LOS OLIVARES (101) La perfecta mañana

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El silencio inundó aquel ambiente campestre rodeado de olivos y encinas. Los pájaros, habitantes de las colinas con sus graznidos mañaneros, anticipaban una situación nada halagüeña. De repente, un sonido agudo comenzó a oírse. Era Rosario que, sollozando, tomó la palabra…

—Lo lamento. No quisiera ni por lo más sagrado que te molestes conmigo. He sido impulsiva y arrogante y si te sientes mal, te pido perdón en el nombre de Dios. Sé que en los tiempos que corren las mujeres debemos permanecer calladas, reprimir nuestros sentimientos, aunque resulten los más bellos del mundo, pero… no podía eludir los latidos de mi corazón ardiente, ni evitar a mi pensamiento machacándome por no acercarme a ti cuando acudías a «Los olivares» a trabajar. No tengo ni idea si tú eras consciente de ello, pero tu supuesta indiferencia me estaba matando por fuera y por dentro, tanto que no podía ni dormir por las noches. Solo me obsesionaba con estar cerca de ti, con tomarte la mano y caminar juntos, con abrazarte para notar tu cuerpo y con manifestarte abiertamente lo que se incubaba en mi alma. Hasta fantaseaba con uno de tus besos.

—Dios mío, qué franqueza más hermosa…

—Ese era mi gran secreto y no podía ocultarlo por más tiempo o sufriría el tormento más intenso. Ahora ya lo sabes, Rubén. Delante de ti tienes el rostro de alguien que durante el día solo desea escuchar tu voz y que, por las noches, sueña con el brillo de tu mirada.

Durante segundos, los dos jóvenes se mantuvieron silentes y expectantes, hasta que el discurso de una emotiva mujer prosiguió entre la ligera brisa que se colaba por entre los árboles…

—Uf, ya ha pasado para mí el peor de los tragos, pero me siento aliviada por haber expresado desde el corazón mis sentimientos. Esto parece una encerrona, Rubén, pero te aseguro que no lo es, es solo la manifestación sincera y noble de una mujer que te ofrece por entero su alma. Y si lo que te he revelado no concuerda con tus emociones, te pido que no abras tu boca. No digas nada, que yo lo aceptaré. Te respeto tanto que lo que tú me respondas yo sabré asumirlo, incluso tu silencio.

Tras unos instantes de indecisión que se hicieron eternos, Rubén descendió con lentitud de su montura. Sin perder de vista el rostro afectado de Rosario, se dirigió hacia ella y con un movimiento definitivo de sus manos la invitó a bajar de su caballo. Una vez frente a frente, el joven tomó con suavidad la mano derecha de la mujer, la miró fijamente y le dijo:

—Rosario, ahora mismo no hallo palabras en mi boca que puedan responder a tu propuesta como te mereces. Sin embargo, tengo una petición que hacerte: ¿podría besarte?

No hizo falta ninguna frase más; la chica asintió lentamente con su cabeza, embriagada como por un sueño que al fin se cumple, cerró sus ojos y esperó como una enamorada a que Rubén pusiese sus labios sobre los de ella. Justo en ese instante mágico, el viento arreció removiendo toda la hojarasca que yacía sobre el suelo. Ante la sensación de ser empujados por el fuerte aire, ambos se abrazaron con intensidad, como queriendo dejar claro con su gesto que los dos se amaban y que una nueva etapa de sus vidas se iniciaba.

Un rato después, mientras que Rubén recogía su maletín…

—¡Ah, qué coincidencia, muchacho! Dime, por favor, ¿es grave lo de la yegua de mi ahijada? Me tienes impaciente por conocer el diagnóstico. Ya sabes que adoro a mis animales y quisiera quedarme tranquilo.

—Pues puede usted relajarse, don Alfonso. Para mí que la señorita tuvo una impresión equivocada. He observado con atención el trote y los movimientos de «Inquieta» y en mi opinión, está perfecta. Creo que se trataba de una falsa alarma. De todas formas, el próximo día repetiré la acción no vaya a ser que el animal se resienta. Me aseguraré de que el diagnóstico sea el correcto.

—Uy, pues cómo me alegro de la buena noticia. Pues es extraño, porque ella no suele cometer esos errores. Ten en cuenta que mi Rosarito es una gran amazona desde que era niña. En fin, cosas que pasan. Nadie es perfecto. Igual es que su intuición funciona mejor con las personas que con los caballos, je, je… En fin, nos vemos la semana que viene. Que lo pases muy bien y que sigas con tu buena racha, que ya me han dicho que tienes bastante trabajo entre los encargos de mi hija y los que te hacen en el pueblo.

—El trabajo es salud, señor marqués. No puedo quejarme.

—Por cierto… ¿dónde está Rosarito? ¿No estaba contigo? No la veo por aquí.

—Se metió en casa de sus padres. Creo que tenía que hablar con ellos.

—Ah, ya entiendo. Pues entonces hasta la vista, Rubén.

—Con su permiso, don Alfonso. Que tenga un buen día.

Tras la despedida, el marqués se introdujo en su mansión y se acomodó tranquilamente en la biblioteca. Tras sentarse, se quedó pensativo, tratando de buscar una explicación a las palabras del veterinario. Le dio vueltas al asunto y al no hallar respuesta se fue poniendo cada vez más nervioso. A punto de dolerle la cabeza, hizo sonar la campanilla que tenía en una mesita junto a su butaca preferida.

—Buenos días, señor marqués o, mejor dicho, buenas tardes —saludó la ama de llaves que pasaba por allí y escuchó aquel sonido—. ¿Desea algo el señor?

—Sí, doña Concha. Cuando usted pueda envíe a alguno de los criados y que localicen a mi ahijada. Creo que está en casa de sus padres. Dígale que venga aquí que tengo que hablar con ella de un tema.

—Por supuesto. ¿Algo más, don Alfonso?

—Sí, una taza de tila bien cargada. Muchas gracias.

—A usted. Procuraré que doña Rosario no se demore.

…continuará…

2 comentarios en «LOS OLIVARES (101) La perfecta mañana»

  1. Parece que ficou mais fácil para Rubem se declarar a Rosário, depois que ela foi objetiva declarando seu amor. A declaração de Rosário criou um ambiente acolhedor para a construção de um relacionamento saudável e seguro.
    Até que enfim o beijo tão esperado aconteceu. Estou torcendo para que os pombinhos se aqueçam no ninho do amor verdadeiro que há entre ambos.

  2. Sim, foi um momento muito esclarecedor e aconchegante, como qualquer história de amor que supõe a aproximação entre duas criaturas de Deus.

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