LOS OLIVARES (69) Corrupción que salva vidas

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—Veamos en lo que a ti te afecta. Por lo que sé, ese tal Cebrián es un «bon vivant» y siempre lo ha sido. No escatima en lujos y le gustan las buenas compañías. ¿Quieres saber algo? Yo soy juez y ya te digo, Alfonso, que la nómina de un magistrado no da para tanto gasto. Pero… en estos tiempos que corren, se observan cosas de lo más curiosas. Ahora ya conoces un dato que, en caso de necesidad, puedes utilizar con ese juez. Es arriesgado, pero si todo está perdido, tendrás que jugártela. ¿Qué puede pasar entonces?

—Eso. ¿Qué puede ocurrir?

—Mira, si la cosa se pone muy mal o si hay llamadas desde arriba, lo sentiré por ti, mi querido amigo, porque nada podrá hacerse. Ya no será un juez contra ti, ni siquiera el mundo de la justicia contra ti; será la necesidad que tiene un Estado de ir depurando las malas influencias, es decir, todo aquello que huela a República, a revoluciones, a luchas armadas y todos esos factores que se consideran que han llevado a España a la ruina.

—Ya sé cómo piensa el nuevo Estado y cuáles son sus planes.

—Claro, pero… ¿y un marqués? ¿Por qué motivo el nuevo régimen iba a molestar a un aristócrata cuando la inmensa mayoría de la nobleza ha apoyado fervientemente el Alzamiento?

—Eso digo yo.

—Yo creo que, si fueras un miembro opositor, o sea, un enemigo declarado del régimen, ya te habrían pasado por las armas. Te pondré un ejemplo claro: imagina que siguieses perteneciendo a la masonería, que no te hubieses dado de baja de esa organización. Posiblemente ya no estarías en este plano, señor marqués. Pero en tu situación, albergo cierta esperanza de que te puedas salvar. Los responsables van a escudriñar hasta el último detalle de tu vida en busca de pruebas. Les pone muy nerviosos todo aquello que huela a secretismo, conciliábulo o resistencia. Sin embargo, tú donaste en su día dinero para la causa nacional, no estás manchado por la pertenencia política y después de todo, eres un aristócrata que vive en su finca extremeña y que no incomoda a las nuevas autoridades.

—Tal y como lo describes, tus palabras me tranquilizan, José Antonio. Sin embargo, es posible que esta gente quiera dar un escarmiento público, ya sabes, escoger a alguien significativo y usarlo de cabeza de turco ante la opinión pública. Querrán que los demás se den por enterados de que el régimen no hace distingos y persigue a todos los disidentes con la misma saña. Es más, puede que condenar a un marqués les resulte útil para azuzar el miedo entre la población.

—Se ve que estás siendo muy realista, pero por favor, no te eches más piedras encima de tu espalda. Tendrás que jugar tus mejores cartas en esta complicada partida. Aunque parezca mentira, el ambiente de corrupción que reina desde que acabó la guerra puede resultar tu arma definitiva.

—Sí, lo he entendido. El riesgo es tremendo. Imagina que tengo que untar a ese Cebrián. ¿Qué pasaría si esa acción se vuelve en mi contra? En ese caso, ya nadie daría una peseta por mi vida. Lo que faltaba, además de la sentencia por masón, encima, corrupto. Piensa en la noticia en la prensa: «un aristócrata desesperado trata de corromper la voluntad de un juez para evitar su sentencia condenatoria» … Prefiero no pensar en ello.

—Ya te he dicho que eso solo deberías intentarlo en caso de que el asunto se tuerza, si ya te ves acorralado. En esa coyuntura, no perderías nada. A ti siempre te ha ido bien con los negocios y por desgracia, estaríamos hablando de un «negocio» que afecta a tu propia supervivencia.

—Así es. Creo que tienes mucha razón, José Antonio. En nada tendremos noticias sobre ese «bon vivant» y sus actitudes. Mi abogado sabrá fijarse en su perfil para anticiparse a sus reacciones. España está con cartillas de racionamiento y en penuria. El valor del dinero ha aumentado exponencialmente.

—Pensándolo bien, Alfonso, yo conozco gente en Salamanca de nuestro mundillo judicial. Voy a sondear a alguno que otro. Aquí, la clave está en conocer las debilidades de ese tal Cebrián. Se trata de un compañero, pero, tú para mí, estás por encima del resto de los mortales. Si tocamos la fibra sensible del magistrado, todo resultará más sencillo. No hay mejor remedio que halagar a alguien a quien le gusta ser halagado.

—Me dejas boquiabierto, mi buen amigo. Ha sido una idea maravillosa llamarte y recurrir a tus buenos consejos. No sé ni cómo pagarte el favor que me has hecho y el que puedes hacerme.

—Venga, no exageres, hombre. Tú habrías hecho por mí lo mismo. Mira, si sales de este aprieto, me invitas un día a comer a tu casa, a estar en medio de ese paisaje de ensueño que es tu finca o a montar a alguno de tus caballos, que son excepcionales. Y quién sabe si no podríamos compartir una cacería como buenos amigos que somos.

—Uy, a mi edad, yo ya no aguanto ni una partida de cacería. Son interminables. En cualquier caso, ya encontraríamos la forma de festejarlo a lo grande, porque eso implicaría que yo seguiría vivo.

—Tú lo has dicho, Alfonso. Que Dios te oiga. Eres una bella persona y no te mereces esta estúpida persecución. Con franqueza, creo que te librarás de esta y que, en unos meses, lo estaremos celebrando de una u otra manera, como solo nosotros nos lo merecemos.

—De nuevo gracias, José Antonio.

—Antes de despedirnos, apunta en un papel una cosa. Un momento… Veamos, aquí está mi agenda. Mira, este es el número de un secretario que trabaja en los juzgados de Salamanca. Es de mi total confianza. Telefonéale de mi parte y le preguntas por lo que tú y yo sabemos. La información que él te aporte sobre Cebrián resultará fundamental. Ya le contacto yo mañana para que no le coja de sorpresa tu llamada.

…continuará…

2 comentarios en «LOS OLIVARES (69) Corrupción que salva vidas»

  1. Espero que o Marquês não sofra punição É homem de bem. Aguardarei os próximos capítulos.

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