ESQUIZOFRENIA (18) El lujo de Armando

—Seré una pesada, Madame, pero… ¿cuándo notaré esa mejora en mi situación?

—Cuando me traigas información veraz. Si lo que me cuentas son tonterías, no te servirá de nada. Ya sabes cómo es este trabajo y lo que te he pedido. Así que…

—De acuerdo. Haré una labor de inteligencia y en cuanto cuente con alguna novedad, vendré encantada a su encuentro para delatar a esa vanidosa.

—Eso es. Continúa con lo que te he dicho y en breve, serás una fulana con más caché. Te pondré entre las primeras, no lo dudes. Todo depende de ti, Jessica. Venga, date una vuelta y déjame sola. He de seguir observando. Te lo advierto: si esa lista tiene un plan o está tramando algo, he de saberlo cuanto antes y tu obligación es decírmelo. Venga, mueve el culo y no bebas más, que casi te has acabado la botella.

—A sus órdenes, Madame —respondió con gracia la chica levantándose de inmediato de la silla y alejándose de su jefa.

*******

En torno a la una de la tarde de aquel lunes de enero, Eva penetró en un lujoso edificio ubicado en el elegante barrio de Salamanca de la capital madrileña. A pesar de la fecha, un ligero viento del sur le proporcionaba al día un inesperado perfil primaveral donde la temperatura de la jornada se aproximaría a los quince grados. Esa calidez ambiental había estimulado aún más la felicidad de la muchacha, como si la meteorología se hubiese convertido en una buena aliada para sus intenciones. Tras caminar durante una media hora desde «Le Paradis», donde no solo trabajaba, sino que también vivía, Eva se decidió a entrar con desparpajo en aquel estiloso inmueble.

—Discúlpeme, señorita. Buenas tardes. ¿Adónde se dirige? ¿Puedo ayudarla?

—Ah, sí. Quería subir al piso del señor Armando Ramírez, que vive aquí.

—Pues sí, habita en el ático D. Allí está el ascensor —dijo el hombre mientras que señalaba con su dedo hacia el frente—. Suba usted y apriete el último botón. La llevará a lo más alto, que es donde vive el señor Ramírez.

—Ja, ja… —contestó la chica sonriendo—. Ha sido divertido su juego de palabras.

—Pues disculpe, no pretendía realizar ningún juego ni broma. Verá, los porteros estamos para vigilar y controlar el accedo a las viviendas. Solo eso. Y, por supuesto, puede pasar, porque don Armando ya me ha advertido de que usted iba a llegar.

—Ah, menos mal. Entonces… ¿puedo subir?

—Desde luego. Que tenga un buen día, doña Eva.

—Gracias. Increíble, sabe hasta mi nombre.

—No lo olvide, señorita. Es mi trabajo y por eso me pagan. Adiós —se despidió el portero mientras se disponía a repasar la correspondencia.

Dos minutos más tarde, no le hizo falta ni siquiera llamar al timbre. El empresario estaba esperando a la mujer en el vestíbulo de la casa con la puerta completamente abierta…

—¡Anda, qué sorpresa verte por aquí! Pero si eres tú, Eva —manifestó el hombre con una gran sonrisa en su boca y en tono jocoso—. Bueno, ¿cómo te encuentras?

—Yo bien, pero… ¿no habíamos quedado en tu piso a esta hora? Dios mío, mira que si me he confundido.

—Solo estaba bromeando, mujer. Fue lo que acordamos ayer por teléfono. No sabes la ilusión que me hizo escuchar tu voz en el aparato. Venga, ¿vas a pasar o te ha entrado miedo de penetrar en mi hogar?

—Uy, lo siento. Deben ser los nervios.

—Venga, acomódate en el salón o donde te apetezca. Supongo que a esta hora te apetecerá tomar algo. ¿Verdad?

—Caramba, qué amable eres. Anda, ya que te pones, prepárame un Martini blanco con un poco de hielo y una aceituna. Me encanta, aparte del champagne, claro. Es que, a la una, es el momento del aperitivo.

—Cómo no, enseguida. Qué buen gusto tienes.

—Pues sí. Te diré algo: alternar con caballeros tiene eso; una se acostumbra a elegir unas bebidas y a desechar otras. ¿Acaso me imaginas tomando una copa de brandy o peor, un whisky? No podría ni mantenerme en pie y por supuesto, tampoco podría trabajar.

—Es cierto, Eva. Pues ponte cómoda en tu sillón favorito o en el sofá, donde te veas mejor. Yo voy a por los dos Martinis, el mío rojo, que me gusta más. El blanco lo noto muy seco. Ya se sabe, es cuestión de gustos.

—Es fantástico —comentó la chica mientras que se dejaba caer en uno de los sillones más confortables de aspecto minimalista—. ¡Qué amplitud de salón y qué amplitud de espacios! Esto es un ático de lujo y para ti solo. Pero… si aquí se podrían instalar varias familias y les sobraría sitio. Hum… se ve que eres un hombre moderno y de gusto exquisito, a mitad de camino entre un estilo tradicional y otro más rompedor. Lo digo porque me encanta ver las fotos de pisos que hay en las revistas. Y ¿no te pierdes entre tantos metros cuadrados?

—No creo que me pierda en mi propio ambiente —dijo Armando mientras que se acercaba con los dos vasos de Martini—. De todas formas, el estilo no es mío. Yo di unas sugerencias y la gente que se dedica al tema de interiorismo lo hizo realidad. Ellos son realmente los artistas. Una cosa es tener una idea y otra bien distinta llevarla a cabo. Para eso están los especialistas y para eso se les paga.

Al ofrecerle la bebida a Eva, el hombre se sentó en el sofá, formando una especie de ángulo de unos noventa grados que, desde una posición muy cercana, le permitía contemplar con entera libertad a la mujer.

…continuará…

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