LOS OLIVARES (2) ¿Poesía o prosa?

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—¿Otra vez con tu falta de esperanza, Ale? ¿En tan poco valoras tu estilo?

—No, no es eso, Lola. Creo que mi poesía debería ser revisada por un entendido que me aportase su más sincera opinión. Ese es precisamente el mayor inconveniente: no soportaría que me dijesen a la cara que mis versos son vulgares y que hasta un niño se aburre con ellos. El alma se me caería a los pies y pienso que se me quitarían las ganas de volver a escribir. No sé, pero casi mejor continuar con las dudas acerca de mi estilo literario que abrir la ventana del todo y llevarme una desagradable sorpresa.

—Qué injusto has sido con esa reflexión, Ale. Tu comentario no brilla por su optimismo, desde luego. No estás siendo ecuánime contigo mismo ni tampoco con tu gran talento. Ahora me dirás que quién soy yo para juzgar de ese tema si no soy experta; y yo te responderé que, cómo tú, siendo un estudioso de ese arte, no puedes reconocer la calidad o no de tus escritos. Y volveremos a una discusión que no tiene fin. Por tanto, mi amor, te diré que lo dejo a tu juicio. Lo que me queda claro desde hace tiempo, es que prefieres vivir en tu falsa comodidad para no correr eventuales riesgos; sin embargo, como compañera de viaje, presiento que hay algo dentro de ti que te dice que esta coyuntura no puede prolongarse hasta el infinito y que, en alguna fecha, tendrás que tomar una decisión. Mira bien que no sea la propia existencia la que te obligue a implicarte de lleno en tu carrera literaria.

—Sin pretender caer en el orgullo, los únicos que saben apreciar mi «arte» son mis alumnos. Están encantados de que, de vez en cuando, les lea alguno de mis trabajos. Pienso que me toman en serio y que me valoran. Eso sí me refuerza la autoestima.

—Sí, son buenos chicos contigo. Al menos, se muestran receptivos y eso, sabiendo que están en la ebullición de su adolescencia, es importante. De todas formas, Ale, ellos no serán quienes editen tu obra. Además, ¿para cuándo una novela? La vida no se compone solo de rimas y estrofas. Deberías intentarlo con una buena prosa. Seguro que estás más que preparado para hacerlo. En tu cabeza hay inspiración más que suficiente para desarrollar un buen argumento y un extenso relato. Creo que es cuestión de empezar, no de demorar esa decisión. Muchas veces, iniciamos algo, y cuando nos damos cuenta, ya vamos por la mitad de esa tarea y nos sorprendemos a nosotros mismos. Ya ves, no te quejarás, acaba de presentarse el verano ante ti, así como tus maravillosas vacaciones de profesor, y tu mujer solo pretende darte ánimos. Con lo disciplinado que tú eres, quizá solo sea una cuestión de organizarse. Siendo sincera, prefiero la prosa a la poesía. No está mal el lirismo de los versos, pero donde se ponga una novela bien escrita… que se quite lo demás.

—Ay, Lola, cómo se nota tu desconocimiento. Una cosa es preparar un pequeño poema, corto, fácil de abarcar y otra bien distinta ponerse a pensar en una trama, en el hilo conductor de un volumen que puede contener cientos de páginas y en la idiosincrasia de sus personajes. ¿Sabes lo que significa toda esa estructura compleja que implica la creación de una novela? Para mí, esa labor resultaría mucho más que complicada.

—A tu manera, tienes razón. Has citado aspectos que escapan a mi control. Anda, ya está listo el café. Sentémonos y disfrutemos del desayuno.

—Pues sí. Lo primero es lo primero.

Transcurrieron unos cinco minutos de un silencio que parecía el reinante en un monasterio medieval…

—¡Claro, ya lo tengo! —gritó con fuerza y repentinamente Alejandro—. Sería imposible ignorarlo.

—Eh… cariño, ¿estás bien? Yo estaba calladita y tranquila, pero te observaba comiendo como un fantasma, con la mirada fija en los azulejos de la pared. Me preguntaba por dónde ibas a salir. A ver, céntrate, ¿qué es eso que te ha venido al pensamiento? ¿Has tenido una de esas inspiraciones típicas que te llegan justo antes de escribir un nuevo poema?

—No. Solo se ha tratado de un recuerdo reciente, un recuerdo que tiene más fuerza que el soplo de un huracán impactando en tu rostro.

—Vale —dijo Lola mientras que situaba su mano sobre la muñeca izquierda de su marido—. En ese caso, háblame de ese viento y de ese huracán, que curiosamente, se ha desatado en tu cabeza nada más empezar la estación más pacífica del año.

—Es increíble, Lola. Quiero que sepas que te va a costar trabajo aceptar lo que te voy a decir.

—Pues ya me has puesto en alerta. Suelta eso que llevas dentro y compártelo conmigo, que para eso tenemos confianza.

—Claro, faltaría más. Verás, ha sido esta misma noche. Incluso te diría que fue cerca del amanecer, en el último tramo del sueño. Por eso lo tengo tan fresco en la memoria.

—Vale; pero ¿el qué? ¿A qué extraño paisaje te has escapado esta vez? Ya sabes que tus sueños inspiran la mayoría de tus poesías. Eso es lo que tú me cuentas a menudo.

—Pues que yo sepa, esta vez, no me ha hecho falta volar hacia ningún escenario lejano. Ha sido aquí mismo, en la casa —reconoció el profesor mientras que apuntaba con su dedo índice hacia el suelo.

—¿Aquí mismo? ¿De veras? Entonces, tampoco habrá sido un sueño muy estimulante ni de aventuras. En fin, soñar con que te encuentras en tu propio hogar… pues no parece muy divertido.

—Para, para, no me distraigas —expresó el hombre mientras que cerraba sus ojos tratando de mantener la concentración—. Esto es extraordinario. Ahora mismo, me están llegando un montón de datos a la mente.

—Te escucho con las dos orejas, cariño.

—Se trata de una conversación.

…continuará…

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