LOS OLIVARES (43) El estilo de Rosarito

4

—Caramba, don Alfonso —manifestó el teniente coronel —. En este caso y como se suele decir, la niña vino al mundo con un pan bajo el brazo.

—Pues lleva usted toda la razón, porque Rosarito, desde que respiró por primera vez, me ha devuelto con creces todo el cariño y el esfuerzo que yo le he dedicado.

De pronto, en aquella hora de la tarde, una tierna y dulce voz femenina interrumpió aquella animada conversación…

—Con el permiso del señor marqués… ¿me ha llamado usted?

—Claro que sí, Rosarito —respondió don Alfonso levantándose de la silla mientras que el resto de comensales masculinos se ponía de pie—. Acércate a la mesa, por favor. Hay un sitio para ti. Es que hoy tenemos visita y quería presentarte al teniente coronel de Badajoz que vela desde su comandancia por nuestra seguridad. Bueno, a los demás, ya los conoces. Anda, no seas tímida, querida. Pasa.

La jovencita se fue aproximando a la mesa con suaves pasos…

—Mira, siéntate enfrente de Carlos y a la derecha de don Antonio. Así compartiremos conversación.

—Sí, padrino.

Mientras que la chica se acomodaba en el sitio que le había indicado el noble, el militar permaneció de pie para cumplimentar a la muchacha.

—Señorita, con todos mis respetos, es un auténtico placer conocer a la ahijada del señor marqués. Mi nombre es Antonio Romero y quedo a su servicio. Hacía tiempo que no veía a una mujer tan atractiva como usted.

—Mucho gusto, don Antonio. El placer es mío. Soy Rosario Gallardo.

—Anda, hija. Tómate con nosotros una copita de vino dulce. Te sentará bien y si quieres intervenir en nuestra charla, estaremos encantados de escucharte.

—Gracias, don Alfonso.

—Ahora comprendo por qué su padrino le dio sus bendiciones desde el momento de nacer, señorita. Debió tener una clara visión de cómo sería su futuro y que se convertiría en una gran mujer.

—Le agradezco sus palabras, señor teniente coronel —contestó sonriente Rosarito—, mientras que el color escarlata inundaba sus mejillas.

—Lo que hay que oír —expuso de repente Carlos con un gesto de enfado.

—¿Qué quiere usted decir, don Carlos? —preguntó el militar molesto por el tono desafiante del hijo del marqués. ¿Acaso he dicho algo inconveniente?

—En absoluto, señor. Lo que ocurre aquí es que la belleza de la señorita, que nadie discute, a veces enmascara los defectos del alma. Recuerde que esos habitan dentro de las personas y son más difíciles de detectar.

—Mire usted, señor. Como comprenderá, yo no conozco la personalidad de Rosario. Simplemente, hablaba de su atractivo y de su presencia, que, en mi opinión, resulta sensacional. De todas formas y si me lo permite, porque estoy en casa de su padre, he de contarle algo con brevedad. Perdone usted también mi debilidad, señorita Rosario. Le confieso que tengo varias hijas y que, de ellas, la segunda parece el vivo retrato de usted. Además, debe tener su edad. No se trata solo de un parecido físico sino incluso de la mirada y de su forma de caminar. ¿Entiende ahora por qué me he quedado tan asombrado?

—La chiquilla está bien educada y muy instruida, eso se hace patente en sus rasgos. Se nota que mi padre se ha dedicado mucho tiempo a formarla, como si hubiese querido aleccionarla a su gusto y maneras. Sin embargo, hay cosas, que por más que se aprendan, hay que llevarlas en la sangre. Yo, que contaba con catorce años cuando esta muchacha vino al mundo, le digo, don Antonio, que hay aspectos que ella nunca tendrá.

—Mire, don Carlos —expresó el militar llevándose la copa a sus labios—, yo no entiendo de estas cosas de la nobleza y de los plebeyos ni de la sangre que corre por las venas de cada uno de los presentes en esta mesa. Yo, soy un simple funcionario que procura hacer su trabajo lo mejor que sabe en mi condición de militar, por el amor que le profeso a España. Con todos los respetos, este es un tema del que se podría hablar durante horas, pero tengo la sensación de que se ha metido usted en terrenos pantanosos y máxime, considerando que la propia señorita se encuentra entre nosotros. ¿No le parece?

—Carlos, por favor hijo, ¿no has oído la voz de la sensatez por parte de nuestro invitado? Sinceramente, creo que el jefe de la Guardia Civil tiene todos los argumentos a su favor y más razón que un santo.

—Así lo creo yo también, hermano —agregó con mucha calma Alicia mientras que aguijoneaba con la mirada a Carlos—. ¿Qué te crees? Venga, hombre, que ya no estamos en la Edad Media. No sé ni cómo aún puedes usar esas palabras que nos remiten a la división entre clases sociales y a la distinción según la sangre. Mira, yo solo me llevo siete años de diferencia con Rosarito, pero he compartido numerosos encuentros y charlas con ellas y te lo digo en serio: no me molestaría para nada que fuese mi hermana pequeña, la benjamina de la casa.

—Ja, ja —manifestó entre risas el hijo del marqués—. No será por el parecido físico, porque sois dos mujeres totalmente distintas. En cuanto al carácter, me reservo mi opinión para no entrar en más polémicas.

—¡Qué sabrás tú de nuestro interior! Imagina lo que quieras, hermano, pero yo me alegro del todo por ella. No sé qué ves tú por tus ojos, pero no hay que engañarse. Rosarito es mucho más guapa que yo. No me importa reconocerlo. Dios la ha premiado con esa belleza por algún motivo y en cuanto a su estilo, Rosarito podría bailar y mantener una conversación en los salones más distinguidos de Europa.

…continuará…

4 comentarios en «LOS OLIVARES (43) El estilo de Rosarito»

  1. Desde o seu nascimento, o Marquês disse que sua casa seria a casa de Rosário, e que ela cresceria em sabedoria e amor. Rosário é linda, elegante, educada e gentil. Tem uma simplicidade invejável, o que a torna mais bela.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Entrada siguiente

LOS OLIVARES (44) Tensión en la mesa

Lun Feb 27 , 2023
Contrariado por las palabras de los otros comensales, el hijo del marqués realizó un gesto maleducado con sus manos, como mofándose del último mensaje que había salido de la boca de su hermana. Don Alfonso intervino con celeridad: —Ya está bien, Carlos. Es lamentable que, delante de mis invitados, te […]

Puede que te guste