LOS OLIVARES (45) Emociones a flor de piel

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—¿Se refiere usted al hecho de haber adoptado a la señorita Rosario? —preguntó con interés el teniente coronel.

—Exacto, don Antonio. Y cada vez que puede, mi hijo me lo reprocha con una ironía que, para mí, es sencillamente una falta de respeto a su padre y un atentado a mi libre albedrío. Cuando se pone a hablar de ella, el ácido me corroe por dentro y le corto el discurso con rapidez para evitar que sus comentarios me hieran y me afecten, que uno ya no es un crío.

—Caramba con el primogénito de su ilustrísima. Hay que ver de lo que se entera uno conversando con las personas—agregó el militar con un gesto de sorpresa, pero también de rechazo hacia la conducta de Carlos.

—Aun así, yo relativizo el daño que me inflige, porque tampoco viene todos los días por aquí. Eso sí, cuando coincidimos, saltan chispas. Lo lamento, pero no puedo ni quiero esconder la verdad. Por fortuna, mi Rosarito no se deja avasallar. Conforme ha ido creciendo, ella se ha ido cansado de sus continuas provocaciones y de sus insultos. Hoy se ha moderado por respeto a ustedes y para que el asunto no fuera a más. Hasta por esos detalles se la reconoce inteligente y mesurada.

—Y, señor marqués —intervino don Cosme—. A esta difícil cuestión… ¿usted le ve una salida?

—Esto viene de antiguo; ya expresé antes que la polémica nació desde el mismo instante en que mi ahijada respiró por primera vez. Carlos es un tipo muy tradicional y nunca comprendió que un noble pudiese mezclarse con las personas del servicio. Yo no soy de esa opinión, respeto las tradiciones, pero Dios nos creó iguales y cuando finalice la vida, dará igual haber sido un miembro de la nobleza o un campesino que trabaja la tierra. Lo importante será lo que haya hecho cada uno con su vida, más allá del contexto en que hayamos sido situados.

—Bella reflexión —añadió el cura.

—Con respecto a su pregunta, por ahora, lo mejor será limitar sus encuentros al mínimo. Cuanto menos coincidan Carlos y Rosarito, tanto mejor para ambos, aunque tengo claro que el origen del conflicto entre los dos reside en la voluntad de mi hijo, que ve a mi niña como una intrusa que ha invadido mi casa. En fin, caballeros, disculpen este desahogo más propio de un adolescente que de un señor de mi edad. Supongo que todos tenemos problemas que compartir y que estas reuniones, entre otras cosas, sirven para exponer nuestros agobios más domésticos.

—Su sinceridad habla bien de usted, don Alfonso. Aquí donde me ve, con el uniforme y la pistola, no me sirven de nada ante las complicaciones familiares. Es cierto, en todos los hogares existen las polémicas y las tiranteces. Supongo que forman parte de la vida y que hay que asumirlos como retos, más que como obstáculos insuperables.

—No hay que darle más vueltas al asunto. Según mi criterio, hay cosas que hay que aceptar tal como vienen. Yo ya doy por imposible cambiar el carácter de mi primogénito. Salió así y punto y no pienso perder ni un minuto más en tratar de convencerle para que obre de otro modo. No se va a dejar influenciar por mis consejos porque es propio de su naturaleza el escuchar poco y menos aún a su padre. Además, debo velar por mi salud, al igual que usted, que a estas alturas resulta una buena recomendación. Estos disgustos no me convienen ni a mí ni a nadie. Lo que decía, que cuando dos personas no se llevan, es que no se llevan. No voy a desatar una cuerda que lleva más de veinte años con nudos. No todo el mundo puede ser afín. Es triste, pero es así. Mi Rosarito, algún día, dará con el hombre de su vida y se irá de aquí y solo vendrá de visita, como es ley de vida.

—Qué verdad, señor marqués. Mi hija mayor me hará abuelo en unos meses. El tiempo pasa y hay cosas, como usted dice, por las que ya no merece la pena luchar, sino tan solo minimizar los daños.

—Cierto, don Antonio. Aun así, espero tener por aquí a mi ahijada un poco más de tiempo. Su presencia es muy necesaria en «Los olivares». Me estoy haciendo viejo y su compañía me resulta muy grata. En fin, dejemos ya este tema que despierta mis temores más íntimos. Miren, don Antonio, don Cosme, ya hemos llegado. Les presento a Antonio Gallardo, el padre de mi ahijada. Él cuida de los animales como si fueran suyos. Por eso lleva aquí más de veinticinco años, tal y como hizo su padre antes de nacer él.

Tras los saludos protocolarios…

—Hay que ver el tiempo que hacía que no coincidíamos, Antonio —manifestó el cura estrechándole la mano al empleado—. Por cierto, puedes estar orgulloso de tu hija. Ya es toda una mujercita y vaya presencia tan refinada que ha desarrollado. Nos ha sorprendido gratamente tanto al teniente coronel como a mí.

—Muchas gracias, señor párroco. Si los señores lo tienen a bien, yo les acompañaré en la visita y les iré dando cuenta de cada ejemplar. Y luego, cuando el marqués lo crea conveniente, podrán ustedes montar el caballo que deseen —informó el mozo de cuadras.

—Yo, mejor me abstendré, que ya tengo una edad y no quiero morirme de una caída antes de tiempo —intervino medio asustado don Cosme—. Una cosa es el destino, que es morir, y otra, provocar ese acontecimiento antes de tiempo.

—Pero qué exagerado ha sido usted —afirmó don Alfonso entre sonrisas—. Si estos animales son los más nobles que usted va a conocer. Pero bueno, le comprendo. Cuando nosotros vayamos a dar un paseo, usted se vuelve a casa y le dice a alguno de los empleados que le sirvan una copa o le preparen un café, lo que más guste. Y quédese relajado en uno de los sillones mientras que don Antonio, Alicia y yo cabalgamos un rato por la finca.

…continuará…

2 comentarios en «LOS OLIVARES (45) Emociones a flor de piel»

  1. Carlos não enxerga bondade de seu pai, pois acha que sua estupidez é normal.
    Com relação à reencarnação, já li que é possível que a alma de um filho «perverso» não seja a mesma alma, que foi unida ao mesmo corpo em uma vida anterior, logo, pensei em Carlos. Pode ser um
    Li também, que existem destinos especialmente recomendáveis para montar a cavalo na Espanha, como, por exemplo, a tradição de turismo equestre deste país, que conta até com uma raça de cavalo única no mundo.
    Assim como esses belos cavalos dos Olivares, que o Sr. Marquês, Rosário e Alicia costumam montar, pois são amantes desses animais.

    1. Não sei exatamente o vinculo entre Carlos e seu pai, mas é evidente que existe entre eles um conflito sem resolver. Sim, Cidinha, Espanha, faz muitos séculos que tem essa tradição de cavalos de raça espanhola. Obrigado pela sua opinião.

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