—Pero… ¿cómo te atreves a amenazarme en mi propio bufete, zorra? —expuso Carlos mientras que apuraba indignado el último trago de su copa de brandy—. Anda, vete antes de que yo mismo te eche a patadas de aquí.
—¿Qué, chulo de mierda? ¿Acaso le ibas a pegar a una mujer indefensa, a tu propia hermana? ¿Me vas a dar otro tortazo como el que le soltaste a Rosario cuando era una cría?
—Maldita sea, no me tientes, Alicia. No me provoques más —gritó furioso el hijo del marqués mientras que realizaba un ademán de levantar su mano.
—Claro, desgraciado. Así, cualquiera. Me voy antes de que te pongas más en evidencia, antes de que me ultrajes más. Recuerda que te lo he advertido, que intuyo que tu mano criminal está detrás de todo lo que está sufriendo nuestro padre. Ha sido una pésima idea acudir a tu terreno, a este lugar apestoso que huele a inquinas y traiciones. Esto es lo último que te digo: ¡Despierta o será tu fin!
—Tú no puedes ser tan perversa, Alicia, que te conozco desde que llegaste al mundo —afirmó Carlos mientras que fijaba su mirada en los ojos de su hermana—. Esto de venir a Badajoz a hostigarme en mi despacho no es cosa tuya, sino de esa bruja que te domina. ¿Verdad? Por favor, reconócelo. Estamos discutiendo porque ella te ha enviado aquí para sonsacarme cosas y luego utilizarlas en mi contra. Maldita alimaña que va creando odio y rencores allí donde pone su atención. Ha sido ella la que te ha inoculado esa animadversión hacia mí en el alma. Es mejor que no me cruce con ella, porque estoy dispuesto a ir a la cárcel, eso sí, después de estrangularla con mis propias manos.
—Ni se te ocurra tocarla, asesino, porque yo misma iría a la prisión donde estuvieras para envenenar tu comida. Pagaría lo que fuese para acabar contigo y que te pudrieses en el mismísimo infierno.
—Ya no te aguando más, imbécil. ¡Fuera de aquí ahora mismo, lesbiana! Ya sé que te comen los celos con esa arpía voluptuosa.
La puerta del despacho se cerró con violencia. Mientras que la hija del marqués bajaba los escalones tambaleándose por la escena vivida y entre lágrimas amargas, una sombra oscura se retorcía de la risa en la habitación donde Carlos se volvió a sentar junto a la mesa mientras que se servía a toda prisa otra copa de brandy. Tal era la necesidad que tenía de calmarse ante el disgusto experimentado aquella tarde. Un extraño y poderoso conciliábulo entre aquellos dos seres unidos por una maldita afinidad empezaba a reforzarse cada vez más. El abogado no tardó mucho tiempo en mostrar unas siniestras sonrisas que se observaban en su rostro conforme iba consumiendo la bebida. La situación se estaba pareciendo a aquella en la que un extraño intentó chantajearle con la foto de su padre, esa imagen que curiosamente acabó en los juzgados de Salamanca y que ocasionó el inicio de la causa criminal contra don Alfonso de Salazar. Las maquinaciones que Carlos desenvolvía en su cabeza a través de los vapores del alcohol y de aquella silueta siniestra pegada a él pronto tendrían su efecto sobre la realidad.
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A la espera del dictamen por parte del tribunal especialmente creado para la persecución del comunismo y la masonería, el marqués llamó a su hija a mitad de la mañana.
—Buenos días, Alicia. ¿Cómo estás?
—Yo bien. Y usted, padre. ¿Cómo lleva la espera?
—Te lo puedes imaginar. Por un lado, conservo la esperanza, que es lo último que se pierde. Por otra parte, quiero ser realista para no pecar de ingenuo. Bueno, quería preguntarte una cosa. Nuestro veterinario se va a jubilar en breve. Está claro que los animales no se pueden quedar sin atención y necesitarán de los cuidados y revisiones de otro especialista. Hace unas fechas me hablaste de un chico joven que había llegado al pueblo y al que ya conocías. ¿Qué tal es, qué datos tienes de él?
—Padre, ese hombre posee el impulso típico de la juventud. Debe ser un poco mayor que Rosario. ¿Te acuerdas de cuando nuestro veterinario estuvo enfermo?
—Sí. ¿Y qué?
—Pues que tuve una urgencia con una de las yeguas, no podía esperar y me atreví a llamarle a su consulta. Siendo sincera, me cayó bien. Se ve a leguas que se halla motivado y que apunta maneras. Y, sobre todo, se le ve ilusionado con su trabajo.
—Eso está muy bien, hija, pero vayamos a lo concreto. ¿Cómo le viste en cuanto a sus conocimientos? ¿Te arregló la situación de «Buenaventura», que al fin y al cabo era lo importante?
—Desde luego. El tratamiento que le dio permitió que la yegua sanase pronto y recuperase su estado normal. En cuanto a su labor, yo le vi muy formal y efectivo. Será joven, pero demostró buena mano con el animal.
—Ya sabes que yo siempre he confiado en tu criterio y creo que eres la persona ideal para distinguir cuándo estás delante de un buen profesional. Hay mucho en juego, Alicia. Sustituir al viejo Juan no va a ser tarea fácil. Estoy pensando en hacer una cosa y quiero tu opinión. Cuando puedas, llámale. Proponle que se acerque a «Los olivares». Me encantaría conocerle. Quién sabe, le ponemos a prueba un tiempo y si responde… pues eso. Faena tendría, desde luego.
—Eso no supondrá ningún problema. Le pediré que se pase por su finca para examinar a los animales y de este modo, si usted lo ve bien, le plantea lo que me ha comentado.
—Pues mira, hija, por fin una buena noticia dentro de toda esta ansiedad por la espera del fallo de la sentencia. A ver si ese chico me da una alegría. Ojalá tengamos suerte.
…continuará…