Dos horas más tarde, desde una barca, un cadáver era arrojado al agua en medio de una laguna a unos kilómetros de la ciudad de Badajoz. Aunque el desconocido ya había perdido la vida por asfixia en el despacho del abogado, aquel hombre estaba esposado por detrás; era como si uno de los miembros del grupo sin escrúpulos hubiese querido asegurarse de que jamás volvería a la superficie con vida. Además, varias piedras de gran peso habían sido introducidas en el saco que envolvía la figura inerte del asesinado que, a gran velocidad, se hundió en las profundidades de aquella laguna tenebrosa.
Alcanzada la noche, un ruido de motor se escuchó en mitad del campo y un vehículo con cuatro personas a bordo, tras haber completado su espeluznante tarea, abandonó aquel lugar siniestro a toda velocidad.
*******
Días más tarde de aquel suceso, Rosarito se dirigió al teléfono de la casa y se dispuso a llamar a Alicia.
—Buenos días, ¿cómo estás? —saludó la ahijada del marqués.
—Yo, muy bien, cariño. ¿Y tú?
—No tan bien. Por eso te llamo. En los últimos días estoy sufriendo unos dolores de cabeza muy fuertes.
—Vaya por Dios. Y ¿estás tomando algo?
—No, no se me ocurriría. Eso enmascararía los problemas.
—Creo que no te entendido bien, Rosarito. ¿A qué te refieres?
—Yo sé por qué esas jaquecas se me agudizan. Creo conocer las causas del dolor.
—¡Ay, hermanita! Que cuando tú hablas de esas cosas que te ocurren, yo me empiezo a asustar. Esto de hablar por teléfono de temas tan serios no me parece la mejor idea. Seguro que tienes mucho que contarme. Oye, Rosarito ¿por qué no hacemos una cosa?
—Tú dirás, Alicia.
—Mira, hoy estoy bastante bien de tiempo; además, la única cita de negocios que tenía la he pospuesto porque esa persona se encontraba indispuesta. Anda, vente a comer a mi casa. Te coges a «Rufián», le das medio trote y en una media hora, estás aquí. Tengo ganas de verte la cara, de abrazarte. Y al caballo, de acariciarlo. Qué bueno ha salido ese animal. Yo le he dicho a mi padre que le podía sacar un buen dinero, pero no me lo cede porque le ha cogido cariño. Hasta le he realizado una propuesta económica y… nada de nada. Bueno, ¿qué te parece la idea de almorzar conmigo?
—Pero… Alicia. Si tú no has cocinado en tu vida, mujer. ¿Acaso me vas a dar una sorpresa?
—¿Qué importa eso? La cocinera me dejó ayer algo preparado. Hoy no vino porque tenía el día libre. Ya miraré lo que es. No tendremos problemas. Lo de menos es la comida sino estar juntas.
—Sí, es verdad. Vale, pues me apunto. No obstante, recuerda que mi madre me tiene muy mal acostumbrada. Desde que yo era una cría siempre me ha preparado los mejores platos.
—Sí, lo sé. Consuelo tiene unas manos increíbles. Estoy deseando escucharte y ver ese rostro tan bonito que Dios te ha dado. Espero que tus novedades resulten jugosas, pero que no me asusten tanto como para preocuparme.
—Caramba con la señorita Alicia; estás aprendiendo a desenvolverte muy bien en el terreno de los presentimientos. Bueno, estate tranquila. Creo que saliendo ahora estaré en tu casa sobre la una. Y por supuesto, me llevaré a «Rufián» para que veas lo bien que está.
A eso de las dos de la tarde, dos mujeres almorzaban tranquilamente en la finca de «La yeguada» mientras intercambiaban sus puntos de vista sobre diversos temas.
—Entonces, Rosarito ¿qué está ocurriendo con esas jaquecas? Como te conozco, cada vez que aparecen en tu cabeza… yo me echo a temblar.
—Sí, ya tenemos experiencia de eso ¿verdad? En mi opinión, creo que se está organizando algo que, de alguna manera, va a perjudicar a mi padrino. Los plazos se van cumpliendo y ojalá que me equivoque, pero aquello que temíamos puede que esté a punto de comenzar.
—Vaya por Dios. Y pensar que mi padre es un santo…
—Tal vez por eso, precisamente; porque para algunos, no hay nada más molesto que la presencia del bien. Y en ese aspecto, tienden a hacer lo imposible para anular la influencia positiva de personajes como el marqués.
—Por favor, explícate un poco más que me estoy sintiendo nerviosa.
—Vale, voy a tratar de hacer una correcta interpretación de lo que está sucediendo. Ese dolor de cabeza que me ataca proviene de la presencia que está siempre acompañando a tu hermano. Eso me da motivos para pensar que ese ente está organizando algo gordo y dañino.
—Un momento, mujer. Carlos vive y trabaja en la capital, a kilómetros de distancia de aquí y de «Los olivares». ¿Cómo iba eso a ser posible?
—Alicia, ya te he dicho otras veces que no es necesario situarse cerca de los espíritus para enterarse de sus actividades o de lo que planean. Para oír una emisora, no es imprescindible estar junto a la estación de radio. Las ondas de pensamiento de ese juez o lo que sea se transmiten de esa manera y yo las capto. No puedo determinar con exactitud de qué se trata, pero la jaqueca ya me está avisando de que no se trata de algo bueno.
—Me parece increíble que puedas percibir todo eso, Rosarito.
…continuará…