Un rato más tarde…
—Caramba, Sergio —dijo en tono serio el psiquiatra—. Según el parte que me han pasado los celadores, has puesto en riesgo tu vida innecesariamente. Aquí se expresa con claridad que fuiste tú el que tomaste la decisión de quedarte a solas con Martín. ¿Has perdido la cordura? ¿Qué creías? Un tío como ese, con sus antecedentes agresivos y tú, dominado por la candidez, pensaste que el hombre, en medio de su crisis, te iba a tomar por amigo. Siento decirlo, pero ha sido un comportamiento de novato. Lo siento por él, pero esta noche dormirá en aislamiento. Le quitaremos la camisa de fuerza, pero le revisaremos de arriba abajo, no vaya a ser que encima, nos dé un susto y trate de quitarse la vida. Que estos te cogen hasta el cordón de un zapato y luego se cuelgan. ¿Te das cuenta de lo útil que resulta ser un poco desconfiado? Eso sí, tendrá que espabilar, porque al siguiente incidente, no dudaré más: lo envío de vuelta al psiquiátrico y que sea lo que Dios quiera. Fue un bonito intento acogerle aquí, tratar que llevase una vida más normalizada, pero… si no se puede, no se puede. Hemos de ser realistas. En fin, que eso de ir por ahí agrediendo al personal, no lo voy a consentir, que para eso tengo yo la responsabilidad última. Bueno, dime algo, que pareces un mudo.
—No sé qué responder. Aún estoy bajo los efectos de la sorpresa tan desagradable. Por otra parte, pienso que aún lleva muy poco tiempo aquí, que deberíamos ser un poco más pacientes. Lleva toda su vida ingresado, entre las paredes de cualquier institución y eso se tiene que notar. Nadie esperaba un milagro con este chico ni que cambiase de la noche a la mañana.
—Yo tengo mis motivos de sospecha. Hay dos posibilidades con ese tal Martín. Puede que nos haya engañado a todos, que haya urdido un plan para llegar hasta aquí, escapar como fuese del hospital y de pronto, en unos días, el enfermo ha dado la cara y ha echado a perder su proyecto. Por otro lado y siendo más benevolente, es posible que el chico haya sido sincero. Podría haber mejorado algo en el psiquiátrico, lo envían hasta aquí para confirmar esa hipótesis y por las razones que sean, se ha descompensado. Brotan de nuevo sus alucinaciones y el resultado final ya lo conoces: te agarra del cuello y trata de ahogarte bajo la excusa de que alguien le incita a ello. Menos mal que Adolfo estuvo listo y es un buen profesional. Me he ahorrado tener que llamar a tu mujer para darle noticias negativas sobre ti.
—Ildefonso, con todo respeto. Lo que me ha ocurrido, no es ninguna novedad. Estas cosas pasan porque, lo queramos o no, forman parte de nuestro trabajo. No vivimos protegidos en una burbuja. Yo, por mi parte, asumo esa cuota de riesgo. Mi intención es hablar con ese chico. Es cierto que lo de hoy ha salido mal, pero tampoco lo catalogaría como una catástrofe. ¿Quién posee una seguridad absoluta a la hora de tratar con este tipo de pacientes? En serio, yo ya he dado por cerrado el incidente y créeme si te digo que estoy dispuesto a continuar mi labor con Martín. Si fuera fácil… ¿dónde estaría el mérito? El reto puede ser dificultoso, pero eso también lo hace atractivo.
—Tú puedes asumir lo que te dé la gana. Eres adulto e independiente. Sin embargo, en lo que respecta a mi postura como director, has de saber que, si te hubiese ocurrido algo grave, la responsabilidad habría caído sobre mis espaldas. Eso no estoy dispuesto a permitirlo. Oye, espero que lo entiendas, colega.
—Bien, si me lo permites y eres tan amable, mañana hablaré con él. Debemos darle otra oportunidad a Martín y si no logro encauzarlo, pues realizamos los trámites necesarios y que se lo lleven.
—De acuerdo —admitió Ildefonso mientras que echaba su cuerpo hacia atrás en el sillón de su despacho—. Tú lo has dicho. O mejora y se estabiliza, o su lugar de destino no estará aquí. Y, por supuesto, mañana guardarás las debidas medidas de seguridad. No quiero más peligros innecesarios.
A la jornada siguiente, Sergio llegó al centro de «Los girasoles» con una sola idea en su pensamiento. Normalizar su relación con su paciente era su objetivo principal. Su prestigio ante su jefe estaba en juego y la cuestión ya se había convertido en su cabeza en un desafío personal. No quería más «sorpresas» al estilo del día anterior, pero no iba a dejar pasar aquella oportunidad de reconducir la relación con su conflictivo paciente. En la habitación de aislamiento donde se hallaba Martín, al abrir la puerta existían unos barrotes de hierro que le imposibilitaban pasar pero que no le impedían comunicarse con normalidad con quien estuviese allí ubicado. Fue así como se inició una nueva conversación.
—Buenos días; Martín. ¿Cómo has pasado la noche? En cualquier caso, he venido para hablar contigo.
—¿Yo? Muy bien, doctor. Supongo que hoy o mañana a lo más tardar me llevarán de vuelta al hospital. Creo que después de lo sucedido ayer no existe para mí otra posibilidad. En fin, nada nuevo. Lo que a otros sorprendería a mí no me coge desprevenido. Es la rutina ¿lo entiende? Qué le vamos a hacer; intentaron hacer un experimento conmigo y se ve que no ha resultado exitoso. En este caso, el ratoncillo del laboratorio he sido yo. No se preocupe, que ya me he hecho el cuerpo a mi regreso al psiquiátrico.
—Pues te equivocas, joven. ¿Ves las rejas que tiene esta puerta? ¿Sabes por qué estoy detrás de estos barrotes? Supongo que sí. Como comprenderás, no quiero arriesgarme a un nuevo incidente como el de ayer.
—Pues lo siento, pero se lo advertí. Si me hubiese escuchado con atención, me habría tomado en serio y se habría dado cuenta de que mi «amigo» había vuelto a las andadas y además, con mucha virulencia. Creo que usted anduvo un poco corto de reflejos. No estuvo a la altura, eso se nota. Ese desgraciado, por si aún no es consciente de ello, estuvo observando la situación varios días y se preparó bien para atacarme de nuevo. Doctor, su única disculpa es que no le conoce, pero yo sí. Son muchos años que lo llevo en mis espaldas. De ahí mi desconfianza. ¡Qué pena! Ya ve, si no sabe nada de su enemigo, resulta difícil combatirle.
—Tú me dijiste una vez que, cuando sufrías sus ataques, te sentabas en el zafu y eso le alejaba de ti.
—No funciona siempre, ya quisiera yo. Ayer quiso darme una demostración de su «fuerza». Calculo que eso fue lo que sucedió. Era mucho tiempo sin saber de él y por eso, se empecinó en hacer valer su poder obsesivo.
…continuará…