LOS OLIVARES (58) El precio de un chantaje

2

Por sorpresa, aquel individuo del que Carlos ni siquiera sabía su nombre se echó a reír mientras que su mirada denotaba una astucia muy por encima de la que el abogado podía imaginar.

—Señor letrado, permita que me ría de su «ingeniosa» ocurrencia. Usted debe pensar que yo soy completamente imbécil. No tiene ni idea de con quién está tratando. ¿Sabe una cosa?

—¿El qué? —intervino el hijo del marqués con tono malhumorado.

—Tranquilícese, porque nos conviene llevarnos bien antes que hacernos daño. Esa foto solo era un duplicado. La original la tengo a buen recaudo. Hubiese sido demasiado cándido por mi parte haber traído aquí la imagen auténtica. Ya veo que acerté con mi decisión de enseñarle solo una copia. A los tipos como yo no nos gustan los riesgos, aunque supongo que a usted le pasa lo mismo, es decir, que no se fía ni de su padre. Ya ve, no solo los de buena cuna son los que piensan. El resto de los mortales también nos exprimimos la cabeza para defender nuestros intereses. Debe ser porque el hambre agudiza el ingenio, je, je…

—Muy listo el caballero. No esperaba menos de su parte. En fin, parece que tendremos que negociar. No se me ocurre otra alternativa. Esto es un poco como estar entre la espada y la pared. Entonces… ¿ha meditado el precio por el que quiere vender la foto? Es que tengo una terrible duda. Si yo accedo a su deseo y le pago un dinero ¿quién me garantiza que en el futuro ese documento no volverá a ser usado para exigir más fondos? O ¿quién me asegura que usted no tiene más imágenes como esa, pendientes de salir de un cajón? ¿Me he explicado?

—Le comprendo, señor. Tenía prevista esa pregunta. En ese caso, creo que no le quedará más remedio que fiarse de mi palabra. Soy un hombre de principios, se lo aseguro, un gentilhombre en toda regla. Por ese motivo, una vez que me pague, le proporcionaré por escrito mi juramento como caballero de que no habrá ni más copias ni otros documentos perturbadores para usted o su familia.

—Desde luego, hay que ver lo que insiste usted en su condición de caballero. ¡Qué fácil es usar ese término tan bonito cuando usted solo ha penetrado en mi despacho para chantajearme! Hay que ser sinvergüenza y aprovechado. Porque, ¿cómo le llamamos a ese acto mediante el cual se presiona a una persona respetable para que entregue dinero a cambio de recuperar un documento? Se trata de una pura extorsión, «amigo mío».

—Tiene usted su parte de razón. Si fueran otras las circunstancias tal vez podríamos discutir sobre lo que se entiende por una persona honorable. Sin embargo, la situación actual aprieta el corazón de la mayoría de los españoles y hay que recurrir al ingenio para sobrevivir. Le hablo de mi caso, claro. Ya me gustaría no tener que recurrir a estos métodos que yo mismo reconozco como mezquinos, pero… ya le digo, el ambiente pesa mucho. Usted, desde su pedestal, no se da cuenta de nada, jamás ha pasado hambre ni necesidad, siempre se habrá cobijado entre buenos muros y gozará de suficientes recursos como para permitirse los caprichos que la vida le pueda ofrecer. Mire, solo es cuestión de perspectivas. Aunque solo sea por unos segundos, póngase en el punto de vista ajeno y entienda que los que pasamos dificultades, queremos salir de cualquier manera de esta situación desesperada.

—Su mensaje es muy realista, aunque un tanto revolucionario. No sé qué opinarían las autoridades de andar por ahí con ese tipo de proclamas. Mira que si le detienen por ser un incendiario de ideas. De todas formas, por su aspecto, no tiene usted pinta de pasar por muchas necesidades. ¿Me equivoco?

—Piense lo que quiera: la imaginación es libre. Yo le he puesto mis condiciones. Don Carlos, es usted soberano para aceptar o no mi propuesta. Solo pretendo decirle que, si no hay pago, habrá consecuencias. Espero que sea lo bastante inteligente como para no rechazar mi amable ofrecimiento.

—¿Consecuencias?

—Sí, eso es —afirmó categóricamente el desconocido—. Seguro que hallaré un buen postor en otro lugar. Es cuestión de saber buscar. Por respeto y como primogénito del acusado, me he dirigido primero a su oficina. Eso no quita para que existan otras personas interesadas en este tipo de documentos. La envidia y la ambición son muy malas, señor; y más en estos tiempos de penurias. En fin, si la mercancía es buena, siempre hay alguien que la querrá comprar a buen precio. Tenga en cuenta un dato que no le debería pasar desapercibido.

—Vaya, ¿de qué se trata ahora?

—Usted es libre de juzgarme, pero yo he venido a su despacho de buena voluntad. ¿Sabe por qué? Simplemente porque la distribución de esa foto afectaría gravemente a la reputación del señor marqués y luego a su hijo, y luego a su hermana; incluso dañaría a su esposa y a sus dos hijos, je, je… Mucho me temo y se lo digo con todos los respetos, don Carlos, que no tiene alternativa.

—Ya, me hago cargo. Es el perfecto razonamiento de un manipulador o, mejor dicho, de un vulgar estafador. Bien, no perdamos más tiempo con este turbio asunto. Déjese de rodeos. ¿Qué precio tiene adquirir el original?

—Cómo me alegro de que se atenga a razones. Yo también tengo prisa por resolver el asunto. Me repugna la presión sobre las personas, pero pensándolo bien, lo que le voy a pedir es una minucia en comparación a la riqueza de la que usted dispone. En estos tiempos de calamidad, sea un buen cristiano y comparta una pizca de su generosa fortuna.

—Pero… qué pesado se pone con su cháchara. Venga hombre, ¿cuánto quiere?

…continuará…

2 comentarios en «LOS OLIVARES (58) El precio de un chantaje»

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Entrada siguiente

LOS OLIVARES (59) Con su máscara

Jue Abr 20 , 2023
—Pues mire, le vendo el negativo de la foto al módico precio de diez mil pesetas, garantizándole que recibirá el original y que, por tanto, ya nadie podrá revelar más imágenes como esa. —Bien, déjeme que lo piense. Se trata de una elevada cantidad de dinero por un simple trozo […]

Puede que te guste