LOS OLIVARES (110) Conmoción

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La hija del marqués no podía mostrarse más preocupada por el estado de conmoción que mostraba Rosarito. En todo momento y para tratar de calmarla, se ofreció para estar receptiva y atenta con su invitada.

—Venga, dime, te preparo algo con rapidez. ¿Qué te apetece?

—Sí, por favor. Tráeme una tila bien cargada, a ver si me tranquilizo.

Poco después…

—Cariño, ya estoy aquí. Tienes la mirada fija en el horizonte. Mira, me he hecho lo mismo que tú. Creo que yo también necesito de un poco de serenidad. Me noto nerviosa porque estoy deseando escuchar todo eso que me tienes que contar. Ya sabes que yo no soy como tú, que te anticipas a todo antes de que suceda. Toma la taza, ya te pongo yo la pañoleta, que te cubra la espalda. Así estarás más cómoda.

Cuando la muchacha oyó la frase de Alicia refiriéndose a su capacidad para anticiparse a las cosas, Rosario rompió en llanto, pensando con toda certeza que aquella era la única vez en su vida que se había dejado llevar y que, como era evidente, no había podido prever el cariz de los trágicos acontecimientos que se cernían sobre ella. La hija del marqués sintió cómo su corazón se partía en dos. No queriendo forzarla, simplemente, se situó de pie junto a ella, la abrazó con todo su afecto y la dejó llorar durante unos minutos para que ella pudiera desahogarse. Cuando Rosario pareció recuperarse algo del impacto que sufría…

—Alicia, antes que nada, has de jurarme una cosa —dijo la mujer mirando fijamente a la otra.

—Lo que tú me digas, mi amor.

—Júrame por tus padres, por Teresa y por Alfonso, que de lo que yo te cuente esta noche aquí nada saldrá de tu boca, nunca jamás.

—No sé lo que me vas a explicar, pero cuenta conmigo. Seré una tumba.

—Tú lo has dicho, «hermana». Te tomo la palabra.

Tras dar un largo suspiro, Rosarito de dispuso a hablar…

—Sabes que me fío de ti plenamente. Te he hecho prometer eso porque si alguien supiera lo que te voy a decir, las consecuencias que podrían desatarse serían desastrosas y entonces, yo no querría vivir más tiempo en este mundo con esa mancha en mi alma.

A continuación, interrumpiendo su narración de vez en cuando a causa de los sollozos, la joven le relató a Alicia los pormenores de todo lo que le había ocurrido aquella tarde en «Los olivares».

La propietaria de «La yeguada» no daba crédito a lo que estaba oyendo. Su rostro se fue tornando cada vez más tenso hasta caer en la más completa indignación. Tal era su rabia que de tanto apretar sus uñas contra las manos se hizo sangre en sus palmas.

—¡Dios mío, jamás olvidaré esta noche! —exclamó con rabia la hija del artistócrata—. Y pensar que estuvimos hablando de algo muy grave que podía pasar en el futuro. Y de eso no hace mucho. Estaba claro que ese desgraciado tenía que aparecer algún día por su antigua casa para propagar el mal y dejar su huella asquerosa de cobarde. Es su estilo. ¡No lo puede evitar el muy canalla!

Mientras que Rosarito cogía las manos ensangrentadas de Alicia y las besaba, esta continuó explayándose para no reventar de ira.

—Mira, Rosario, ya sé que te acabo de jurar fidelidad y permanecer callada, pero ese miserable, aunque por desgracia sea mi hermano, no puede salirse con la suya de nuevo. Tranquila, mi niña. Quédate ahí. Voy a ir a la sala y voy a llamar ahora mismo a la Guardia Civil para denunciarle. Hay cosas en la vida de una persona que no pueden permanecer impunes. Está claro que desde Dios sabe cuándo, te la tenía guardada y hoy, con otra de sus tretas diabólicas, ha aprovechado la ocasión para humillarte. Solo el diablo sabe lo que hay en su cabeza. Si a este tío no le detienen ¿quién te asegura que mañana no pueda volver a repetirlo? ¿Quién sabe si en el futuro no pueda llegar a matar a alguien que le moleste o que se interponga en su camino? Maldito criminal y maldita la hora en que nació. Hasta el más cruel de los animales tiene mejores intenciones que él. Lo veía venir y no ha parado hasta conseguirlo. No se puede caer más bajo.

La hija del marqués se dirigió hacia la entrada de la casa, donde existía una mesita auxiliar sobre la que había un teléfono. A continuación, tras buscar en una pequeña agenda que guardaba en un cajón, marcó los números del cuartelillo más próximo a la finca.

Casi de inmediato…

—Cuartel de la Guardia Civil. ¿Dígame?

—Buenas noches. Quería hablar con el comandante del puesto.

—Sí. Aquí el cabo primero y jefe del puesto. ¿Quién llama?

—Buenas noches. Soy…

De repente, la comunicación quedó interrumpida y se escuchó a través del auricular el típico sonido que anunciaba el corte del mensaje. Alicia comprobó in situ que la mano de la otra joven había pulsado hacia abajo el interruptor del aparato cancelando la llamada.

—Pero… no entiendo nada. ¿Qué has hecho, Rosario?

—Ya lo has visto.

—Pero… cariño… lo hablamos antes… Hay conductas tan aberrantes ante las que no cabe el perdón ni la misericordia.

…continuará…

2 comentarios en «LOS OLIVARES (110) Conmoción»

  1. Rosário encontrou consolo em sua amiga irmã, mas não quis denunciar o criminoso. Talves por medo de represália, pois Carlos não tem limites em praticar maldades . Rosarito está traumatizada, e sente medo.

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