—¿Acaso me estás hablando de tu hijo? Tiene su propio bufete y una reputación de prestigio.
—Ya, aun así, he preferido dejarle al margen —respondió con rapidez el marqués—. Creo que no hubiera sido una buena idea involucrarle en este asunto. Los hijos no deben pagar por las actuaciones de sus padres. En estos casos, es mejor apartar a los miembros de la familia. El problema lo tengo yo y no debe salpicar a nadie cercano. Es eso lo que pienso y seré coherente con mis principios.
—Entiendo. Me parece bien.
—Bueno, José Antonio, no pretendo agobiarte con mis conflictos más personales; solo tengo una pregunta más. Esto es complicado, pero mi vida pende de un hilo y por esa razón, he de preguntarte algo: a este señor juez, ¿se le puede «tocar»?
—Mira, te seré franco, Alfonso. Si te refieres a hablar con él de tu caso antes de la vista, yo no te lo recomiendo. Tampoco vería aconsejable enviar a tu representante para que vaya allanando el camino.
—Vaya por Dios. Entonces, ¿qué podría hacer? Estoy entre la espada y la pared, amigo. Que me veo ya detenido y en la cárcel a la espera de sentencia. Y después, tras el juicio, lo que suceda, prefiero no pensar en ello.
—Veamos, por lo que he oído hablar de Cebrián a otros compañeros, yo te aconsejaría una estrategia.
—Soy todo oídos, José Antonio. Confío plenamente en lo que me digas.
—No hace mucho, Franco se entrevistó con el mismísimo Hitler en Hendaya, muy cerca de la frontera. ¿Lo recuerdas?
—Sí, claro. ¿Y qué tiene que ver eso conmigo?
—Pues, aunque te resulte extraño, hay relación. Ahora lo verás. En el gobierno existe una división de opiniones muy acentuada, te lo digo yo a través de mis contactos en el Palacio de El Pardo. Están los que desean entrar en la guerra de forma inmediata del lado de Alemania y aquellos otros que se muestran más prudentes y que tienden a mantener la neutralidad. ¿Por qué te cuento todo esto? Porque en esta situación de gran tensión, mira por dónde, Inglaterra, que ahora se halla sola y bajo una gran incertidumbre se ha decidido a pagar sobornos. Los rumores han empezado, Alfonso.
—Los rumores… ¿qué rumores, José Antonio?
—Tan sencillo como que hay por ahí algunos documentos circulando que demostrarían que algunos generales próximos al Caudillo ya están cobrando.
—¿Cobrando? ¿Acaso para convencer a Franco de que no entre en la guerra al lado de Hitler?
—Tú lo has dicho, Alfonso. Y, además, no lo estarían haciendo de forma directa para que Franco no sospeche. Sin embargo, ya sabes que hay métodos muy sutiles para convencer a alguien de que tome una decisión en una dirección u otra. Y esos generales no son tontos. Saben que las comisiones que se van a llevar van a depender de su inteligencia para disuadir al Generalísimo de que no participe en la guerra mundial.
—Nunca lo hubiese imaginado. Me dejas atónito, amigo mío.
—Pues esa es la realidad en las actuales circunstancias. Churchill es más listo que el hambre. Si los ingleses están regalando fondos, no es por casualidad. Se juegan mucho y se han quedado más solos que la una. Mejor pagar que no ir hacia lo inevitable.
—Y ¿qué es lo inevitable?
—Muy simple. Churchill piensa en Gibraltar, en una posible invasión de España por parte de los alemanes y en cómo resistiría la colonia inglesa frente al avance de los tanques germanos. Prefiere no arriesgarse. Imagina que los nazis se apoderen de Gibraltar. Perderían el control de la auténtica llave hacia el Mediterráneo. En fin, que sería una verdadera catástrofe para los británicos y eso no se lo pueden permitir. Es demasiado valioso para ellos.
—Caramba, en los consejos de ministros deben saltar chispas.
—No lo dudes, Alfonso. Hay mucho en juego. La historia y el futuro de Europa se están escribiendo en estos mismos instantes. Cualquier error, cualquier decisión puede resultar decisiva. Corren ríos de tinta sobre lo que sucede en Madrid y en el seno del mismo gobierno. La situación es crítica y eso debemos aprovecharlo en tu favor.
—¿Y tú qué opinas, José Antonio? ¿Crees que estamos tan locos como para entrar en una guerra global después de la calamidad que hemos tenido que soportar aquí mismo?
—Todo es posible, Alfonso. No sé qué tendrá en la cabeza Franco que, en definitiva, será el que tome la última decisión. Verás, yo no soy experto militar, ni político, ni estadista. Solo soy un juez que trata de hacer justicia. En cualquier caso, apoyo tu argumento. Sería un completo desastre volver a las armas después de haber sufrido una horrible guerra civil, pero todo va a quedar en manos de los que mandan. En cualquier caso, se está moviendo mucho dinero para «comprar» la voluntad de los generales.
—Te refieres al entorno de Franco…
—Exacto. Como consejeros cercanos al Generalísimo, ellos pueden inclinar la balanza. Comprobaremos si «don dinero» puede ejercer tanta influencia. Alguno habrá que no se dejará corromper por los billetes ingleses, pero me temo que la mayoría sí. Volviendo al tema original, creo que eso te puede beneficiar. Estamos en 1940 y en esta coyuntura de necesidad, los sobornos abundan. Este fenómeno es contagioso. La gente recela, unos de otros, por si hay pagos ocultos. «Si este recibe prebendas… por qué yo no» —se dice.
—Uf, me siento confuso, José Antonio. Anda, aplica tu teoría a mi caso.
…continuará…
Não acredito na condenação do Marquês. Sempre foi um homem digno e honesto.
Vamos esperar o que acontece, mas a situação para o marquês e crítica. Abraços, Cidihna.