—¿Has dicho «morirte»? Venga, ya, hombre, no me hagas reír. Eso es lo último que te pasaría aquí. En fin, procuraré emplear palabras más comprensibles. Te observo aún un poco renqueante después de tu salida del plano terrenal. ¿Sabes una cosa? Hay muchos desesperados por ahí. Yo te enseñaré a atraerlos hasta aquí, aunque tengas que usar artimañas.
—¿Atraer? ¿A quién? —preguntó extrañado Carlos.
—Tú serás un motivador altamente cualificado. Solo hay que revisar tu historia para convencerse de ello. A través de tus discursos y consejos, esas personas viajarán hasta aquí, convencidos de que están haciendo lo mejor para sí mismos.
—¿Y qué ganaré yo con ello?
—¿Te parece poco? Solo con el orgullo por tu trabajo ya te sentirás un espíritu diferente y satisfecho de tus actuaciones. Te transformarás en un buen ejemplo para muchos y eso redundará en tu valía. Bien, ahora te presentaré a algunos compañeros de acción. Hay que coordinarse, rodearse de un buen grupo de colaboradores, como ocurría en tu despacho. De esa manera, tu equipo abarcaba más y se ganaban más casos. Trabajar solos es muy costoso, de ahí la necesidad de colaboración. La solidaridad entre nosotros nos hará imprescindibles. Estamos en un escenario de guerra y nos enfrentamos a diario a diversas batallas. Ya sé que hay mucha gente que no nos traga. ¿Y qué? De hecho, te revelaré un gran secreto: hay camaradas que son raptados de nuestra zona y que son conducidos a otros lugares. No podemos permitirlo. Debemos evitar ese trance sea como sea, porque, al final, eso se traduce en una reducción de nuestra «mano de obra».
—Pero, ¿qué tonterías son esas a las que te refieres? No recuerdo en mis juicios y en mis defensas a alguien con tanta palabrería como tú. No se pueden decir más estupideces sin fundamento, es como hablarle en chino a un europeo.
—Claro, ahora hazte el ignorante. Tranquilo, tu memoria recobrará sus recuerdos poco a poco y en breve, nada de cuanto te he dicho te resultará ajeno, sino muy familiar. Venga, levántate y camina conmigo. Pronto alcanzaremos nuestro punto de encuentro.
—Oye, Diogo —comentó Carlos mientras que se incorporaba—, ¿no asustaré a la gente con quien me cruce con mi rostro desfigurado?
—Si es por fealdad, aquí te librarás de esa comparativa. Antes te informé de que tu cara irá volviendo poco a poco a la normalidad. Aun así, no esperes milagros; tu corazón vibra acorde a la negrura de tu alma. Por tanto… ¿a quién le importa eso ahora? Por otra parte, tu horrible cicatriz será valorada como un mérito, una especie de herida de guerra que posee efectos benéficos como las condecoraciones que se otorgan en la vida física. Estate tranquilo, que te respetarán. Ya lo comprobarás.
—¿Y qué demonios es eso de los raptos? ¿Acaso se secuestra a alguno para que paguen por su rescate? Y ¿adónde se los llevan? Ni que fuéramos a tratar con grupos mafiosos…
—Concéntrate y calla un poco. Ya no eres un letrado a la antigua usanza. Te lo iré explicando durante el trayecto, Carlos, je, je, je… Me alegro de verte… ¡Bienvenido!
*******
Lejos de aquel escenario tenebroso y de aviesas intenciones…
—Es curioso, Rosarito. Has tenido siempre una figura tan esbelta que, para estar encinta de varios meses, cualquiera diría que no se aprecia mucho tu embarazo. Y, sin embargo, tan solo estás a unas cuantas semanas de traer a una criatura al mundo.
—Gracias por el halago, Alicia. Considera que este vestido suelto que llevo también realza mi figura dada mis condiciones. Quien sea, no lo sé, pero da patadas cada dos por tres. Cualquiera diría que se va a dedicar al fútbol en cuanto crezca.
—Bueno, lo importante es que nazca sano. Si llevas a ese niño en tu seno es porque se merece a una madre como tú. Ja, ja… ¿te imaginas que sea una niña y que salga clavada a ti? Dios mío, otra Rosarito…
—Pues ya lo comprobarás con tus ojos, «hermanita» del alma. Tú compartirás conmigo mucho de tu tiempo en educarla y tratarla. Ya sabes del acuerdo al que llegamos Rubén y yo: qué mejor madrina tendría el crío que tú. Si tu padre hizo tantas buenas obras por mí, ¿qué no harías tú con tu futuro ahijado?
—Gracias, Rosarito. Desde el instante en el que me diste la noticia, me ha dado un ataque de responsabilidad. Es como tener la oportunidad de ser madre, pero sin haber sufrido un embarazo y todo eso. Menuda faena que tengo por delante. ¿Sabes una cosa? Yo nunca tendré un hijo; por ese motivo me sacrificaré lo que haga falta por colaborar en la educación de esa criaturita que llevas en tu barriga —afirmó muy segura la hija del marqués mientras que acariciaba sonriente el vientre de Rosario.
—Caramba con la señorita Salazar. ¡Qué compromiso más serio ha adquirido para toda su existencia!
—En fin, que gracias por la confianza. Transmite también este sentimiento de gratitud a Rubén. Se ve que a tu marido le caí bien desde el momento en el que le conocí.
—Se lo diré, sin duda. Por cierto, Alicia: felicidades.
—¿Eh? ¿Y eso?
—Porque me alegro de que mi hijo vaya a estar ligado a la futura marquesa de Salazar. ¿Acaso creías que no me había enterado? De este modo, la costumbre iniciada por tu padre al adoptarme se verá confirmada con tu madrinazgo.
—Pues sí, es una excelente noticia. Todo ese proceso llevará su tiempo, pero ya he empezado a mover papeles y a reunir la documentación. Por desgracia, me he quedado «sola» en el mundo. La desaparición de mi hermano y de mi padre en cuestión de días me ha hecho meditar y la tradición histórica iniciada por mis antepasados no debe perderse. Anda, saluda a toda una marquesa —expresó Alicia poniéndose en pie mientras que se reía a carcajadas con aquella escena.
…continuará…