LOS OLIVARES (120) Consecuencias indeseables

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—Pues acabo de terminar, señorita Alicia. Al menos he conseguido parar la hemorragia, pero convendría llevarle cuanto antes al hospital. En cuanto se le pase el efecto del calmante, le dolerá mucho y debe estar bien atendido para evitar complicaciones como que coja alguna infección u otros efectos no deseables. No deja de ser un tiro en una zona sensible del cuerpo.

—Entonces, ¿no se debe temer por su vida?

—Espero que no, la clave es mantenerle bajo control para que las lesiones por el disparo no se compliquen. Si a usted no le importa, le vamos a meter en la parte trasera del coche y le acercamos a Badajoz a toda velocidad. Perdone, pero… ¿no hay nadie del personal que nos pueda ayudar?

—Lo siento, doctor. Hoy era domingo y le di el día libre a todo el servicio. Dios mío, le juro a usted que se lo advertí, que se andase con cuidado. Se confió y mire por dónde, el arma estaba cargada. Mi hermano no pudo ser más imprudente.

—Pues sí, tiene toda la razón, señorita. ¿Qué se le pasaría por la cabeza a don Carlos para cometer semejante estupidez? Pues menos mal que no se apuntó al pecho o a la cabeza. Quizá estaríamos a esta hora lamentando otros efectos mucho peores. Es que no se debe manejar una escopeta como si fuese un juguete. Ya se sabe que las armas las carga el diablo. Bueno, tenemos prisa. Voy a acercar mi vehículo todo lo que pueda a la entrada de la casa.

—Ya, debió ser el vino que se había tomado, que le puso alegre y confiado; seguro que eso le hizo tomar riesgos innecesarios.

—Desde luego, doña Alicia, el alcohol y las armas de fuego son verdaderamente incompatibles. Y luego, ocurren estos accidentes. Venga, nos ayudaremos con alguna manta para arrastrarle hasta la salida. No creo ni que pueda caminar.

*******

Días después, el marqués se encontraba en la cama, aquejado de una fuerte lumbalgia que le impedía realizar prácticamente cualquier movimiento. Mientras que Rosarito se aprestaba para darle de comer, su hija apareció de pronto por la habitación.

—¡Ay, hija, qué desgracia! Además de viejo, a uno solo le llegan malas noticias. Entonces, ¿cómo está mi hijo?

—Pues hay novedades buenas y malas, padre.

—Primero las buenas, por favor.

—De acuerdo. A Carlos le acaban de dar el alta y se ha podido ir a su casa. En fin, que se halla fuera de peligro y que se recuperará.

—Menos mal, gracias a Dios. ¿Y las malas? Anda, cuéntame.

—Pues verá usted, padre. A consecuencia de su lamentable accidente, él… él…

—¡Ay, por favor, niña! ¿Puedes decirme ya lo que sea?

—Dadas las características de su percance, ha sufrido unos efectos irreversibles en su miembro viril y creo que solo podrá usarlo para orinar, con perdón de la expresión. En resumen, que tener relaciones sexuales le va a resultar imposible a partir de ahora. Usted ya me entiende.

—¡Dios mío! —exclamo don Alfonso espantado por la terrible novedad—. Salvó su vida de milagro, pero desde este instante su existencia quedará gravemente limitada. Conociéndole, lo va a pasar fatal y me quedo corto en mi apreciación. Siempre le han gustado las mujeres y por desgracia, no solo la suya. Desde muy joven fue muy promiscuo y le encantaba alternar e ir a lugares poco recomendables. La verdad es que no me gustaría estar en su pellejo.

—Es horrible —intervino Rosario—. No puedo ni imaginar cómo va a cambiar su vida a partir de esta fecha. Tendrá que acostumbrarse a otro tipo de experiencias. Como manifestaba mi padrino, no quisiera estar en su piel.

—Desde luego, ahijada. Menos mal que Carlos ya tiene dos hijos hermosos. En caso contrario ¿cómo iba a tener descendencia? Por más vueltas que le he dado a este asunto, aún no comprendo cómo pudo alcanzar ese extremo de imbecilidad. Y menos mal que tú te hallabas con él, Alicia; si le hubiese ocurrido estando solo hoy estaríamos llorando sobre su tumba. Se habría dado el tiro y al quedarse inconsciente del dolor se hubiese desangrado y nadie se habría enterado del accidente hasta después de muerto. Tu compañía, sin ninguna duda, le salvó la vida. Tu hermano bien que te debe agradecer tu presencia en aquel domingo.

—Desde luego, padre. Fue toda una conjunción de factores y, aun así, debemos sentirnos agradecidos porque siga vivo. Bueno, y usted, padre ¿cómo se encuentra? Estas cosas de la espalda son incomodísimas.

—No te lo puedes ni imaginar, Alicia. En cuanto se me pasan los efectos de la inyección, los dolores vuelven y me matan. Son como aguijones clavados en mi espalda. Al menor movimiento, veo las estrellas. El médico me ha mandado reposo, al menos durante los próximos días y ya se verá mi evolución. Anda, Rosarito, retírame el plato que no tengo ni ganas de comer. La vejez me ha quitado el hambre. Andad, os lo pido, salid del cuarto las dos y dejadme solo. Igual duermo un poco. Lo necesito.

—Sí, padre. Estaremos por aquí para lo que resulte necesario. Si precisa algo, toque la campanilla y acudiremos.

Tras abandonar las dos mujeres la habitación de don Alfonso…

—Alicia, tengo que hablar contigo y ya sabes el motivo. Venga, demos un paseo por el jardín y así tendremos un poco de intimidad.

—Vale. Como tú digas, Rosarito.

Un minuto después…

—Lo de Carlos ha sido un asunto muy feo —expresó con gesto serio la ahijada del marqués—. Me ha hecho recordar aquel famoso refrán que afirma que «donde las dan, las toman». Lo he meditado mucho y no me puedo quitar de la cabeza que tú hayas tenido relación con ese incidente. Ahora que estamos cara a cara, te rogaría que me lo aclararas todo. Y te lo pido en confianza, como «hermana» tuya que soy.

…continuará…

3 comentarios en «LOS OLIVARES (120) Consecuencias indeseables»

  1. Carlos foi socorrido, imprudente que é sempre achou que se sairia bem em todas as trapaças, se deu mal . A dor é o maior professor.

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