LOS OLIVARES (42) Secretos de adopción

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—Yo me apunto a la actividad —expresó el cura con entusiasmo—. Sus animales son famosos en toda la comarca.

—Pues claro que sí, señor marqués —añadió el militar—. Me parece muy buena idea por su parte. Lo ha comentado usted primero, pero que conste que, si no lo hubiese hecho, yo se lo iba a pedir. Como guardia civil que monta a menudo a caballo, será hermoso contemplar a esos magníficos ejemplares. Me ha leído usted el pensamiento y no sabe cómo me alegro.

—Como ustedes comprenderán —intervino la hija de don Alfonso—, yo no me voy a quedar aquí mientras que los señores disfrutan de esa actividad guiada por mi padre. ¡Es mi mundo, mi trabajo! Lo admito: me gusta competir con el «señor marqués» para ver quién dispone de los mejores caballos.

—Bueno, a mí no me entusiasma tanto el ambiente ecuestre, pero les acompañaré en la visita —dijo Carlos con indiferencia.

—Su ilustrísima ha de saber una cosa sobre mí —expresó el militar—. Cuando era joven estaba destinado en el ejército de Marruecos como teniente y ahí es precisamente donde nació mi afición a esos animales y aquí, con tanta batida por los montes, pues imagínese lo prácticos que son. Los caballos merecerían varios tratados de expertos, para que la gente pudiese ahondar en el conocimiento de ellos.

—¡Vaya! Pues me quedo muy satisfecho por el éxito de la iniciativa que he planteado. Sin embargo, ahora llega la mejor noticia. Ahora que estamos acabando con los postres, vamos a pasar al vino dulce de Jerez. Y el que quiera fumar, pues que fume. Tengo unos puros de Cuba para expertos fumadores. Y como colofón a este plácido almuerzo, les voy a dar una excelente noticia. Para mí, es un gran honor presentarles a mi ahijada. Lo digo por usted, teniente coronel, que es el único de los comensales que no la conoce aún. Ya verá cómo le sorprende, don Antonio. Se trata de una jovencita con mucho talento. El padre Cosme ya sabe de ella porque fue él mismo quien la bautizó hace ya más de veinte años.

Tras llamar el marqués a uno de los camareros…

—Anda, Valentín, avisa a la señorita Rosario, que estará en su cuarto. Dile que la estamos esperando. Ella ya sabe que tiene que venir.

—Perdone, don Alfonso, se refiere usted a la habitación que ocupa la señorita Rosario en este edificio.

—Sí, claro, hombre. Está esperando a que yo la llame.

—De acuerdo, ahora mismo voy por la señorita.

—Oiga, don Alfonso —intervino el cura—. Ahora que usted la ha mencionado, tengo ganas de verla. Hace tiempo que no sé nada de ella. ¡Cómo habrá cambiado la chiquilla…!

—Parece usted un poco sorprendido, teniente coronel —afirmó el noble.

—No, ilustrísima. Es que verá, yo sabía que tenía dos hijos, pero la verdad, nunca había oído nada acerca de que tuviese una ahijada. ¿Es quizá esa joven descendiente o alguien ligado a su familia? Si posee su propia habitación en la finca, es que vendrá por aquí con cierta frecuencia.

—Ja, ja, tranquilo, don Antonio, que yo le despejaré sus dudas. Esa chica es como una hija para mí o, dicho de otra forma, como un regalo caído del cielo que me vino después de la pérdida de mi esposa.

—Mire usted, don Antonio —dijo el párroco—. Va a comprobar que don Alfonso, no es solo un noble de cuna, sino también de corazón. Yo también me quedé estupefacto cuando me enteré de la noticia, pero es que los designios del Creador son inescrutables y en aquella fecha, esos designios tocaron el alma del marqués.

—Señores, me temo que me faltan datos de una historia que parece cuando menos sorprendente —afirmó el militar.

—Pues sí —añadió don Cosme con una sonrisa—. Yo también me quedé asombrado cuando comprobé quién era la persona que traía entre sus brazos a la pequeña para bautizarla ante mi presencia: nada menos que su ilustrísima. Era la hija de un empleado de esta casa.

—Para su información, teniente coronel —agregó el marqués—, Rosarito es la única hija del mozo de cuadras, ese trabajador al que admiro y que se esmera tanto con el cuidado de mis caballos. Ya observará que los mantiene en perfecto estado de revista.

—Pues sí que es una sorpresa —agregó el guardia civil—. Y ¿le puedo preguntar cómo se le ocurrió la idea de adoptar a la hija de alguien que está a su servicio?

—Todo tiene su explicación, don Antonio. Tenga un poco de paciencia. No vea usted el trabajo que nos dio la cría a la hora de venir al mundo. Todos los presentes creíamos que la niña nacería muerta. Y la madre, que ya había perdido a otros dos, también corría un grave peligro por los riesgos del parto. Rosarito venía de nalgas, aunque yo estaba convencido de que era un niño el que pedía paso. Por fortuna, pudimos avisar al médico del pueblo para que llegase en el momento más oportuno y atendiese a la parturienta. Yo mismo estuve presente durante aquella angustiante escena. Se creó una atmósfera muy especial en la que todos rezábamos para que se obrase el milagro. Cuando la sacaron y escuché su primer llanto, le di gracias a Dios por permitir que sobreviviera. Y también se salvó su madre, Consuelo. Recuerdo a la perfección aquel instante; era como si un ángel me hubiese apretado el corazón para darme la señal definitiva. Me dejé guiar por la intuición y fue así como le juré a sus padres que yo la apadrinaría, que me haría cargo de su educación y que me empeñaría en que a la cría no le faltase de nada.

…continuará…

 

4 comentarios en «LOS OLIVARES (42) Secretos de adopción»

  1. Penso que a adoção é um ato de amor. Pode ser uma missão que se tem que passar para aprendizado nesta encarnação, e também uma oportunidade de ajudar os mais necessitados. Acredito que a adoção pode ocorrer por acordo realizado na espiritualidade.

  2. Não observei » Secretos de adopcíón».
    Grande responsabilidade mesmo.
    Ainda bem que você é um professor que esclarece.
    Mui grata professor.

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