te persiguen y humillan?
—Pues claro que sí. No creo que exista alguien que no se haya enfrentado a una pesadilla de ese tipo.
—Pues imagínese esa experiencia repetida una y otra vez. Me pinchan para que mejore y yo, empeoro. Como se suele decir, «es peor el remedio que la enfermedad».
Sergio se quedó callado, tratando de procesar toda la información que, de forma súbita, le estaba aportando Martín. De repente, sus pupilas se dilataron y acertó a decir…
—¿Me estás tratando de convencer de que un sueño puede ser peor que la realidad? ¿Me estás diciendo que lo que te sucede en sueños es más duro que la propia experiencia real?
—¡Bien, doctor! —exclamó el joven—. Creo que estamos empezando a entendernos. Dios mío, por fin escucho algo coherente en mi vida —expresó el paciente mientras que se ponía de pie y le ofrecía su mano al psicólogo.
Tras unos segundos de sorpresa e indecisión, al final el psicólogo accedió a darle su mano al chico.
—Oye, vaya susto más grande me has dado, chaval. En serio, creía que esta era otra escena truculenta de tu pasado, de tus luchas contra ese Nicasio. En resumen, que pensé que me ibas a dar una torta en la cara o quién sabe, incluso un puñetazo.
—Es verdad, doctor. Se ha quedado usted más blanco que un fantasma. Tranquilícese, hombre. Ya le dije el primer día que no quería buscarme más problemas. Estoy muy harto del hospital, del sistema y hasta de la existencia. Pero fíjese, no estoy tan mal como para haber perdido el juicio. Ya se dará cuenta con el tiempo, aunque aún sea demasiado pronto. Además, ese desgraciado todavía no ha dado la cara desde mi traslado. Algo estará tramando, sin duda. Por favor, que no me pinchen, no vaya a ser que aproveche la ocasión para aparecer de nuevo. Ja, ja… ¿y aún cree usted que estoy chiflado? Por favor, ja, ja, ja…
—Eh, ahora seré yo el que te diga que te relajes. Con ese vozarrón que has dado, seguro que te han oído hasta en la calle.
—Usted disculpe, señor. Perdone mi impulsividad, solo deseaba dejarle claro que mi paciencia no es infinita. Me temo que ha de cambiar su perspectiva. Si no, no logrará entrar en mí ni entenderme. Lo que a mí me sucede desde la pubertad es tan real como la vida misma. No trate de buscar respuestas en sus manuales ni en sus conversaciones con otros profesionales. No le van a servir de nada. O se introduce en mi interior o va a perder la mejor oportunidad de su existencia para comprender a un paciente.
—Vale, lo tendré en cuenta —manifestó Sergio con una ligera sonrisa en sus labios—. Aparte del susto que me has dado, quién sabe si no tienes razón. Es cierto, hay que abrir la mente a otros posibles abordajes y terapias. A lo mejor, tú me enseñas a contemplar otra perspectiva para tratar a los clientes. Trato de ser sincero contigo, Martín.
—En ese caso, me alegraré por los dos. Que conste que no me refiero a Nicasio, sino a nosotros, a usted y a mí. Saldrá realizado como profesional y yo, como enfermo que busca una cura. Bueno, lo de «enfermo» no sé ni por qué lo digo. Eso es una marca que me colocaron en la frente cuando yo solo era un chico que empezaba su adolescencia. Qué rabia, porque vaya donde vaya, no me puedo despegar esa etiqueta y ya ve usted la de problemas que eso me puede ocasionar. ¿Será posible? Lo que es la sociedad… ¡Ay, Dios mío! Si pudieras arrancarme ese sello de mi pobre cara, cuánto te lo agradecería.
—Dado que tu trayectoria está muy vinculada a ese personaje conocido como Nicasio, me gustaría profundizar en su figura, si no te importa, claro.
…continuará…