LOS OLIVARES (36) Animada conversación

4

—¿Yo? Pues lo de siempre, hijo. Donde se ponga un vino fino fresquito… que se quite lo demás.

—¡Ah, genial! Entonces, usted es de los míos, don Cosme. Cualquier vino que proceda de Jerez es bueno. Templa el ánimo y ameniza las reuniones.

—Anda, mira, por ahí viene tu padre. ¡Qué alegría!

—¿Qué tal, señor párroco? ¿Cómo estamos? Ya veo que le están atendiendo mis hijos. Ha llegado usted en el momento más oportuno.

—El honor es mío, su ilustrísima. Ha sido todo un detalle enviar a su chófer para que me trajese hasta aquí. Uno se va haciendo viejo y cada vez quiere caminar menos, sobre todo si es cuesta y hacia arriba, je, je…

—Tiene usted razón, don Cosme. Nuestras piernas ya no están para tanto trote. Venga, sentémonos. Hay que celebrar que todo vuelve a la normalidad, que ya se acaba el verano y empieza a refrescar. Aunque conozco a gente que no le guste que se terminen las vacaciones, yo soy positivo. El calor me atonta y el otoño me refresca las ideas.

—¿Que le refresca las ideas? Pero si está usted como una rosa, señor marqués.

—No crea, padre. Aunque usted sea algo mayor que yo, supero los sesenta. No está nada mal, pero intuyo que la hora de dar cuentas ante Dios se acerca. Es inevitable.

—Estoy de acuerdo, don Alfonso. Usted se preocupa por ese juicio al que todos, sin excepción, estamos llamados. Tranquilo, su ilustrísima; por lo que le conozco, usted tiene reservado un buen sitio a la derecha del Señor.

—Que Dios le oiga, don Cosme. Esto de cumplir años lleva aparejado que uno se preocupe por lo que ha hecho y por lo que ha dejado de hacer en la existencia. ¿No lo cree así?

—Sí, por supuesto. Al final, estamos hablando de justicia, porque los hombres obtienen el fruto que previamente han sembrado con sus obras. Si me lo permite, don Alfonso, creo que usted parte con ventaja.

—Bueno, eso de salir con ventaja de aquí habría que verlo —respondió el marqués con escepticismo.

—Por ejemplo, lo de hoy es una muestra de su buen proceder. Usted, haciendo gala de su generosidad, invita a otras personas a compartir su tiempo. Y todo esto considerando que, dada su posición social, es una persona muy ocupada. Si le digo la verdad, no conozco a otro miembro de la aristocracia que me haya invitado a comer a su casa. Además, no es la primera vez que lo hace.

—Créame que me siento satisfecho por haberle invitado. Tiene usted una grata conversación.

—La conclusión es clara, señor marqués. Sus buenas obras le delatan. Y esos actos solo pueden provenir de una buena conciencia y de unos nobles pensamientos. Y no añado más cosas para no incomodarle, que sé que es usted una persona modesta, que no gusta con exceso de los elogios.

—Así es, señor mío. En cualquier caso, los halagos, cuando son sinceros y provienen del corazón, se reciben bien, don Cosme. Por eso le agradezco sus palabras. ¿Y qué tal con sus feligreses? ¿Hay alguna novedad por el pueblo?

—Excelente, qué magnífico vino y qué bien entra, señor marqués. Es que en «Los olivares» no puede haber nada malo. En cuanto a su pregunta, no existen novedades. Que yo sepa, solo hay dos parroquianos que se ausentan de la misa del domingo. Tendré que hacer algo al respecto. La obligación del pastor es congregar a sus ovejas y cuidar de ellas, especialmente de la salud de sus almas. Esta semana he pensado visitar sus hogares para cerciorarme de lo que pasa. Con todo lo que ha hecho nuestra Santa Madre Iglesia por los españoles, no resulta normal que haya desagradecidos sueltos por la villa.

—¿No será que esas personas tengan problemas serios y que por ello no puedan ni siquiera asistir a misa?

—No lo sé con exactitud. En fin, tranquilidad. Primero, recurriré a los modales corteses. Espero que una simple advertencia les sirva para recuperar su fe. Ya sabe, no basta con creer; hay que cumplir también con los ritos. En nuestra coyuntura actual, donde hay que hacer lo posible y lo imposible por integrar a todos, no sería adecuado que algunos quisieran caminar por libre. La disciplina religiosa y de culto resulta indispensable. Esta cuestión nos atañe a todos, sin excepción. Don Alfonso, ya sé que cada habitante sufre sus propios problemas. Creo que se trata de pequeños incidentes que se pueden reconducir. Nada complicado por resolver, ya verá.

—Ah, interesante cómo se toma usted su vocación de pastor —intervino Carlos—. Es verdad, siempre ha habido gente imposible de someter a disciplina, esos que dice usted que van por libre, sin apoyarse en el grupo, que es donde reside la fortaleza, pero también el acuerdo. Ahora, es la hora de remar juntos y de que nadie se quede atrás. Eso sí, no hemos ganado una costosa guerra de tres años para seguir como estábamos. La tragedia colectiva de la II República estaba más que anunciada. Sin la intervención de los militares, ahora España sería un estado marxista. ¿Se imagina qué hubiera pasado entonces al respecto de la nobleza y los curas? No hubiese quedado ni rastro de nosotros. Habríamos quedado en los libros de historia, pero sin presencia física. Gracias a Dios, eso no ha sucedido y hemos vuelto a las rectas costumbres.

—Estoy de acuerdo —expuso el párroco rápidamente—. En estos años de salvajismo, la Iglesia ha realizado una labor de sacrificio enorme, perdiendo en el esfuerzo a numerosos religiosos víctimas del odio antirreligioso. Ahora, hemos logrado imponer el orden y, por supuesto, me alegro de que la aristocracia siga viva. En caso contrario, ninguno de nosotros estaría hoy aquí. La sociedad ha de estar regida por los más capaces, como lo demuestra esta familia cada día.

…continuará…

4 comentarios en «LOS OLIVARES (36) Animada conversación»

  1. Dom Afonso sempre correto em suas colocações.
    Resumindo, os ricos farão de tudo pelos pobres, menos descer de suas costas. Penso que antes de dar aos pobres sacerdotes e soldados, seria bom saber se eles estão com fome. Que bom gosto a decoração da sala!

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Entrada siguiente

LOS OLIVARES (37) Los maquis

Jue Feb 2 , 2023
Pasados unos segundos, se oyó en la lejanía el motor de un coche aproximándose a la finca… —Caramba, qué puntualidad —dijo asombrado el marqués mientras que miraba su reloj—. Así da gusto. Anda, pues traen dos coches, lo que significa que vienen más guardias de los que me imaginaba. Una […]

Puede que te guste