LOS OLIVARES (67) Entre la vida y la muerte

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—Pero, ¡qué exagerado que te has puesto, Alfonso! Venga, si tú eres una persona muy activa. Además, yo voy detrás de ti. ¿No ves que solo nos llevamos un año y pico de edad? Que me voy a los cincuenta y nueve en unos meses, amigo.

—De acuerdo, pero hay que saber bajar el ritmo, que el organismo te va dando señales. Por cierto… ¿tú sigues como magistrado en la Audiencia de Valladolid?

—Pues claro, hasta que el cuerpo aguante. El Alzamiento me cogió aquí y ya sabes que en Valladolid la guerra casi ni se notó. Hay que ver si me hubiese cogido de vacaciones en otro lugar o incluso en Madrid. Dios mío, lo que hubiese cambiado mi historia. Ya se sabe, el destino es el destino.

—Verás, te he llamado, en primer lugar, para saludarte y saber de ti. Por tu voz, he notado que estás bien. No obstante, también tengo otro asunto.

—Pues tú dirás, amigo.

—Es referente a ese mundo jurídico en el que los jueces como tú y los juristas os movéis como pez en el agua, pero que, a los profanos, nos resulta complicado de entender.

—Caramba Alfonso, observo cierto tono de preocupación en tus palabras, que ya nos conocemos desde hace mucho tiempo. Que sepas que me tienes a tu disposición por si necesitas mi ayuda, que de niños ya estábamos jugando juntos. Si no te hubiera dado por la economía, hoy seríamos compañeros de trabajo. Bueno, qué se le va a hacer…

—Es verdad, qué recuerdos de juventud. Bueno, siendo concreto, te seré sincero. Estoy metido en un buen lío.

—¿Tú? ¿A tu edad? Venga ya, Alfonso. No me lo creo.

—Pues créelo, que te lo puedo demostrar. Me han citado en breve para declarar en los juzgados de Salamanca.

—¿Cómo dices? ¿A declarar? Pero si tú eres un aristócrata respetado que no has matado ni un mosquito en tu vida…

—Sí, puede que tengas razón, pero como toda persona, arrastro un pasado que no me deja en paz. En esta nueva época, amigo del alma, están pasando cosas muy raras como, por ejemplo, que yo, a mi edad, continúe siendo un esclavo de mi ayer, de un pasado con el que ya corté hace tiempo, pero que aún hoy en día, me sigue persiguiendo como un fantasma a mis espaldas.

—Espera, déjame pensar. Creo que ya sé por dónde vas —expuso el magistrado con tono serio en su voz—. Es verdad, desde hace unos meses están golpeando muy fuerte con ese tema que tú y yo sabemos y que ahora se está reprimiendo con saña. Vale, dime una cosa; ¿cómo se llama el que te ha citado?

—Cebrián; exactamente, Luis Cebrián.

—Caramba, pero si yo a ese le conozco. Es más joven que yo, aunque no mucho. Le he visto en congresos y otras reuniones. No es que tenga mucha intimidad con él, pero te puedo asegurar una cosa.

—¿El qué, José Antonio? Me tienes en ascuas…

—No es un monstruo.

—¿De veras?

—De veras. Hay algunos que, después de la guerra, se han destapado como lo que eran y lo que antes permanecía reprimido, ahora se ha vuelto más que evidente con la connivencia del sistema imperante. Sin embargo, precisamente, este no pertenece a esa clase de personas o al menos así lo entiendo yo.

—Uf, me quedo algo más tranquilo. Eso es lo que yo pretendía saber, conocer con quién iba a arriesgar mi futuro. Me juego mucho en este embate, José Antonio y la verdad es que estoy asustado, por qué no llamarlo así. La línea que separa la vida de la muerte es muy difusa en estos tiempos. Yo ya no soy joven, pero qué quieres que te diga, prefiero morir en mi cama que fusilado en la tapia de un cementerio.

—Te entiendo perfectamente. Tú eres un noble de cuna, es más, donaste un buen dinero para la causa de esta gente, de los vencedores. ¿Cuándo te diste de baja como masón?

—Pues hace ya unos cinco años, en 1935. Yo ya me olía esta faena ¿sabes? Si no, pregúntales a los que ya han caído bajo las balas durante y después de la guerra.

—Pero seguramente eran personas accesibles, quiero decir que eran fáciles de localizar en casa y pillarlos por sorpresa. Además, lo más seguro es que los caídos pertenecieran a partidos de izquierda o que tuvieran algún vínculo con la República o los sindicatos. En tu caso, que yo sepa, no existe nada de eso. Por tanto, ahí cuentas con una ventaja a tu favor. No hay nada en tu historial que te asocie con la República.

—Es cierto. Nunca me ha gustado significarme por actividades políticas. Me ofrecieron integrarme en varios partidos, pero yo siempre rehusé. Ahora me alegro de esa decisión. Fue lo mejor. Esa no era mi vida y por eso me mantuve independiente.

—Sí, creo que eso te servirá de gran ayuda. Y dime, ¿te has buscado ya un buen abogado?

—Desde luego. Me voy a llevar a Salamanca a uno de los mejores letrados de Badajoz.

…continuará…

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