—Por favor, hermana, no te obceques. Yo no tengo la culpa de que padre adoptase a esa niñata mal criada. Él la puso en mi vida para fastidiarme.
—Te lo repito, no soy una homicida, por mucho que merezcas que alguien acabe contigo. Sin embargo, vas a recibir el castigo justo al que te has hecho acreedor. Creo sinceramente que, sin mi presencia, te irías de este mundo sin pagar por tus crímenes. Mírame a los ojos, canalla, que para eso estoy yo, para hacer justicia.
—Alicia, venga, mujer. Para ya de bromear, que tú no eres así; me estás asustando con esa cara tan rara que estás poniendo. Por favor, cálmate. No hay motivos para seguir con esta disputa absurda que no nos lleva a ninguna parte. Por Dios, no te olvides, compartimos la misma sangre.
—¿La sangre? Puede que sea lo único que compartamos. Del resto, absolutamente nada, desgraciado. Para que lo entiendas, voy a privarte del instrumento de tu horrendo delito. ¿Te parece justo? Además, así evitaremos que reincidas y el ciclo de la justicia se completará. Si por mí fuera, te destruiría el pensamiento; ahí reside la raíz de tu mal, pero eso sería mucho pedir.
—¿Justo? Pero, ¿de qué hablas, mujer? Por favor, baja el arma.
—Claro que la voy a bajar, pero para darte donde más te duele.
A continuación, Alicia cogió el arma con sus dos manos y acercando la boca de la escopeta a los genitales de su hermano, realizó un único disparo que retumbó en toda la casa. De manera inmediata, Carlos empezó a gritar desesperadamente al no poder aguantar el dolor proveniente de su herida.
—¡Aaargh! ¿Qué has hecho, maldita? —acertó a pronunciar con muchas dificultades el hombre.
—Qué alegría que padre me enseñara a cazar. Hacía tiempo que no disparaba y qué placer da cuando una acierta con el disparo a su presa. Tal vez haya sido el tiro más satisfactorio de mi historia…. aunque estoy pensando que quizá no haya sido suficiente…
—¡No, por favor, no me mates, te lo suplico! —chilló Carlos entre dolores y con sus manos ensangrentadas apoyadas en sus partes íntimas.
—Tienes dos opciones, hermano. O llamo a la Guardia Civil para que venga a investigar los hechos, incluida tu visita a «Los olivares», o llamo a un médico para que trate de recuperarte, no vaya a ser que por mala suerte te desangres. Piénsalo bien, porque tú vas a decidir quién tiene que acudir a «La yeguada». Sea lo que sea, este hecho está más que claro: por desgracia, estabas manipulando la escopeta y de forma accidental, tú mismo te disparaste en tus genitales. ¡Dios mío, qué pena!
—Pero… ¡desdichada! ¿Por qué iba yo a mentir? ¿Acaso para beneficiarte?
—Muy sencillo: para no confesar la violación sobre Rosario, un delito por el que estarías en la cárcel un buen número de años. Creo que resulta fácil de entender. ¿Verdad, hermano? Bueno, tú eliges y te recomiendo que te apresures, no vaya a ser que te mueras y entonces nada se pueda hacer. Venga… ¿a quién llamo? Decídete o te desangrarás…
—¡Llama al médico! No sé si voy a aguantar mucho más sin desmayarme.
—Bien, entonces haré eso. Por cierto, dado el calibre de la munición que le metí a la escopeta, no creo que te vayas a morir. Eso sí, el destrozo será considerable y cuando te arreglen eso de ahí abajo, dudo de que lo vayas a poder utilizar más en tu vida. ¿No te parece justo, Carlos? Al que roba, se le corta la mano y al que viola impunemente a las mujeres… pues eso…
—Por favor, no pierdas más el tiempo. Te lo imploro.
—Está bien, voy a hacer esa llamada.
Segundos después…
—¿Diga?
—Ah, es usted, doctor, ¿está hoy de guardia?
—Sí, pero ¿quién es?
—Discúlpeme, soy Alicia de Salazar, la hija del marqués. Tenemos una urgencia en «La yeguada”. Mi hermano Carlos estaba en mi casa haciéndome una visita, se puso a manipular una escopeta de caza y por sorpresa, se le ha disparado y se ha herido en su zona genital. Está perdiendo sangre. Venga en cuanto pueda a mi finca. ¿Sabe dónde es?
—Claro que sí, no me coge lejos. Perdone, ¿está su hermano consciente?
—Sí, pero tiene unos dolores horribles. La herida es muy aparatosa.
—Bien, de acuerdo. Voy a por mis utensilios, cojo el coche y voy para allí. Espero no tardar mucho.
Al cabo del rato, el médico apareció por la casa de Alicia. Ella tenía la puerta abierta y aparentemente nerviosa, le estaba esperando. Con premura y a la carrera, condujo al galeno hacia la sala donde se hallaba la víctima.
—Por favor, doña Alicia, traiga toallas y extiéndalas sobre aquella mesa. Y ayúdeme con el herido. Lo pondremos tumbado. Así podré revisar la herida y hacer las curas necesarias.
—Sí, por supuesto.
—Doctor, se lo ruego, me duele mucho. Creo que he perdido mucha sangre. Haga lo que tenga que hacer, pero sálveme la vida.
—Desde luego, don Carlos. Le voy a pinchar algo para aliviarle el dolor.
Tras un considerable esfuerzo, lograron situar al hombre sobre la mesa. Después de calmar al herido con un fármaco inyectado en su brazo, el abogado se quedó como atontado y dejó de gritar. Pasado un rato…
—Dígame, doctor, ¿cómo está mi hermano?
…continuará…
Alícia conseguiu estravasar seu ódio devido ao estupro, atirando no irmão, mas em determinado momento sentiu pena dele. Mas infelizmente, quem planta mágoa colhe lágrimas.
É claro que seu ódio pelo estupro da Rosarito foi grande. Vamos ver as consequências. Beijos, Cidinha.