Mientras tanto, no muy lejos de allí, negros nubarrones se cernían sobre la cabeza de un hombre que, debido a sus circunstancias, había perdido la ilusión por todo. La escena del encuentro con la que aún era su mujer no pudo ser más despiadada; estaba claro que las insidias plantadas hacía mucho tiempo, la desconfianza mutua y los agravios habían hecho mella sobre la relación de aquellos dos personajes.
—Ya sabes que he venido a verte en cuanto me enteré de tu accidente. Me apené mucho y yo no te deseo ningún mal, Carlos —expresó con sinceridad Ana María—. Dios bien lo sabe. A raíz de eso y dada nuestra situación, he de comunicarte, aunque mi alma lo lamente, que no volveré más por Badajoz. Han sido demasiadas falsedades, mucha hipocresía y una coyuntura insostenible.
—Pero, mujer, no puedes dejarme así, abandonado como un desperdicio del que te quieres librar.
—La vida es dura, lo sé bien. Sin embargo, tú no tendrás problemas para salir adelante. Posees un buen despacho como abogado y cuentas con numerosos clientes dado tu prestigio profesional. Tarde o temprano te convertirás en el futuro marqués de Salazar, con todo lo que eso conlleva de cara a gozar de una cómoda existencia. Y, además, ¿para que tú me ibas a necesitar? Incluso cuando vivíamos juntos, en nuestra última etapa ya dormíamos en habitaciones separadas. Espero que no te hayas olvidado de nuestras diferencias. No soportaba que te acercases a mí después de haberte visto con una de tus queridas o en el peor de los casos, con alguna de esas fulanas que tú frecuentabas en algún club de alterne.
—Ya te he perdido perdón por aquella época. Lo que pretendo ahora es reconciliarme contigo, que todo vuelva a ser como antes.
—¿Como antes? ¿Como cuándo? ¿En qué momento? Si al poco de casarnos ya sufrí la humillación de una de tus mujerzuelas en medio de la calle… Todo tiene un aguante limitado y la paciencia se puede estirar, pero no alargar indefinidamente. Es imposible que volvamos a la situación inicial y tú lo sabes. Hay tiempos pasados que jamás retornan, sobre todo, cuando los protagonistas desean abrirse a otras experiencias.
—¿Abrirse a otras «experiencias»? ¿Qué quieres decir, Ana María?
—Justamente lo que has oído. No te hagas el tonto, por favor. Como te gustan los jueguecitos de palabras, te lo expresaré con claridad para que no haya dudas. He conocido a otro hombre, de mi edad, maravilloso, que me respeta y me da mi sitio. ¿Para qué esconder lo que resulta obvio?
—Pero… ¿será posible? Nuestro vínculo no puede romperse, así como así.
—Legalmente, puede que no, al menos mientras que las leyes no cambien. Pero… ¿qué importa eso? ¿Qué significa un vulgar papel con firmas estampadas cuando mi corazón vislumbra otros horizontes? Tú mantendrás tu derecho a visitar a tus dos hijos que, por cierto, tampoco tienen mucho interés por verte. Creo que tu ejemplo de conducta no ha sido muy edificante para ellos. Será por aquello de que, si siembras vientos, después solo recogerás tempestades. Mi país tiene magníficos dichos, pero reconozco que me encanta ese refrán español. Define a la perfección esta coyuntura, aunque desconozco si eres capaz de aplicar el ejemplo a tu ritmo de vida.
—Entonces, debo entender que esto no es una amenaza, sino una realidad consumada, es decir, que te vas a Portugal para siempre.
—¡Eh, Carlos, por fin parece que estás despertando! —expuso la mujer mientras que se levantaba con decisión de la mesa—. En estos años me has hecho sufrir mucho, tanto, que resulta imposible de olvidar. Terminé hastiada de ti y de tus actitudes. Siento lo de tu percance, créeme, porque no es agradable y porque conozco de tu fogosidad, esa que te arrastra hasta el delirio. Ya lo noté en mis propias carnes y hasta en mi alma. Te parecerá duro, pero lo único bueno que me llevo de ti son mis dos hijos. Ya sabes que madre no hay más que una. En mi compañía, en la de sus tíos y abuelos, los críos viven a la perfección. Creo que no tenemos más de lo que hablar. Espero que no haya problemas con el pago de la manutención de los niños. En tu caso y siendo abogado, sería el colmo de los colmos. Además, ellos no tienen la culpa de lo que hacen los adultos. Bien, pues que tu vida vaya bien. Cada uno es responsable de sus actos. Adiós.
—¡Maldita sea, pero, mujer, regresa, vuelve aquí…!
Ella cerró la puerta del piso con suavidad, sin querer hacer ruido ni montar un espectáculo de una coyuntura que ya daba por amortizada. En unos segundos, se dirigió a un vehículo negro que la estaba esperando. Abrió la puerta del coche y se acomodó en la parte de atrás. El chófer arrancó y desapareció de la calle acelerando con suavidad. En unos minutos, cruzaría la frontera lusitana hasta alcanzar más tarde y por carretera la localidad de Estoril, lugar de residencia de la familia de Ana María.
La rabia se apoderó tanto del hijo del marqués que, de tanto morderse el labio inferior, acabó por sangrar. Como un perturbado atacado por la ira y la frustración, agarró lo primero que tenía a mano y comenzó a arrojar objetos contra la pared, dejando irreconocible el salón de su casa en Badajoz. Después, medio enloquecido, decidió que no podía permanecer más entre aquellas paredes, que le faltaba el aire, por lo que cogió las llaves de su coche para dirigirse a un club cercano. Sumido en el desconcierto, de repente se dio cuenta de una cosa. ¿Cómo se iba a acercar a una casa de citas después de los efectos de su «accidente»? No habría ninguna mujer que se atreviese a yacer con él tras los resultados de su operación, con su pene amputado y sus testículos a todas luces inservibles.
Con la cólera inoculada en su corazón, se acordó de su hermana, de Rosario y hasta de su padre, maldiciéndolos a todos hasta el infinito. Regresó a su hogar subiendo las escaleras a toda velocidad. En el trayecto, casi se choca con otro vehículo al tratar de adelantarle. Tal era su inconsciencia a la hora de conducir. En el pasado, cuando sufría algún episodio de irritación, era muy común que accediese a algún lugar donde pudiese desfogarse con alguna prostituta. Ahora, ya no disponía ni siquiera de esa opción.
Meditando, por llamarlo de alguna manera, decidió emborracharse hasta perder el sentido. Al menos, eso sí podía hacerlo con libertad. Ya no se soportaba a sí mismo y mucho menos disponer de su conciencia despierta, porque eso le traía constantes y amargos recuerdos de aquello en lo que se había convertido su existencia. Quería olvidar cuanto antes esas reflexiones sobre cómo había alcanzado aquel estado de desesperación.
…continuará…
. Ana Maria deixa Carlos para sempre, ao encontrar quem a respeitasse. Ele se desespera por ser uma pessoa inútil. Talvez Carlos precisou se cansar, ou chegar ao fundo do poço.
. Ana Maria deixa Carlos para sempre, ao encontrar quem a respeitasse. Ele se desespera por ser uma pessoa inútil. Talvez Carlos precisou se cansar, ou chegar ao fundo do poço, infelizmente.